28 mayo 2025

Feliz cumpleaños, Ana Rosario


Hoy es el cumpleaños de nuestra Ana Rosario. La última vez que la felicité, le decía que era una gran hija. Hoy, ya convertido en el abuelo chocho de David Aurelio, con los ojos llenos de lágrimas, también le digo que es una gran madre. Estoy muy orgulloso de ella por muchas razones, pero sobre todo porque ha logrado ser mejor que sus padres. Y cuando eso ocurre, uno siente que su misión está cumplida.

22 mayo 2025

Una de dos

Foto: © Mario García Joya

Cuba, en la primera mitad del siglo XX, ofreció al mundo lo que hoy se celebra como “música cubana”. Nuestros músicos de entonces encontraron las claves de un sonido universal que influyó notablemente al jazz y acabó gestando a la salsa. Aún seguimos teniendo vigencia como cultura gracias a esos ritmos, tres cocteles y un sándwich.

La nación en ruinas que está legando la revolución —ese país a oscuras que se desmorona— no puede tener mejor réquiem que el reparto. La miseria de la sociedad, esa haitianización que el personaje de Pablo anticipó en Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), también alcanzó a la música.

No asocio ese engendro sonoro (o ruidoso) con nada que reconozca como propio. Me resulta totalmente ajeno. No conecto, ni con lo que suena ni con lo que se dice.

Una de dos: o yo he dejado de ser cubano, o Cuba ya no es Cuba.

03 mayo 2025

Un día que ha durado más de 40 años

Estación de Cumanayagua, 1980.

No pude irme el lunes con mis compañeros, en el autobús escolar que nos recogía en el Paradero de Camarones para dejarnos en la tienda del pueblo de Charco Azul, donde debíamos saltar a un viejo camión de guerra para poder llegar hasta El Nicho. Estaba enfermo y me quedé en casa, bajo dos gruesas mantas.
El miércoles, cuando ya dejé de tener fiebres, Atlántida se subió conmigo en el tren mixto que iba a Cumanayagua. Recuerdo que, al pasar por San Fernando, Hugo Lois trató de que mi abuela entrara en razón. “Un viaje tan largo por dos días no tiene sentido, vieja”, le dijo el jefe de estación del pueblo vecino.
—En dos días de clase se aprende mucho —replicó Atlántida, quien jamás daba su brazo a torcer.
Cuando llegamos a Cumanayagua, supimos que la guarandinga (un híbrido cubano similar al mulo, producto del cruce entre un camión con un autobús) no podía subir a El Nicho, debido a las lluvias que estaban cayendo en las montañas. No quedaba otra alternativa que volver a casa.
Como faltaban dos horas para que el tren mixto emprendiera el viaje de regreso, nos daba tiempo a ir a la librería (donde por fin me pude comprar Los hijos del capitán Grant) y a la heladería Coppelia (donde acudían campesinos de toda la zona a experimentar en qué consistía la “punzada del guajiro”).
Al regresar a la estación, mi abuela le pidió a un fotógrafo ambulante que me retratara de completo uniforme. Y ahí estoy: en uno de los días más felices de mi vida (acababa de ganarme una semana de vacaciones y cuatro días más con Aurelio y Atlántida), en medio de un mundo del que ya no queda nada.
Al pasar otra vez por San Fernando, Hugo Lois le hizo un gesto a mi abuela que, traducido a palabras, quería decir “se lo dije, vieja, se lo dije”. Ella ni se inmutó, pero aun sin abrir la boca, logró decir un “¡Juuum!”. Dediqué el resto del día a batear piedras en el andén.
Han pasado más de 40 años, pero todavía puedo lograr que ese día ocurra con total claridad. Siempre que lo hago, me produce la misma alegría que tenía cuando me subí al vagón (que se llamaba Pionero, justo lo que yo era en ese momento) y el tren recibió la orden de salida.