(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Soy
ateo y mi mujer es católica. El día que nos conocimos ninguno de los dos le
preguntó al otro en qué creía y en qué no. Una mirada, una sola mirada, fue más
que suficiente. Después de aquel encuentro, totalmente fortuito, ocurrió algo
que ninguno de los dos buscaba y no hizo falta decir nada más.
Desde
niño soy devoto de la física y la química (y es curioso, porque siempre fui un
pésimo estudiante de esas asignaturas). Pero la fe de Diana me lleva, de vez en
cuando, al Convento de los Dominicos (uno de los primeros templos del nuevo mundo).
Disfruto,
a mi manera, permanecer al amparo de piedras centenarias y ladrillos
coloniales. Mientras oficia misa el Padre Pepe (un dominico lúcido que mira a
la sociedad dominicana con un ojo crítico y aleccionador), por mi cabeza pasan
incontables escenas.
A
veces veo venir a los frailes que habitaron el convento en 1517. A menudo, en
el dejo rugoso de Pepe, creo escuchar a Fray Montesinos clamando en los
desiertos de la sociedad actual un nuevo Sermón de Adviento. Si en la calle se
oye algún estruendo, pienso en los saqueos del sanguinario Drake.
Cuando
hay que ponerse de pie, soy disciplinado y lo hago. Cuando hay que sentarse,
vuelvo a descansar en mis ideas. El pasado Domingo de Ramos, escuché los días
finales del Rey de los Judíos al mismo tiempo que mi mujer tejía cruces de
'guano bendito' para regalarle a nuestros amigos.
Hay
otra cosa que me gusta mucho del Convento de los Dominicos: No es una iglesia
de moda. No tiene nada que ver con esos templos que se convierten en una
extensión de las secciones de sociales. Nadie de los que va allí lo hace con el
afán de exhibirse.
Una
extraña paz nos acompaña cuando termina la misa y se instaura el mediodía en la
ciudad más vieja de América. A menudo acabo escribiendo algo al regresar a
casa. Es como si el tono de voz del padre (confieso que a veces ni escucho lo
que dice) me organizara las ideas.
El
Domingo de Ramos, mientras avanzábamos por las sombras del Parque Duarte, caí
en cuenta de que Diana y yo somos artesanos de un modelo de convivencia. El
amor pudo más que nuestras creencias, algo que debería ser así en todas partes.
Nada,
ninguna fe religiosa o política debería estar por encima de un abrazo, de un
beso, de dos manos que se rozan, de dos miradas que se cruzan... Tener fe o no
tenerla solo son diferentes maneras de contestar una pregunta para la que no
tenemos respuesta.
El
problema no está en los credos ni en las convicciones, sino en lo que luego
hacemos con ellos. Me siento mucho más cerca de un devoto con ética que de un
incrédulo amoral. De la misma manera que me avergüenzan los que comulgan los
domingos y malversan de lunes a sábado.
Nuestros
enemigos no son los que piensan diferente sino los que actúan diferente. Lo que
realmente importa es la honradez y la justicia; dos valores que, dicho sea de
paso, fueron vilipendiados en República Dominicana justo antes de que comenzara
la Semana Santa.
Mi mujer y yo pensamos muy diferente, pero hay
algo mucho más fuerte que nos une: el amor y la necesidad de ser honestos en
todo lo que compartimos.
2 comentarios:
Lo que realmente importa es respetar la diversidad de criterios. Muy de acuerdo contigo, además el amor todo lo puede. Si hubiera algún rescoldo en muchos de los que atacan y persiguen, no hubiera escenas tan bochornosas como la que han representado en Panamá los comparseros del esperpento. Un abrazo
El amor, el respeto , la admiración y la fe puesta en la convivencia pacífica, pueden mover montañas, hacer que escribamos un correo, y desbloquear nuestro ánimo adverso.
Hermoso e incisivo artículo.
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