26 abril 2024

La lectora de Agatha Christie


Lérida Yero, mi madre, fue una gran lectora de novelas. Desde que tengo memoria, recuerdo un libro en su mesita de noche. También recuerdo a mi abuelo regañándola, porque siempre perdía los marcadores y acababa doblando la esquina de la página donde paraba de leer.
Aurelio, como yo, era obsesivo en el cuidado de los libros y no toleraba el más mínimo maltrato hacia ellos. Un día estuvo a punto de zafarse el cinto porque mi prima Lazarita insistía en doblar el libro hacia atrás cada vez que empezaba a leer la página de la derecha. “¡No lo hagas más!”, fue su ultimátum.
Con Lérida, sin embargo, se dio por vencido. Ella tenía una excusa. La mayoría de las veces, en los trayectos entre el Paradero de Camarones y Cienfuegos, se veía obligada a leer de pie y acababa perdiendo los marcadores. Aunque leía de todo, incluyendo a Tolstoi, Stendhal, Dostoievski, Balzac y Faulkner, su escritora preferida era Agatha Christie.
Siempre que daba con un nuevo caso de Hércules Poirot, dejaba lo que estaba leyendo para irse tras el célebre detective. Ya en su vejez, le gustaba repasar los títulos de los libros que se le quedaron en Cuba. Siempre empezaba por los de Agatha. Aunque se estaba quedando sin memoria, los recordaba todos:
Asesinato en el Nilo, El club de los martes, Diez negritos, El asesinato de Roger Ackroyd, Cinco cerditos, Cita con la muerte, Un puñado de centeno, El misterioso caso de Styles, Muerte en las nubes, El tren de las 4:50, Un triste criprés…
Me di a la tarea de conseguirle algunos y eso la hacía sobreponerse de la tristeza en la que la había sumido su enfermedad. Se frotaba las manos feliz. “Algo bueno tenía que tener esto que me pasa —me dijo el día que le regalé Muerte en el Nilo—. No recuerdo quién es el asesino”.
Ayer me puse a ver un documental sobre Agatha Christie y le perdí el hilo a la narración. La cabeza se me llenó de recuerdos de Lérida Yero, su gran lectora. La volví a ver en la guagua de Cruces a Cienfuegos, aferrada a uno de los tubos con una mano y sosteniendo el libro con la otra.
Leía justo hasta que llegaba al final del viaje. Entonces doblaba la esquina de la página, guardaba el libro en su cartera y descendía al mundo real.

25 abril 2024

Los camiones Berliet


Hace unos días, en YouTube, hice una búsqueda de camiones Berliet. Di con uno que avanzaba a través de un pueblo de los Pirineos. Aunque frío paisaje no tenía nada que ver con la abrasadora llanura villareña, el ruido de aquella máquina me bastó. Aparté la vista de la imagen para quedarme sólo con el sonido.
En mi infancia casi todo era en blanco y negro: los periódicos, la televisión y la mayoría de las películas que pasaban en el cine Justo. Sospecho que por eso nos llamaban tanto la atención los vehículos que llegaban de los países capitalistas. Sus colores brillaban y sus formas rompían la monotonía del paisaje.
La construcción de una represa y un canal en las cercanías del Paradero de Camarones, hizo que un enjambre de Berliet irrumpiera en nuestra cotidianidad. Me gustaba verlos pasar por el crucero de San Fernando. En las horas que no había transmisiones televisivas, los trenes y aquellos camiones, que iban y volvían con la insistencia de las hormigas, eran mi entretenimiento.
Cuando terminaron el canal (que se extiende desde Paso Bonito, en Cumanayagua, hasta las inmediaciones de Ciego Montero), los Berliet dejaron de pasar. En una ciudad ese hecho pasaría inadvertido, pero en un pueblo tan pequeño como el mío se tradujo en un silencio insondable.
Por eso quise recuperar su sonido y volver a través de esa represa que son los años en Cuba. Casi todo era en blanco y negro, menos sus brillantes colores. La marca francesa, de la que también llegaron a la isla unos autobuses que circularon en Santa Clara, desapareció en 1981. La sociedad donde nací y me crié, unos doce años después.

23 abril 2024

Felicidades a la embajadora del Ron de los Dominicanos

Diana y yo junto a Luis y Susan en el Santuario de Nuestra Señora
de Covadonga, Asturias.

Diana Sarlabous y yo estamos orgullos de que nuestra hermana Susana Ortega, taratanieta de Andrés Brugal y embajadora de Ron Brugal, acaba de recibir el premio The Ultimate Rum Brand Ambassador 2024, un certamen organizado a través de Women Leading Rum y que celebra la creatividad, la visión, el liderazgo y el avance de las mujeres en la industria del ron a nivel global.
Ahora tenemos una nueva razón para seguir celebrando junto a ella y a Luis Concepción, una de las personas de las que más he aprendido y que más tiempo se ha tomado en enseñarme desde mi primer día laboral hasta hoy.
¡Felicidades, querida Susan!

