Dice José Saramago que para poder construir en un terreno, primero es necesario darle nombre. Antes de sembrar o levantar algo, el hombre realiza la “operación lingüística de nombrar las cosas”. Justo esa acción provocó que Eliseo Diego escribiera uno de los más hermosos textos de la poesía cubana.
Al Paradero de Camarones no encontraron cómo llamarle. Mi pueblo tiene uno de los nombres más literales que conozco. En ese punto se bajaban del tren los viajeros que iban para San Fernando de Camarones. Esa parada, esa acción, nos describe a todos, incluso a los que nunca llegaron a salir de aquí.
Luego nuestra tierra empezó a tener otros nombres y tuvimos cómo llamar a cada esquina de este reducido lugar: la Vía Estrecha, la represa de Ciprian, la tienda de Luis Vada, la bodega de Chena, la barbería de Felipe Marín, la poza de El Tranvía, la quinta de Ojeda, el garaje de Luzbel, el barrio de Las Latas, el bar de Roberto, el Callejón de La Flora, la valla de Rigo, el potrero de Felo López…
Nada aquí se basta por sí mismo para tener un nombre, como el pueblo, acaba adoptando la denominación que le dio origen. Quizás todo hubiera sido distinto si antes de clavar la primera tabla de lo que fue el primer anden, se hubieran dignado a llamar al lugar con un nombre propio, independiente al de un caserío que distaba 7 kilómetros al Este.
Nuestra tierra debe todos sus nombres, nunca tuvo uno que fuera suyo y de nadie más.
4 comentarios:
jajajaja! Eres increible!!!
Maesto, hay que decirte maestro.
San Fernando de Camarones era más que un caserío; y claro que todos los que conocemos la región lo sabemos.
Amor de pueblo.
Cada vez que te leo es como ir en el "viajeros" Cienfuegos-Santa Clara. Hay magia man!!!
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