Conocí a Camilo Hernández dos veces antes de perderlo de vista y encontrarlo en eso que Jorge Drexler define como “los vericuetos de la informática”. La primera, fue en la Escuela de Arte de La Habana. Aunque no era mayor que yo, su inteligencia y sus lecturas me produjeron una envidia inspiradora.
Una vez fuimos caminando desde Cubanacán hasta el cine La Rampa. Atravesamos toda Quinta Avenida, el túnel del Almendares y decenas de lugares que ya no existen. Cada vez que yo abría la boca para decir una idea, el otro Camilo soltaba tres o cuatro mucho mejores que la mía. Eso, que nunca se lo he dicho, me obligó a emular su trastorno compulsivo por la lectura y el cine.
Años después, coincidimos en una gira por toda Cuba con el pianista Víctor Rodríguez. Fuimos invitados por el maestro (junto a Bladimir Zamora, Omar Mederos y Juan Pin Vilar, entre otros) para compartir con él aquella experiencia de una punta a la otra de la Isla.
Durante los largos trayectos por la Carretera Central, Camilo hacía que todo dentro de la guagua girara en torno a sus temas de conversación. Una noche, pocos minutos antes de la función, estalló la Guerra del Golfo. Alguien trató de decir una frase para la ocasión, pero el humor de Camilo desbarató la forzada solemnidad.
Desde el primer día que nos encontramos en Facebook, le pedí que hiciera un blog. Es algo que suelo hacer con la gente que quisiera leer y no encuentro cómo. Un día me aseguró que lo haría. Luego me contó que ya había empezado, pero que prefería acumular unas cuentas entradas antes de hacerlo público.
Las primeras palabras de su bitácora explican el título: “Magdalena ‘Mima’ Menasses (o Meneses según otros) Rovenskaya fue una rusa blanca que, huyendo de la Revolución de Octubre, vagó por medio mundo hasta encontrar el sitio perfecto donde retomar su vida en paz: Baracoa, pueblito de Cuba que hasta para los cubanos queda lejos. Allí montó un pequeño hotel y ahí, en el último lugar posible, la alcanzó aquello de lo que había querido escapar”.
A Camilo en Caracas, Venezuela, también le dieron alcance. Afortunadamente su “hotel” es intangible y nadie se lo puede expropiar.
6 comentarios:
Coño, chico, pero qué honor. Y sí: soy compulsivo. Y también soy notablemente mayor que tu, pero no toques esa gaveta, que tiene comején. Ya me llegó el primer recomendado via tú. Ahora me toca hacer lo indecible por estar al nivel de esto que escribiste. Eso sí: lo de la foto no te lo perdono
Hermosa crónica sobre el otro Camilo. Me alegro saber de este muchacho y de que está a salvo. Muy buen post
Sí... me constan los cranques del Venegas (pongo el apellido porque ya veo que los Camilos se han multiplicado como las Camilas de Susú Pecoraro en las maternidades cubanas de los noventa), y qué bien que se siguen esparciendo las ideas razonables por el ciberespacio criollo.
Gracias, Camilo por descubrirNOS el BLOG del otro Camilo.
esto lko disfruté, gracias amigo
Vamos bien, Camilos
Publicar un comentario