(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
La capital de República Dominicana es una ciudad de contrastes
avasalladores. La calle más rica puede estar a unos metros de la cañada más
pobre. La esquina más hermosa a unos pasos del parque más feo. El bosque más
silencioso al doblar del colmado más ruidoso.
La ciudad también está llena de contradicciones. Uno de los
colegios más importantes hizo un enorme mural que convida a cuidar el entorno.
Justo frente a él, dos veces al día, mientras llegan o se van los alumnos, una
doble fila de mastodónticos vehículos hacen que la calle sea intransitable y
sus alrededores inhabitables.
Santo Domingo es el único lugar de toda la geografía dominicana
que no genera sentido de pertenencia. No tiene ni siquiera gentilicio. El
capitaleño, en realidad, prefiere ser del sitio donde nacieron sus padres.
Cualquier apartado rincón es más querido que esta incontenible extensión de múltiples
caos.
El Malecón es quizás la prueba más convincente de que a muy pocos
le importa la suerte de Santo Domingo. Lo que debería ser la joya de la corona
de la ciudad, no es más que un muro en ruinas y cubierto por basura. Parecería
que es el traspatio y no uno de los frentes de mar más impresionantes del Caribe.
Pero nada es absoluto. En la Zona Colonial queda un reducto de
empecinados que defienden a su ciudad de la desidia y la indolencia. Freddy
Ginebra y Oscar Hungría son los líderes de un movimiento que, a través del
Clúster Turístico de Santo Domingo, rebuscan entre las ruinas de lo más antiguo
las razones para darle sentido al futuro.
Una noche en la que Freddy organizó un paseo en tren por las
calles más viejas del Nuevo Mundo, le pregunté qué se podía hacer para que
Santo Domingo merezca el amor de los que la viven. El fundador de Casa de
Teatro puso cara de circunstancia y respondió con tono grave, algo inusual en
él.
“Las ciudades se hacen célebres por su cultura y por sus jóvenes.
Londres es una de las capitales más antiguas del mundo y en las Olimpíadas
parecía una muchachita de quince. Hay que entregarle Santo Domingo a los
jóvenes, para que le canten, le escriban, la filmen y la llenen de los
significados que necesitan para que sientan pertenencia de ella”, recalcó
Freddy.
El Grupo Puntacana también tuvo un gesto de amor con la ciudad. En
el mismo centro de Piantini, un sector que ha perdido casi toda su floresta en
cuestión de tres o cuatro años, han revestido la fachada del edificio
corporativo con un muro vivo.
El proyecto “Pared verde”, de la diseñadora urbana y paisajista
Carla Quiñones, utilizó más de 10 tipos de plantas que le dan de comer a las
aves y reducen hasta en 10º la temperatura del interior del edificio. El singular
jardín vertical también mejora ostensiblemente la calidad ambiental del entorno.
Todos los días en la ciudad se talan varios árboles para seguir,
con un ritmo frenético, llenándolo todo de concreto y cristales. Por eso hay
que agradecer esa pared de cuatro pisos donde crecen lenguas de vaca, colas de
caballo y magueyes morados, entre otras especies.
Se pueden hacer muchas cosas para que Santo Domingo sea la ciudad
que todos nos merecemos. Casi ninguna es imposible. A veces la imaginación es
un muro verde.
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