16 abril 2024

El primer libro que leí

Hace unos días, en una de nuestras conversaciones por WhatsApp, Salvador Lemis me confesó que el primer libro que leyó fue Cómo entre todos salvaron al chivito, del escritor ruso Serguéi Mijalkov. Después de dar con él, enviárselo en PDF y dejarlo mudo por un buen rato, corrí a buscar el primer libro que leí.
Al repasar sus páginas, pude comprobar que sigo estando en deuda con ese libro rojo (tuvo una sobrecubierta blanca que perdió por culpa de mis primos, que no eran tan cuidadosos como yo). Ahí estaba la primera lección que recibí sobre cómo contar una historia con introducción, desarrollo, clímax y desenlace.
Los Cuentos y estampas de Vladimir Suteiev (Editorial Progreso, 1970), también me enseñaron a imaginarme diálogos muchos años antes de que, en clases de dramaturgia, me dejaran de tarea las obras de Henrik Ibsen, Antón Chéjov, Eugene O'Neill, Tennessee Williams y Edward Albee. 
Mucho antes de enfrentarme a Nora y Torvaldo, Irina Arkádina, Ephraim Cabot, Blanche DuBois, Martha y George; el pollito y el patito, los tres gatitos, el gallo y la gata caprichosa fueron personajes igual de sorprendentes, que me llenaron de inquietudes, interrogantes y, sobre todo, misterio.
Hoy, con esa injustificada felicidad que sólo se halla en la infancia y luego en la nostalgia, volví a leer varias fábulas de Cuentos y estampas. Nunca le había dado las gracias Suteiev, jamás había reconocido mi deuda con él. Y ese es, probablemente, uno de los actos más injustos que he cometido en mi vida.
Aquí estoy, Vladimir, pidiéndote disculpas, a bordo de un barquito hecho con una nuez, una pajita, un hilo y la hoja de un árbol. Gracias por ser uno de los mayores responsables de que yo acabara teniendo imaginación.


15 abril 2024

Michel Camilo: "sólo que el guaya la yuca cosecha el éxito"


(Publicada originalmente en Diario Libre, el 10 de febrero de 2004)

Michel Camilo apenas ha dormido y está prácticamente afónico. Aún no se recupera de una de las noches más felices de su vida. El pianista dominicano declinó asistir a la gala de los Grammy para dar un concierto en el Festival de Jazz de Boston. Por ello, recibió un diploma de gratitud a nombre del senado de Massachusetts. Un minuto antes de que empezara el concierto llegó la noticia. Primero oyó una ovación. Luego supo que era por él, por su Grammy. El auditorio estuvo varios minutos de pie. No contentos con eso, muchos hicieron una larga fila para saludarlo en persona.
 

¿Cómo pudo empezar a tocar después de una algarabía semejante?

Ni yo mismo lo sé. Tuve apenas unos minutos para recuperarme de la euforia. El público no cesaba de aplaudir y sólo pude callarlos con el sonido del piano. Luego supe que se habían agotado todos los discos en apenas una hora. Fue un concierto muy emotivo y la fiesta duró hasta el amanecer. Creo, sobre todas las cosas, que ese premio es la prueba de que ha valido la pena tanto sacrificio.

 

¿Lo esperaba, creía que tenía posibilidades?

Todos los trabajos nominados son muy buenos. Uno de mis maestros y uno de los músicos que más admiro, Chucho Valdés, estaba en la lista. Es muy difícil pensar en las posibilidades que uno tiene si sabe que se enfrenta a un verdadero dios del jazz latino. Cuando se recibe algo así enseguida se piensa en ellos, en los que lo han influido, por eso no trataba de no darle mucha mente a lo de las posibilidades.

 

¿Qué significó para usted hacer un disco en vivo en el Blue Note?

No lo puedo decir con palabras, es demasiado. Hay cosas que prefiero decirlas delante de un piano, las palabras no me alcanzan para resumirlas. El Blue Note es un templo, es la catedral del jazz. Allí sólo toca lo mejor de lo mejor. El que se me permitiera tocar allí ya es un premio, poder hacer el disco es un premio doble. 

 

¿Cómo es el público del Blue Note, ese que se oye aplaudir en el álbum?

Es un público exquisito y extremadamente exigente. Los que van al Blue Note saben muy bien lo que es el jazz, no se les puede timar. Ellos saben cuándo hay que aplaudir, reír, llorar o hacer silencio. El público del Blue Note ha sido testigo de noches verdaderamente inolvidables. Muchos de los hitos del jazz moderno han sucedido allí. Noche a noche, improvisación tras improvisación, en el Blue Note se escribe la historia del jazz de hoy en día.

 

¿Cómo ve al jazz latino en estos momentos?

