16 noviembre 2019

Felicidades, Habana mía

No soy habanero. Nunca logré serlo. A pesar de que estudié y viví muchos años en ella, jamás sentí que sus espacios me pertenecían. Ni siquiera en la calle 50 de los Venegas, esos pocos metros cuadrados donde Cipriano, Monga, Sixta y Paulino dirimían sus angustias. Tampoco bastaron los años que compartí con mi hija.
Soy campesino. Me debo a esa Cuba que media entre Jatibonico y Aguada de Pasajeros. El centro de la isla delimita mi sentido de pertenencia. Sin embargo, no sería cubano del todo sin la Calzada de Puentes Grandes, esa serpiente que, después de superar tantas ruinas, une al Almendares con el cielo.
Tampoco podría ser totalmente yo sin la calle 11, ese atajo que sube desde el mar hasta el corazón sentimental de El Vedado, allí donde las puertas, las verjas y los jardines se proyectan como Memorias del subdesarrollo. Algunos metros cuadrados de esa vía me definen.
No soy habanero, pero aprender a vivir sin La Habana me tomó más de la mitad de mi vida. Muchísimas veces he soñado que vuelvo a llegar en un tren nocturno a su bahía. Nunca olvidaré todos los años que me mantuve dándole a los pedales para subsistir en ella.
Feliz aniversario, La Habana. No creo que me quede tiempo para volver a ti, pero estaré recordándote mientras me quede memoria. Si eso no te parece suficiente, es porque eres una mal agradecida. Feliz aniversario, La Habana. Si nos volvemos a ver algún día, es muy probable que ninguno de los dos nos reconozcamos.

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