Tenía cinco años la noche en que la subieron a un tren nocturno.
Durante todo el tiempo que duró el viaje entre Santiago y La Habana (unas 18
horas) se mantuvo en la litera de arriba, junto a su padre. En la tarde del día
siguiente la familia Sarlabous Sosa volaría rumbo a México.
Una semana después, arribaron al aeropuerto de Las Américas en
Santo Domingo. Corría 1970, una época en que había que hacer varias preguntas
antes de decir la palabra Cuba en voz alta. Luego se mudó a Islas Canarias, la
tierra de sus antepasados. Después residió en Amsterdan y Barcelona.
Regresó a Santo Domingo sin volver a su lugar de nacimiento. El
Cristo seguía siendo en su cabeza un paraje con el olor del alquitrán y la colonia de
violetas; la ciudad donde nació, un parque que ya había olvidado y que
reconstruía a través de lo que le contaban sus padres.
Tampoco recordaba el acento de sus tíos y primas. Nunca más había
vuelto a dar con los aromas de la casa de su abuela ni con el sabor de aquellas
comidas que su madre rehacía con otros ingredientes, en otras circunstancias. Por eso, antes
que ponerse a caminar por el parque Céspedes, prefirió sentarse a mirar.
No dijo ni una palabra. Si no fuera por el brusco cambio en el
ritmo de su respiración, parecería que nada le ocurría. La vida cotidiana de
Santiago de Cuba daba vueltas en círculos alrededor de ella. Nadie pudo sacarla
de su raro silencio. A 42 años de distancia de aquel tren nocturno, Diana volvía a
su justo lugar.
4 comentarios:
Un texto vibrante, hermoso, gracias por Diana, fogonero. Te sumo a mi criba de escribas. AJ
Gracias Camilo.
Me has emocionado compadre. Besos a tí y a Diana, los espero en septiembre.
DOS COSAS: 1). EL TEXTO ES UN POEMA EN PROSA QUE ME IMAGINO INCLUYAS EN EL LIBRO DE CUBA, ESTA VOLAO. 2). QUISIERA ENAMORARME ALGUN DIA COMO TU TE HAS ENAMORADO ESA MUJER.
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