Muchos pensaban que cuando los precursores del jazz latino desaparecieran, caeríamos en una crisis irreversible. Pero han surgido jóvenes muy talentosos y los que llamábamos jóvenes hasta hace poco ya se han convertido en maestros, en figuras claves.  El jazz latino está en un momento de esplendor. Cuando digo esto pienso, para sólo poner un ejemplo, en David Sánchez, el saxofonista boricua que a pesar de su juventud se ha convertido en un referente obligatorio.

 

Siempre hace referencia a su deuda con Paquito D'Rivera. ¿Qué significó realmente su encuentro con él?

Paquito, allá en Nueva York, debe haber celebrado este premio como si fuera suyo. Él fue esencial en mi formación. En el tiempo en que yo formé parte de su agrupación se convirtió en un perenne tutor, en un padre.  Paquito fue mi padrino en la diáspora. Él vive en carne propia eso de estar lejos de la patria y me ayudó muchísimo. Su ejemplo, su rigor, determinaron mi desempeño posterior. 

 

Además de Paquito, ¿tuvo algún otro padrino?

Sí, don Mario Rivera, el único dominicano que hacía y hace jazz latino en Nueva York. Mario también jugó un papel muy importante en aquellos años tan duros.

 

¿Por qué escogió el Centro León para presentar su disco aquí?

Porque me conmovió descubrir que en mi país ya había una institución como esa. Cuando entré me llené de orgullo. Me dije: caramba, esto está en República Dominicana.

 

¿Cuándo vuelve al país?

Vuelvo para el Casandra. Ojalá que pueda tocar ese día. En esa fecha estaré cumpliendo compromisos en México, pero volaré a Santo Domingo para estar con los míos y celebrar con los míos.

 

¿Podría enviarles un mensaje a los más jóvenes músicos dominicanos, en especial a los que hacen jazz?

Sí, claro. Este premio no es un regalo, es una recompensa por mucho, muchísimo sacrificio. Por eso le pido de corazón a los jóvenes músicos dominicanos que trabajen duro, muy duro, que estudien y toquen todos los días. Sólo que el guaya la yuca sin descanso es el que cosecha el éxito y los aplausos.

12 abril 2024

Luis Gómez: Un puente que cruza el olvido


En el número 4 de 2001, La Gaceta de Cuba publicó esta entrevista que le hicimos Lenay Blasón y yo a Luis Gómez. Esae encuentro nuestro con el gran poeta cienfueguero, animó a la Casa de las Américas a producir un disco que es una auténtica maravilla. Si tuviera que elegir una sola de todas las entrevistas que he hecho, me quedo con esta. Le agradezco a Norberto Codina y Vivian Lechuga el haber podido recuperarla. Gracias a ellos, ahora puedo compartirla en El Fogonero.




Las locomotoras de Espartaco

Aunque viví toda mi infancia en un pequeño pueblo rodeado de ingenios azucareros, nunca había visto uno por dentro. Por eso, a finales de los años 80, le pedí a un amigo de la familia (que en ese entonces era dirigente en Espartaco) que me permitiera conocer al central por dentro, en plena zafra.
Fue un largo y minucioso recorrido, empezamos por el basculador y acabamos en el lugar donde ser cargaban las tolvas de azúcar. Disfruté todo, desde el calor sofocante que provocaban los chorros de vapor, hasta el estruendo de las máquinas y las voces de los obreros que se escuchaban siempre como un lejano eco.
Al final abandonamos el edificio principal y caminamos hasta el taller de locomotoras. Allí estaban las máquinas que tanto había visto pasar por el cruzamiento de San Fernando y por el puente sobre el río Caunao. Una permanecía con el vientre apagado, en espera de que le donaran un órgano que nunca llegó.
Pero las otras dos respiraban agitadas, ya listas para salir en dirección a Paso del Medio y Manaquitas. Tuve una larga conversación con uno de los maquinistas. Le prometí que volvería para hacer el recorrido hasta el último centro de acopio. “Ese día serás el fogonero”, me prometió.
No tuve tiempo de hacerlo. El Espartaco, que antes se llamó Homiguero y había sido por más de un siglo el reloj de las zafras cienfuegueras, fue paralizado, primero, y demolido, después. En 2011, cuando volví con Diana a Cuba, me reencontré con las locomotoras. Permanecían expuestas a la sal del abandono en Cienfuegos.
Sigo arrepentido de no haber hecho ese viaje. Nadie lo ha dicho de una manera más clara que Joaquín Sabina: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Hoy di con esta foto en Facebook. Ella es todo lo que queda de un lugar que fue borrado de la faz de la tierra.
Puedo oír la respiración agitada de esas máquinas, las veo hacer equilibrio en el cruce sobre el Caunao, el olor de su humareda aún va conmigo. Al menos dentro de mi cabeza, todavía hacen zafra.

