(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Mario
Dávalos y yo nacimos y nos criamos en mundos muy diferentes, la educación que
recibimos también fue diametralmente opuesta. Por eso a veces me resulta
inexplicable que coincidamos tanto en cosas tan esenciales. Muy poco después
del día en que Fernando Ferrán nos presentó, entendimos que no podíamos ser
amigos. Desde entonces nos comportamos como hermanos.
Las
redes sociales nos han regalado la oportunidad de mantenernos al tanto el uno
del otro, por más distantes que permanezcamos físicamente. Es así que
compartimos ideas, inquietudes, indignaciones, batallas, victorias y, por
supuesto, derrotas. No recuerdo una sola vez que estuviéramos en bandos
opuestos en esas incontables interacciones.
La
última de ellas tuvo un final frustrante. Antes debo advertir que Mario ha sido
muchas cosas. Primero fue un rebelde sin causa, luego artista plástico, más
tarde publicista y gestor cultural. Ahora persigue aves por todo el mundo para
darle caza con su lente.
Por
eso salió indignado de una tienda donde mantenían en cautiverio a varios pericos
de la Hispaniola (Aratinga chloroptera), una especie endémica, amenazada y
protegida. Gracias a sus tenaces denuncias en Twitter, los propietarios del
lugar se vieron forzados a retirarlos de la jaula. Aún cuando las aves se perdieron
de su vista, trató de seguir averiguando sobre su suerte.
He
participado junto a Mario en varias de sus expediciones por las cordilleras
dominicanas. En una de ellas dimos con un ejemplar de trogón de la Hispaniola.
El papagayo, dificilísimo de encontrar, desplegaba su belleza en lo más alto de
un pino. Un campesino que nos acompañaba nos pidió que le dejáramos matarlo una
vez que conseguida la fotografía.
Después
darle una hermosa lección de por qué era importante para todos que ese animal
viviera, Mario bajó hasta la casa de la familia y, mientras compartía un café
acabado de hacer, volvió a repetir su lección. Los convenció, no creo que
ninguno de ellos volviera a matar un ave nunca.
En
el camino de regreso a la Capital, Mario bajó el volumen de un rock and roll al
mínimo y me dijo una frase que no olvido: “Matar al trogón era su única manera
de retratarlo”. Entonces empezó a trazar en el aire mil ideas para lograr que
los campesinos aprendieran a “retratar” las aves con solo observarlas.
Recientemente,
se publicó un libro con un resumen de las tantas y tantas fotografías que ha
hecho durante sus expediciones. En “Wildscapes”, además de su fascinación por
las aves y la naturaleza dominicana, aparecen los resultados de sus viajes por Alaska,
Yellowstone, Nuevo México, Colorado, Arizona, Costa Rica y Finlandia.
En
esas páginas puede comprobarse que el corazón de Mario Dávalos es un cazador
solitario. Cada disparo suyo le da aún más vida a sus presas, porque nos enseña
la importancia de respetar su entorno y defender su derecho a la subsistencia.
Cuando
enumeré los oficios de Mario olvidé el más importante de todos: revolucionario.
No me refiero a esos que van por el mundo rumiando consignas y agitándole
pañuelos “a la tropa solar”. Hablo de alguien que cree en lo que cambia y esta
vivo, en lo que puede ser mejor de lo que es.
Búsquenlo en Twitter, compartan sus luchas. A mí, librar algunas de sus batallas me ha hecho un chin mejor de lo que era antes de saber que tenía un hermano.
Búsquenlo en Twitter, compartan sus luchas. A mí, librar algunas de sus batallas me ha hecho un chin mejor de lo que era antes de saber que tenía un hermano.
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