18 noviembre 2019

Nuestra casa está cada vez más lejos

Durante muchísimo tiempo mi peor pesadilla fueron los exámenes de matemáticas. Un túnel muy oscuro me devolvía hasta mis años escolares. Una vez allí, de completo uniforme, me veía frente a una terrorífica página en blanco que debía llenar solo con números, sin poder usar ni siquiera una palabra. 
Ningún sueño me produjo más sobresaltos hasta que, ya en el exilio y después de haber tomado conciencia de que era un hombre libre, me veía en el aeropuerto de La Habana. La única manera que tengo para salir de esa pesadilla es la asfixia. Solo me despierto cuando me quedo sin aire.
Por más que le explico a los hombres y mujeres de verde olivo, ellos solo se burlan. Les digo que al día siguiente debo volver a mi trabajo en Santo Domingo, que hace 20 años vivo en República Dominicana. Pero ellos siguen riendo y me señalan un túnel muy oscuro. “¡Entra, dale, entra!”, me gritan.
Al escritor Ronaldo Menéndez le pasa algo muy parecido. “Acabo de volver de la ingrávida isla. Como siempre, fue pisar el aeropuerto de La Habana y ponerme muy nervioso, como si llegar fuese estar haciendo algo malo”, compartió en su muro de Facebook. 
El aeropuerto de La Habana, al menos para los cubanos, es uno de los lugares más horribles del planeta. Todo en ese edificio atemoriza. Es como si cada detalle estuviera pensado para amedrentar, desde los colores de las paredes hasta la vestimenta y la actitud de los funcionarios.
“Ay, Cubita, qué horrible te pones con cada día que pasa. Qué miedo me da pisar tu aeropuerto. Ya he vuelto a España, ya estoy en casa”, escribe Ronaldo al final de su post. Eso es justamente lo que logra el aeropuerto de La Habana en los exiliados. 
Nos obliga a reconocer que nuestra casa está cada vez más lejos, que ya no podríamos volver a vivir en Cuba.

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