10 abril 2024

Una cita con Salvador Lemis

Salvador Lemis me ha reenviado, desde México, las fechas de los próximos eclipses solares: 30 de marzo de 2052, 23 de septiembre de 2071, 11 de mayo de 2078 y 28 de noviembre de 2198. Segundos después, recibí una invitación suya que no puedo rechazar.
Cuando llegué a La Habana para estudiar teatro, a principios de los años 80, Salvador se convirtió en una especie de tutor para mí. Gracias a él descubrí la mejor polilla de la ciudad (así le llaman en Cuba a los lugares donde se venden libros viejos) y me hice adicto a la cinemateca.
Entonces vendían en los estanquillos una cartelera con la programación cultural de la semana, incluidas las películas que se exhibían en los más de cien cines qua aún le quedaban a ciudad. Más de una vez nos subimos a un autobús para cazar una película en un lejano cine de barrio.
No olvido la noche que fuimos a ver Fitzcarraldo al Chaplin. Durante todo el trayecto de la ruta 32, me fue comentando la obra de Werner Herzog y las fascinantes actuaciones que había dejado en ella Klaus Kinski. Se puso de pie cuando pasamos el puente Almendares, como si temiera perder la parada. 
Tuve excelentes profesores en la escuela de Cubanacán. A cada rato Raúl Martin (compañero de aula) y yo repasamos la lista y no dejamos de sorprendernos. “Eran los mejores posibles”, siempre subraya Raulito. Pero con quien más aprendí en aquellos años fue con Salvador.
—Dicen que el más emocionante es el que veremos en 2198 —me escribió al final de las fechas de los eclipses—. ¡Ya tengo mis lentes!
—Ahí estaré —le respondí—. ¡Yo también tengo los míos!
No pienso faltar a la cita.

08 abril 2024

Nada las eclipsó

Mis amigos en México, en los desiertos de California y al norte de todo eso se retrataron con espejuelos de cartón. Todos miraban al cielo como si esperaran alguna protección de él. A cada una de sus fotos le puse que me gustaba. Y era cierto. Me alegraba que tuvieran la oportunidad de ver a un astro atravesándose en el camino del otro.
Recuerdo los eclipses de mi infancia, los vi a través de un fondo de botella (preferiblemente verde). Si busco las fechas de los eclipses de los años 70 y 80, podría decir dónde me encontraba en ese momento. Paradero de Camarones, El Nicho, Manicaragua, El Guanal, La Habana, el Paradero de Camarones otra vez (no tenía tanta capacidad de movimiento en aquellos años).
Hoy, ya próximo a cumplir los 60, estaba muy pendiente del eclipse. Las personas mayores solemos tomarnos con más solemnidad de la cuenta esos eventos. Pero resulta que en la Cordillera Central dominicana no paró de llover y la Loma de Thoreau fue tomada por la neblina. No pude ver el eclipse, pero vi un día espléndido dominado por los aguaceros y la escasa visibilidad.
Nada eclipsó a la lluvia y a la neblina en mi mundo y no precisé de unos espejuelos de cartón ni de un fondo de botella para verlo. La felicidad se ve a simple vista.

07 abril 2024

El hombre de los dos pies izquierdos

Anoche, por primera vez en los 24 años que hace que vivo en República Dominicana, bailé merengue en público. Afortunadamente no hay testimonios gráficos del incidente. Tengo dos pies izquierdos y rara vez logran coordinarse entre si para seguir cualquier ritmo que vaya más allá de las canciones de Roberto Carlos y de "Hotel California" (pieza con la que logré una destreza danzaria increíble, sobre todo con las manos). 
Una vez le oí decir al maestro Gonzalo Rubalcaba que una de las mayores diferencias entre el son y el merengue la marcaban los bailadores. "Los cubanos ponen el pie en el silencio, los dominicanos en el sonido", resumió. Yo, indiscriminadamente. Le agradezco a Diana Sarlabous, apasionada bailadora de merengue, todo el esfuerzo que hizo para disimular mi incompetencia. Si no hicieron un coro a mi alrededor para burlarse y "cortarme leva", fue gracias a ella.

15 marzo 2024

Zaldívar me regala la 1844


Alfredo Zaldívar me envió una locomotora de regalo. Es una Baldwin 2-8-0 de 55 toneladas, fabricada por BLW en Filadelfia, en 1926. Su número de serie eran el 59220. Fue propiedad del central El Pilar (luego Eduardo García Lavandero) hasta principios de los años 70.
Ya con el número 1844, se la llevaron para las llanuras camagüeyanas, donde hizo zafra por al menos tres décadas. Sus potentes resoplidos (era una de las máquinas más grandes de Cuba) le pusieron música al paisaje agramontino. Como la Banda Gigante del Beny, pasó por Vertientes, Camagüey, Florida y Morón. 
En la portada de La venta de miel (1990), la primera plaquette que publiqué en Ediciones Vigía, usamos varios sellos de correos de Cuba con imágenes de locomotoras de vapor. En uno de ellos, podía apreciarse una Baldwin muy parecida a la 1844.
Le agradezco a Zaldívar, uno de los cubanos que más he querido, el regalo y los recuerdos que trajo consigo. Aquella experiencia, la de aprender a hacer libros a mano, fue una de esas cosas que uno vive, como diría Calamaro, sólo para tener que recordarlas.


