Alejandro Aguilar permaneció
en la acera con los brazos cruzados. El aire frío de la mañana habanera
circulaba a sus espaldas. Cuando por fin pudo reconocer la casa, hizo una rara
expresión de dolor. “Es ahí, tiene que ser ahí”, dijo sin atreverse a señalar,
tratando de que su voz hiciera la parte del dedo índice.
Andábamos
por la calle Calzada, en El Vedado, y de pronto advertimos que estábamos en el
lugar donde había vivido Marianela Boán. El elegante caserón, construido en el
amanecer de la República, había quedado desfigurado después de un largo viaje
hacia la noche de la pobreza.
En
ese portal, en el último año de la década del 80, una decena de espectadores
esperaba a que una bailarina le abriera la puerta de su casa. Al pasar,
descubría en escenario en el lugar de la sala. Era una de las funciones de La cuarta pared, la obra dirigida por
Víctor Varela que significó un antes y un después en la historia del teatro
cubano.
Pero
ahí adentro sucedió algo aún más importante: Marianela y Alejandro descubrieron que se amaban y que pasarían el resto de sus vidas juntos. Después
de varios ciclones y una terrible inundación, lograron mudarse a un apartamento
con vistas al mar.
Al
marcharse dejaron todos sus recuerdos colgando de las paredes. Justo por eso
Alejandro no reconocía la casa. Una quinta pared, construida por la fuerza destructiva
de la miseria, no le permitía ver la puerta, la ventana y el cielo demasiado
raso de la barbacoa.
Nunca
tendrá una tarja, es probable que el día menos pensando acabe derrumbándose.
Pero no olviden que esa casa, aunque les parezca irreconocible, cambió la
historia del teatro cubano y albergó a dos de los mejores amantes que ha tenido
la isla.
Solo
por eso merece que siga siendo lo que era, al menos en nuestra memoria.
5 comentarios:
Touche, hermanito!!! Nos dejaste sin palabras...
¡Hermoso!
Camilo, cuanto dolor. Que hermoso describes la destrucción, el olvido y la nostalgia. Que desamparó.
Muy triste, pero hermoso.
La Habana es tóxica, a mí me hace daño. Prefiero construirme una propia con los insumos más nobles. La real, la innegable, es ese pozo sin fondo. Yo estuve en esa casa y no logro encontrar ni una sola referencia que me la recuerde.
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