En estos momentos en la Tierra se está produciendo la mayor pérdida de biodiversidad después de la que hubo con la desaparición de los dinosaurios. Más de 16,000 especies se encuentran seriamente amenazadas en todo el planeta. Desde cualquier latitud, día tras día, llegan noticias que corroboran el desastre.
El destino del último ejemplar de cada especie extinta es casi siempre el mismo: una vitrina impoluta en uno de los tantos museos de ciencias naturales. Allí, disecados y maquillados, los animales ofrecen una penosa invocación de lo que fueron en vida. Continuamente vemos incontables documentales sobre la tragedia ecológica en el mundo entero. Pero muchas veces se tiene la idea de que eso sucede lejos de uno: en los casquetes glaciares, en las selvas, en los desiertos o en los océanos que están del otro lado.
Casi siempre actuamos como si nosotros no fuéramos parte del problema y como si fueran otros los que deben resolverlo. Esa puede ser la razón por la que miramos para otra parte cuando un vendedor de pericos nos sale al paso, jaula en mano, a la salida de Santiago. Quizás por eso no decimos nada cuando nos ofrecen el “fresco palmito” en la Mejía Ricart con Lincoln.
De ahí que simulemos no oír cuando nos cuentan que allá, en el Sur, las iguanas que nadie compró duermen a un lado del camino, amarradas a un palo.
El destino del último ejemplar de cada especie extinta es casi siempre el mismo: una vitrina impoluta en uno de los tantos museos de ciencias naturales. Allí, disecados y maquillados, los animales ofrecen una penosa invocación de lo que fueron en vida. Continuamente vemos incontables documentales sobre la tragedia ecológica en el mundo entero. Pero muchas veces se tiene la idea de que eso sucede lejos de uno: en los casquetes glaciares, en las selvas, en los desiertos o en los océanos que están del otro lado.
Casi siempre actuamos como si nosotros no fuéramos parte del problema y como si fueran otros los que deben resolverlo. Esa puede ser la razón por la que miramos para otra parte cuando un vendedor de pericos nos sale al paso, jaula en mano, a la salida de Santiago. Quizás por eso no decimos nada cuando nos ofrecen el “fresco palmito” en la Mejía Ricart con Lincoln.
De ahí que simulemos no oír cuando nos cuentan que allá, en el Sur, las iguanas que nadie compró duermen a un lado del camino, amarradas a un palo.
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