07 diciembre 2025

Es hora de empezar a dejar de ser un niño


En los encuentros familiares, cuando los primos nos reuníamos, mi abuela Atlántida siempre hacía notar cuánto yo cuidaba mis juguetes. Todos conservaban sus cajas intactas y no tenían ni el más mínimo rasguño.
Años después me diagnosticarían un TOC. Un siquiatra dominicano explicó el esmero que ponía aquel infante cubano en que trenes, carritos y granjitas parecieran sin estrenar.
De viejo, seguí cuidando juguetes. Los 25 años que he tenido acceso libre a jugueterías me han permitido coleccionar muchos carritos. Todos están impecables, pero una gran amenaza se cierne sobre ellos: David Aurelio.
Por eso he decidido despedirme antes de que caigan en manos de mi nieto. Hoy los guardé en una caja hasta que él tenga edad para destrozarlos. Pronto cumpliré 60 años, es hora de empezar a dejar de ser un niño.

19 noviembre 2025

Salvador


Fue la primera persona a la que le oí decir la palabra "paradójico". La decía constantemente en aquella época (Habana, primera mitad de los años 80). Desde entonces, me la paso persiguiendo paradojas. Nunca más volví a ver al mundo igual después de que lo conocí.
—Personas como tú y yo, merecíamos haber nacido en un país donde cayera nieve —me dijo un día, después de ver una película de Bergman.
Su negativa a vivir en la realidad, su obsesión por permanecer en las nubes, me hizo entender al acto creativo de otra manera. A lo mejor hubiera acabado escribiendo, pero empecé a escribir porque él me hizo entender que yo era, fundamentalmente, un escritor.
A él le debo, entre muchísimas cosas que son esenciales para mí hoy, la primera lectura de Orlando, la novela de Virginia Woolf. Fue el primer regalo que me hizo y ese libro, como él, me cambió la vida.
Nos vimos por última vez a finales de los años 80, pero todo lo que me enseñó me ha seguido influyendo. Nunca dejaré de aprender de Salvador Lemis. Siempre buscaré sus lecciones lejos de la realidad, entre las nubes.

07 septiembre 2025

Dino

Le debía su nombre a Dino Buzzati, uno de mis escritores preferidos.

Fue el miembro más mimado y dominante de los Venegas Sarlabous por 11 años. No es posible contar nuestra última década de historia familiar sin mencionarle. Iba con nosotros a todas partes y estuvo presente en cada acontecimiento. De hecho, muchas veces sus actos de fidelidad y valentía fueron el acontecimiento.
Con una temeridad propia de las razas más fieras, cuidó de nosotros y de sus espacios (que eran los nuestros) aunque tuviera que pagar un alto precio por ello. El doctor Marino Piantini, su veterinario, solía decir que era el perro alfa más alfa que él había conocido.
Todos los días a las cinco de la mañana, la hora en la que suelo levantarme, él me esperaba de pie junto a mi lado de la cama. Si por alguna razón me quedaba dormido, se ocupaba de despertarme. A partir de ahí empezaba una larga rutina que los dos hacíamos con precisión y obediencia mutua.
Hoy fue la primera vez que tuve que hacer todo sin él y parezco un fantasma. He tenido muchos perros y a todos los he querido, pero a ninguno como a él. Llegó a la familia en contra de mi voluntad (porque entonces teníamos a Laika y yo, que siempre he preferido las razas grandes, no veía la necesidad de tener también a un faldero).
Dos semanas después sólo se dormía si lo acostaba a mi lado y ya empezaba a dominarnos, porque una mirada suya bastaba para que le perdonáramos la más grave de las travesuras. Hemos sembrado en su tumba los anturios que tanto orinaba para marcarlos como suyos. 
Los Venegas Sarlabous siempre vamos a cuidar cada palmo de tu territorio, Dinito, esa será la mejor manera de recordarte. Y cada mañana andarás a mi lado, porque de lo contrario seré incapaz de llevar a cabo la larga rutina de todos los días. Sin ti no puedo.

El día que llegó a nuestras vidas.

La despedida de María, el día que ella tuvo que volver a Madrid.

