Me tomó muchos años entender que las cosas no eran para siempre. Nací en un pequeñísimo pueblo de provincia donde las casas, los árboles, la gente y hasta los objetos más simples parecían haber estado ahí por siempre. A eso hay que sumarle algo: el temor a lo irremplazable.
Era tanta la escasez, que no había forma de sustituir lo que se rompía. Mi abuela Atlántida fregaba su vajilla con tanto cuidado, que nuestros platos, en 1980, eran los que siempre hubo en la casa, desde principios de los años 50... ¿O eran los sin cuenta?
Era tanta la escasez, que no había forma de sustituir lo que se rompía. Mi abuela Atlántida fregaba su vajilla con tanto cuidado, que nuestros platos, en 1980, eran los que siempre hubo en la casa, desde principios de los años 50... ¿O eran los sin cuenta?
Los vagones
del mixto de Cumanayagua fueron también los mismos durante toda infancia. Cada tres o
cuatro años, una locomotora se los llevaba en un tren de escombros para el taller de Caibarién. Dos
semanas después regresaban pintaditos, solo los agonizantes chirridos
denunciaban su antigüedad.
Las
cosas tenían que recomponerse porque nada podía sustituirse. Aún vivo dentro de
esa cultura, no logro zafarme de ella. Reparo, reconstruyo, rehago, remiendo…
Todo parece indicar que a la administración de este hotel habanero le sucede lo
mismo.
Conscientes
de que hay cosas que parecen para siempre, se han limitado a dejar el espacio
en blanco. Alguien debe ocuparse de llevar la cuenta y rellenarlo una vez al año...¿O es la sin cuenta?
1 comentario:
Un Agosto en los mediados 80' paseaba por Obispo con unos amigos y leíamos Feliz Año Nuevo...eso pasa cunado las fechas dejan de ser importantes o simplemente cuando son la rutina..
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