14 marzo 2024

El gusto de equivocarse

A propósito del post Martí también se equivocó, Norberto Fuentes me envió esta crónica que comparto en El Fogonero, para reciprocar la publicación en Libreta de apuntes del texto mío y como agradecimiento, otra vez, por la sopa de cebollas y el chuletón.

Diana Sarlabous y yo en el estudio del escritor.

En la foto, Camilo Venegas con su mujer Diana (que él, curiosamente, llama «mi pareja») en mi casa la noche del 3 de febrero hasta la madrugada del 4 mientras ignoraban los zumbidos de sus celulares emitidos no se de qué otra parte de la Florida donde, creo, habían dejado encerrada en un closet a una tía y que, a Camilo, finalmente un elitista, le pareció inoportuno incluir en la comitiva matrimonial que visitaban al augusto autor cubano, que es el que queda a la derecha de la imagen, la que ha sido captada con otro celular por la que vendría a ser «mi pareja»: la doctora Niurka. Acabamos de llegar de un restaurante que nosotros llamamos «Los Tarros», uno de los establecimientos de la cadena de Longhorn, donde adiestré al discípulo Camilo en el jamado de unos sólidos chuletones de ternera adelantados por bullentes sopas de cebolla y echados a rodar hacia el fondo del estómago con sendas pintas del glorioso laguer bostoniano de Samuel Adams escanciados desde las espitas. Las damas, no. No se cual de ellas imitó a la otra, pero se fueron ambas por unas suaves y —aseguraron ellas— muy saludables ensaladas de las hierbas habituales de la ocasión, lechuga, tomate, berro, brócoli, amén de aderezadas con blue cheese y nueces y uvas y hollejos de mandarina y trocitos de manzana. Vaya, una especie de coctel de frutas sobre gajos picoteados. En fin, que Camilito y yo nos hartamos de carne y del espeso caldo de cebollas y la espumeante laguer bostoniana hasta el cuello (el cuello, pero por dentro). Tanto, que cuando llegamos a mi casa, para el café y las descargas finales de la noche, a mí me había crecido la panza de tal manera que solo puede ser descrita con el lugar común de que parecía un tambor. Días después, cuando recibo de Santo Domingo —donde residen los visitantes— las dos fotos de la velada, en una de ellas el panzón se revela yo diría que de formaobscena. La otra foto es más bonita y estamos los tres sonrientes y felices. Mi advertencia a Camilo, de que si publicaba la foto de la panza iba a matarlo, fue desobedecida de manera rampante. Y a la hora publicar en su blog El Fogonero —bajo el título de «Martí se equivocó»— el gracioso texto que encabeza esta nota y que yo reproduzco en su integridad no tuvo reparos en emplear la imagen prohibida como ilustración. Y ahora yo me veo en esta situación de reservar pasaje en American y en la disyuntiva de decidirme por la Glock o por el machete Gurkha con hoja de 20 pulgadas. Aunque no está mala la idea de encerrarlo en el closet con la tía, si aún la infeliz se encuentra allí, aunque despojado de su celular.
                                                                                                         Norberto Fuentes

12 marzo 2024

Martí se equivocó


Los amigos no se esconden ni se pasan con ficha, tampoco se convierten en forros (sigo hablando de dominó). Yo, por ejemplo, le tengo un profundo cariño a Norberto Fuentes. Pueden decirme lo que quieran, menos cuestionar el respeto que siento por él y por su obra. 
La lectura en mi adolescencia de un libro suyo, Condenados del Condado (1968), fue decisiva para que yo intentara escribir. Eso se agradece de por vida. Tirando de ese hilo llegué a sus reportajes periodísticos (de los mejores escritos en la Cuba de los 60) y a Hemingway en Cuba (1984), obra monumental e irremplazable.
Conozco a muy pocos cubanos que escriban tan bien como Norberto. Pero aun si fuera mal escritor, defendiera mi derecho a ser su amigo y a admirarlo. Antonio José Ponte también es uno de los cubanos que más quiero y admiro. Es tan buen escritor como Norberto. Los dos se saben queridos por mí y tienen conocimiento de mi cariño por el otro.
Estoy convencido de que la base de todo no es el limón sino la honestidad. Nunca le he ocultado Norberto a Ponte ni Ponte a Norberto. Todo esto no es más que un ejemplo. No hay necesidad de mentir para querer lograr algo, basta con ser transparente. 
La inmensa mayoría de las cosas que nos han ocultado a los cubanos, no se han logrado. En eso Martí se equivocó, como nos hemos equivocado todos sin necesidad de ser apóstoles.