25 agosto 2025

Libros del Fogonero prepara su volumen 7: Carta de Porte

 

En un mundo que ya dejó bien atrás las promesas del siglo XX, este libro traza el recorrido de un viaje hacia el futuro que nunca llegó a la estación terminal. Camilo Venegas ha escrito una carta de porte —el documento que antes acompañaba a los bultos en tránsito— para declarar el contenido emocional y simbólico de un envío generacional: lo que se conserva, lo extraviado, lo que jamás llegó a despacharse.

Estos poemas, que atraviesan décadas y geografías con una voz íntima y contenida, cierran un tríptico iniciado en Estación del Norte y Extraños. Con su habitual precisión lírica, el autor registra pérdidas y hallazgos, convicciones y traiciones, en versos que no sólo hacen constar una vida, sino que también se despiden.

Porque quizá, como en toda carta de porte, lo más importante no sea el destino final, sino la fidelidad con que se declara el contenido.



Imagen tomada de Cuba Material.

NEVA


Con nombre de río y un filo 

impredecible,

aquella cuchilla negra 

empezó a cortarle 

lascas al lunes.

Lo hacía con el mismo 

cuidado que se le saca 

punta a un lápiz.

Pusiste tus manos

hacia arriba

para que fueran

cayendo en ellas

las virutas de la tarde.

 

Olía a madera, a lluvia 

y eran los últimos 

días de abril.

Aunque faltaban

cuatro años

para que Leningrado

se volviera a llamar

San Petersburgo,

ya todo parecía estar

llegando a su fin.

Por eso,

mientras nos veíamos

reflejados

en el oscuro espejo

de aquella hoja,

empezamos
a despedirnos 

de cada cosa 

que teníamos

a nuestro alrededor,

luego lo hicimos

de nosotros mismos.

13 agosto 2025

Escrito en el inodoro


Nunca la ignorancia había tenido tanto poder como en en lo que va de siglo XXI. Por eso siempre que puedo vuelvo al XX. (Re)visito a mis héroes y me encierro con ellos hasta que tengo que salir a comer o a corregir (es decir, ir al baño).

12 agosto 2025

No podemos dejar entrar al viejo

Dino es atendido por la doctora Adriana Mieses en Neurocardiovet.

Dino Buzzati nos acaba de dar un susto muy grande. Tuvimos que bajar con él de la Loma a las tres de la mañana. Pero al final solo fue eso, un susto. 
Como a su padre, le dan unas crisis de entusiasmo cada vez que se ve en la montaña y quiere andar por el monte todo el tiempo. Eso le provocó una bronquitis y un tumbao al caminar parecido al de Sindo Garay.
Ayer, en la veterinaria, lo ingresaron como un paciente geriátrico y eso lo deprimió. Pero le recordé una frase de Clint Eastwood que le dio mucho ánimo: "Por más achaques que tengamos, no podemos dejar entrar al viejo". 
Esta mañana ya me preguntó cuándo volvemos a subir.

31 julio 2025

Pinturita


Vivía en una sombría casa, en un camino desolado.

No conocía otros pisos que los de tierra

ni otra luz que la que tenía olor a keroseno.

Todo a su alrededor ardía una vez al año,

cuando quemaban los cañaverales

para que hombres tiznados de pies a cabeza

los cortaran a machetazos.

Era su fiesta preferida y para la ocasión se ponía 

vestidos de poliéster, brillantes y ceñidos,

de colores soviéticos, alemanes o búlgaros.

Aquella tela la hacía sudar tanto 

como a los hombres que se enfrentaban 

a las cenizas y el humo

de la paja que no dejaba de arder.

El rojo de sus labios y cachetes,

el azul de sus párpados

y las nubes de talco en el pecho y el cuello,

iluminaban el fantasmagórico paisaje.

Los hombres, aquellas exhaustas siluetas,

le llamaban Pinturita y, agradecidos,

celebraban el rubor de su cara

cada vez que aparecía 

con una lata de aceite carbón llena de agua.

Su rostro y su vestido seguían teniendo color

hasta que las cenizas y el humo, 

con la ayuda de la noche, apagaban al país.