Cada
vez que te levantas,
antes
de poner el Bustelo
sobre
esa llama azul
que
tiene la noche
a
punto de extinguirse,
abres
la ventana
para
que entre
la
claridad de la isla.
Mientras
el viento
del
este
te
da en la cara,
recuperas
algún
recuerdo
extraviado
o
tratas de que se te olviden
las
cosas que te agobian.
Cuando
sube el café
ya
miras hacia el sur
y
la mañana ha acabado
de
establecer sus prioridades.
Entonces,
de muy poco sirve
lo
tratado con el viento del este.
Aun
así,
vuelves
a su encuentro
al
día siguiente
y
dejas que te dé
en
la cara
como
ya es una costumbre
entre
ustedes.
Mientras
todo eso ocurre,
Diana
aún duerme unos minutos más.
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