La intuición de Diana


La intuición de Diana Sarlabous no deja de sorprenderme, por eso siempre acabo haciéndole caso. La semana pasada teníamos comprados dos boletos de avión y habíamos reservado una habitación con vistas a una ciudad en la que sólo hemos estado de paso. Pero a última hora, cuando ya casi salíamos para el aeropuerto, me pidió que nos quedáramos en casa. 
Lo hizo después de leer cuidadosamente mis intercambios con quienes habían palabreado la invitación. Fui a poner la palabra "cursado" pero, en honor a la verdad, nunca llegó nada formalmente. "Aprovechemos esos boletos para hacer un viaje que siempre has querido", me propuso.
A pesar de que el nuevo destino nos queda mucho más lejos, los pasajes salieron más baratos. Es decir, que el arrepentimiento acabó produciendo dividendos. La intuición de mi Cucha, insisto, me ha salvado de muchas y esta vez, además, me llevará hasta dos lugares esenciales para el Camilo que soy, el que quisiera seguir siendo.

11 marzo 2024

Los últimos días de la cigüita azul en la Loma de Thoreau


Seguimos disfrutando de los últimos días de la cigüita azul (Setophaga caerulescens) en la Loma de Thoreau. Cada vez está más cerca la fecha de su regreso al lugar de América del Norte donde anidará.  Esperamos que vuelva en otoño. Nunca faltará el agua en su bañera de girasol para que, en cuanto llegue, se dé uno de esos baños que tanto le gustan.


En azul, la zona de cría en los bosques caducifolios de Norteamérica, que va desde la región de los Grandes Lagos hasta Nueva Escocia, y de Nuevo Brunswick a Georgia, a lo largo de los Apalaches. En amarillo, la zona donde pasa el invierno en las Antillas, desde Bahamas hasta las islas de Sotavento y en las costas caribeñas de Yucatán, Belice, Guatemala y Honduras.

Kilómetro 101


Leyendo Kilómetro 101 compruebo que el socialismo deja los mismos traumas en todas partes y hace que un ruso sienta exactamente lo mismo que un cubano. La angustia de tener que sobrevivir las interminables 24 horas de cada día, les anestesia el más mínimo interés en el futuro.

"Los sentimientos más habituales son dos: el miedo a la muerte y el poco amor a la vida. No quieren pararse a pensar en su futuro: que todo siga como está. No es vida, sino un fin de vida. Celebran las fiestas, beben y cantan, pero si miras a los ojos, si miras a los ojos no ves ninguna alegría", escribe Maxim Ósipov.

Él se refiere a la pequeña ciudad de N., una capital de distrito que está muy cerca de Moscú. Puedo decir lo mismo de Unión de Reyes, Cabaiguán, Jatibonico, Sibanicú o cualquier otro pueblo de Cuba, sin importar en qué kilómetro de la Carretera Central está, cuán lejos o cuán cerca de La Habana queda.

08 marzo 2024

Roundabout

Bladimir y yo en Barcelona, 1993.

Siempre he reconocido mi gran deuda con Bladimir Zamora. Aunque en casa se escuchaba música cubana a todas horas, fue a la sombra del Bladi que de verdad entendí a María Teresa Vera, el Trío Matamoros, Arsenio Rodríguez, Beny Moré y la Orquesta Aragón, por solo mencionar a los que más oíamos.

En 1992, el año de las Olimpiadas de Barcelona, Bladi estuvo una larga temporada en España. Durante todo ese tiempo, me hice cargo de un programa que él tenía en Radio Ciudad de La Habana. Recuerdo que la tarde en que estábamos coordinando el “traspaso de poderes”, le hice una pregunta incómoda.

Fue respecto al tema del espacio. Siempre me había llamado la atención que, siendo tan celoso como él era con nuestra tradición musical, escogiera para comenzar su programa el solo de guitarra de “Roundabout”, la descomunal pieza con la que comienza el disco Fragile (1971) de Yes.

—Para presumir de guajiro, sabes demasiado de rock —me dijo con su voz más ronca y arqueando una ceja. Después de una pausa y ya en tono de complicidad, agregó—: Parece música cubana, ¿verdad?

A la semana siguiente, cuando fui a grabar el programa, le pedí Chelala, el técnico, que dejara correr el tema un poco más allá del solo de guitarra. Empezó a reírse mientras cortaba la música y le hacía señas a Robert Martin, el locutor, para que comenzara a leer mi guión, que estaba dedicado por entero al cienfueguero Eusebio Delfín.

—Bladi me advirtió que me pedirías eso —aclaró Chelala—. Y me hizo prometerle que bajo ningún concepto te hiciera caso.

Mi mujer mundial


El machismo clásico asegura que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. Soy la prueba de que eso es totalmente falso. Además de que soy mucho más pequeño, ella es la que está delante... y en cada costado. No me imagino un ángulo de mi vida sin ella. Para mí es impensable no saberla a mi lado, queriéndome o regañándome, aprobándome o exigiéndome cada vez más.
Hace 12 años soy el hombre más feliz del mundo, pero sólo me doy cuenta de eso cuando no la tengo a mi lado. Porque hace 12 años que no sé estar solo. A veces, por razones ajenas a nuestra voluntad, nos hemos tenido que separar y los dos (es justo reconocer que a ella también le pasa lo mismo) nos extrañamos tanto que acortamos lo más rápido que podemos la distancia que nos separa. 
Hoy celebro a mi mujer mundial. Con música de Calamaro, pero por razones que son sólo mías. Diana Sarlabous es la razón más contundente por la que escribo, siembro y bebo, los tres placeres que más disfruto después de amarla.
Tú eres, Cucha, mi montaña y mis nubes.

