La presentación de El amor, por ejemplo, el libro más reciente de Pablo McKinney, contó con la asistencia de un nutrido grupo de funcionarios. Secretarios (con y sin cartera), senadores y diputados (de un partido y del otro), jueces, militares y hasta el alcalde pedáneo de una lejana comarca, se dieron cita en Casa de Teatro para degustar los versos de McKinney y una cuidada selección de mangos banilejos.
La poetisa Ángela Hernández, aún sin recuperarse del asombro por aquella inesperada concurrencia, hizo una solicitud: que en República Dominicana, como en la China antigua, se le exigiera a los funcionarios un elevado conocimiento de cultura general, incluyendo, obviamente, a la poesía.
Como era de esperarse, todo se rieron de tan extraña petición. Por muchos días estuve pensando en aquella escena. Creo que Ángela pedía demasiado. A estas alturas del partido, es preferible que un funcionario siga si conocer a Shakespere o a Quevedo si sabe lo que está haciendo. Deberíamos contentarnos con que cada uno se dedique a lo suyo y trate de hacerlo con honradez. Si se logra eso, Byron y Borges pueden seguir esperando.
La poetisa Ángela Hernández, aún sin recuperarse del asombro por aquella inesperada concurrencia, hizo una solicitud: que en República Dominicana, como en la China antigua, se le exigiera a los funcionarios un elevado conocimiento de cultura general, incluyendo, obviamente, a la poesía.
Como era de esperarse, todo se rieron de tan extraña petición. Por muchos días estuve pensando en aquella escena. Creo que Ángela pedía demasiado. A estas alturas del partido, es preferible que un funcionario siga si conocer a Shakespere o a Quevedo si sabe lo que está haciendo. Deberíamos contentarnos con que cada uno se dedique a lo suyo y trate de hacerlo con honradez. Si se logra eso, Byron y Borges pueden seguir esperando.
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