Aunque nací en una estación de trenes, siempre preferí que la gente pasara sin que yo tuviera que moverme del lugar. Soy sedentario, me gusta dar vueltas en círculos sin alejarme demasiado de mi espacio. Si me hubieran dado a elegir, jamás me habría ido más allá del andén y del pueblo donde nacieron y se criaron cuatro generaciones de mi familia.
Pero a los once años me tuve que ir a una escuela al campo (donde solo nos dejaban volver a casa dos noches cada quince días) y desde entonces comencé una serie interminable de mudanzas: El Nicho, La Moza, Sabana del Moro, El Guanal, Cubanacán, Moa, El Vedado, Piantini, Cerros de Gurabo, Cerro Hermoso, Evaristo Morales y Naco.
Tanto en los albergues como en los apartamentos, siempre traté de construir señales de permanencia. En los primeros, ese espacio se reducía a una taquilla y a una litera. En los segundos, a libreros, cuadros o al color de una pared. Detesto cuando llega el momento de deshacer lo que se pensó para que durara mucho tiempo. Pocas cosas me molestan más que la provisionalidad, esa frase tan larga que mis compatriotas han reducido a once letras: “recoge y vete”.
4 comentarios:
Camilo Camilo, tan duro como mudar el corazón de su sitio, y un día amanecer en el olvido, siempre me conmueves, un abrazo.
camilo camilo, siempre nos conmueves, por dices lo que todos estamos pensando?, abrazo, sonia
Juan Carlos Recio Camilo, Camilo, casi tan malo como mudar el corazón de su sitio...por allá te dejé comentario, siempre das en el blanco, sana envidia a esa salud mijo.
Camilo, tienes razón. Pero sabemos que tambien hay mudanzas que vienen cargadas de luz y tranquilidad !!
Un abrazo !
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