16 febrero 2024

El Fogonero en La Yola Borracha


Rubén Lamarche es uno de los dominicanos más lúcidos que he conocido. Es un gran conocedor del cine, la literatura y el béisbol. Y alguien que hable sin parar y apasionadamente sobre esos tres temas, puede contar siempre con mi amistad y admiración.
Hace unos días, en los estudios de Bao Radio, nos pusimos a conversar sobre Atlántida. Aquí tienen el video, por si quieren darse una vueltecita.

14 febrero 2024

Un día como ayer

Pase usted Señor Jonrón, la conmovedora biografía de Pedro José
escrita por Fernando Rodríguez Álvarez.

Un día como ayer, hace tres años, perdí al más grande héroe de mi infancia. Nadie como Pedro José Rodríguez me hizo aplaudir hasta que me dolieran las manos y saltar con la mayor de las alegrías. Sus hazañas para mí sólo eran comparables con las de Sandokán, el temible tigre de la Malasia. 
En 1978 yo también fui campeón. Igual que los argentinos, mi provincia se coronó como reina de la isla, al vencer a Pinar del Río en un juego que se celebró en La Habana y que vimos a través de las pantallas de los televisores soviéticos. Un sólo swing de Cheíto bastó para decidir. Luego él mismo comenzó la jugada del punto final.
Mi sentido de pertenencia por Las Villas, mi irrenunciable territorialidad villareña, se deben en gran medida al orgullo que me hacían sentir sus descomunales batazos. 
¡Gloria eterna al Señor Jonrón!

13 febrero 2024

Un camino de regreso


Gracias a un amigo supe de la existencia de Flowering Plants from Cuba Gardens, publicado por The Woman's Club of Havana en 1951. Afortunadamente, di con un ejemplar en Amazon y lo he recorrido de principio a fin, como si anduviera por los senderos de un jardín (esos que siempre se bifurcan).
Es una auténtica joya, no sólo botánica sino también antropológica. Me ha hecho muy feliz descubrir que en la Loma de Thoreau atesoramos las plantas esenciales del follaje cubano y varias de las que formaban parte de los impresionantes jardines del central Soledad (actual Jardín Botánico de Cienfuegos).
Compruebo una vez más que sembrar para mí es también un camino de regreso.


01 febrero 2024

La guasabita

Los cubanos tradujeron UAZ en guaz, de ahí el apodo de guasabita.

Desde muy pequeño disfruto coleccionar. Atesoré clavos de línea, boletos de trenes, sellos de correos, fotos de escritores y hasta botellas vacías. Ya en la vejez, me ha dado por acumular "carritos", para complacer al niño que tuvo que ceñirse a los juguetes básicos, no básicos y dirigidos.
Uno de los momentos más felices de mi vida ocurrió en 1981. Estaba becado en la Escuela Secundaria Básica de El Nicho y me dieron unas fiebres tan altas que acabé interno en el hospital del pueblo (la doctora que me cuidó es uno de los personajes de la novela en la que trabajo ahora).
La mañana del miércoles apareció mi abuela Atlántida en la puerta de la sala. Había hecho el camino a pie desde Crucecitas y no aceptó ninguna de las promesas que le hicieron el director y la doctora. "¡El niño se va conmigo!", sentenció. Después de darse por vencido, Nivaldo (así se llamaba aquel buen hombre) le ordenó al chofer de la guasabita que nos bajara hasta Cumanayagua.
Cuando abrieron la puerta de aquella cápsula soviética, estábamos junto al tren que nos llevaría de regreso a casa. A menudo recuerdo su olor, era semejante al de un pasaje de Apocalipsis Now. La he encontrado desarmada, pero cuidaré de cada detalle para que me quede perfecta. Como les dije al principio, soy un coleccionista.

La hiedra


En una de nuestras caminatas por el madrileño Paseo de los Melancólicos, Diana cortó una pequeña rama de hiedra para ponerla en una jarra con agua. Su intención era adornar una salón que, en aquel momento, estaba totalmente desnudo. 
Cuando llegó el día de volver a Santo Domingo, nos dimos cuenta de que había empezado a echar raíces. No nos atrevimos a abandonar. La envolvimos en plástico y la echamos en una de las maletas.
Ya se comenzado a escalar por uno de los encaches de la Loma de Thoreau. Todas esas piedras serán suyas en un futuro y, parafraseando la canción, sus raíces de nuestros sueños no podrán separarse jamás.

