En Cuba, Haití se intuía como una tierra lejana y gobernada por el rocío, donde sólo habitaban seres invisibles y personajes literarios. Alejo Carpentier, Jaques Roumain, Jaques Stephen Alexis y René Dépestre nos habían formado esa idea en la cabeza y con ella llegué a Santo Domingo en noviembre del 2000.
En República Dominicana, Haití es el oeste que empieza cuando se acaba el Sur. Gracias a Vianco Martínez, crucé la frontera por el río Masacre (como lo hizo Martí en 1895) y conocí en persona esa tragedia que se sigue señalando en los mapas con la forma de un país.
En una de las primeras imágenes que llegaron de la catástrofe, se ven las ruinas del palacio presidencial, ese edificio tan simbólico para la historia del Caribe que, según mi amigo Vianco, “era de una blancura insultante” en un paisaje tan gris. Hoy, el ex presidente Jean-Bertrand Aristide, ha calificado la situación como “una tragedia que desafía a la comprensión”.
Siempre me ha llamado la atención el tono de la voz de los haitianos. Más de una vez pregunté y nadie me supo responder por qué hablan tan alto. Luego supe que es porque ni siquiera así los oyen. El terrible terremoto de ayer debería abrirnos los ojos y los oídos. Es hora ya de que veamos de verdad la cosecha de escombros acumulada por los siglos, de que hagamos algo más que seguir compadeciéndonos de los gritos desesperados.
3 comentarios:
Camilo, eres un hombre de honor, bien dicho, es una verguenza tanta ignorancia, este pueblo desde siempre necesitaba ayuda en grande. Tu crónica realmente es digna, muy digna, ya se sabes que escribes bien, pero no se hace daño con agradecerte.
Muy bueno, tigre.
Un abrazo,
Es como si fuerzas no naturales se empenaran en borrar a este pequeno punto del planeta. Gracias por darle entrada a tanto dolor y que cada cual desde donde.. y como pueda... ayude al menos a recordar que esta pobre gente grita por una mano.
Saludos
Maite
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