28 enero 2024

Feliz cumpleaños, Pepe


En Montecristi, donde José y Máximo firmaron el Manifiesto que nos haría libres. Ese día, Alejandro, Marianera, Diana y yo recorrimos la casa en silencio, como si quisiéramos escuchar a Manana trajinando en la cocina y a Panchito cojear por el largo pasillo donde su padre se metía a caballo.
A pesar de que Cuba sigue con un grillete en el tobillo, feliz cumpleaños, Pepe. Hoy, cerca del punto del mediodía, me beberé un gin tonic a la salud de tu buena estrella y de todos los que, de una manera o de otra, hemos sido alumbrados por ella.

26 enero 2024

Vida de un viajante


Estos dos tomos con obras maestras del teatro norteamericano me cambiaron la vida. Nunca tuve ejemplares propios, porque los compré junto con Alexis Díaz de Villegas y siempre asumimos que eran de los dos. También los leí con el Majá. Íbamos comentando obra a obra mientras O'Neill, Williams, Miller, Odets y Albee nos trocaban las cabezas. 
Otro condiscípulo, mi querido Raúl Martín, acaba de conseguirme ambos volúmenes en La Habana. Uno ya perdió la cubierta, el otro también está bastante deteriorado. Pero lo que me importa de esos libros son sus tripas. Ese gran aporte a nuestra cultura que hizo Felipe Cunill al traducir a esos gigantes al idioma que hablábamos en aquella Cuba.
A veces lo único que necesitamos es un libro. Ya precisaba esos dos y Raúl logró conseguirlos. Acabo de contraer una deuda impagable e incobrable.

25 enero 2024

Ocujes para la Loma de Thoreau


El ocuje (Calophyllum calabamara, mara para los dominicanos) es uno de los árboles preferidos de Diana y, tampoco voy a negarlo, un frondoso recuerdo del paisaje de Cienfuegos, la ciudad que más me gusta a mí. Sus brillantes hojas y su generosa sombra siempre me conducen a la calle Casales, donde mi tía Caridad Yero vivió a finales de los 70 y principios de los 80.
Como necesito reforestar un lindero en la Loma de Thoreau, fui con una carretilla hasta el vivero más cercano de casa. Conseguí ocho, de manera que serán tres viajes (aproveché y compré una eugenia, que es el dormitorio preferido de las aves migratorias. 
Pocas cosas me producen más felicidad que ver a esas matas creciendo, a través de los años, en la Cordillera más alta del Caribe.

24 enero 2024

Una receta de fray Ángel


Fray Ángel Ramón Serrano García es el cocinero del Monasterio Santo Espíritu, en Gilet, Valencia. Además de seguirle en YouTube, donde es toda una celebridad, he comprado su libro de recetas. Todas son tradicionales y muy simples, con apenas los ingredientes básicos. Ayer en casa hicimos sus patas de cerdo con garbanzos. Quedaron tan ricas, que hoy las repetí.
Antes, a fray Ángel le llamaban el cocinero del monasterio. Ahora a Santo Espíritu le llaman el monasterio del cocinero. Diana y yo nos hemos prometido ir a conocerle y a probar sus platos cocinados por él. Les recomiendo sus videos en YouTube. Mientras cocina, da deliciosas lecciones sobre el arte del buen vivir, algo que es mucho más sencillo de lo que creemos.


23 enero 2024

A Carlos Pérez Peña


Nunca se lo he dicho, pero estudié teatro por su culpa. A mediados de los años 70, en una de las vacaciones que me tocaban con mi padre, conocí La Macagua. Él vivía en Manicaragua y se había hecho amigo de Sergio Corrieri, con quien solía irse de pesquerías al puerto de Casilda y al lago Hanabanilla.
Un día, como no tenía con quien dejarme, me llevó hasta el campamento del Grupo de Teatro Escambray. Tota, la madre de Sergio (muchos años después supe que se llamaba Gilda Hernández), se encargó de cuidarme. Me hizo un enorme bistec empanizado y se sentó a fumar frente a mí hasta que lo terminé.
Era un fin de semana y no había casi nadie en el campamento. Desde una nave que estaba en el centro de todo, se escucharon unos gritos. Me asomé por una de las persianas. Un hombre se movía en círculos y decía cosas incompresibles. No entendía nada, pero tampoco podía dejar de mirar.
Tiempo después, cuando el Grupo se presentó en mi escuela, supe su nombre completo: Carlos Pérez Peña. Al bajar del escenario me reconoció. Cuando me llamó por mi nombre delante de todos y me abrazó, me sentí el estudiante más importante de toda la enseñanza media en Cuba.
De pequeño quería ser ferroviario. Pero después de ver a aquel hombre moviéndose en círculos y diciendo cosas incompresibles, algo me cambió para siempre. Desde entonces vivo en dos mundos: el real y otro en el que doy vueltas dentro de mí hasta dar con lo que quiero decir.
Hoy Raúl Martín puso en sus manos un ejemplar de Atlántida que le envié. Es la mejor manera que tengo de agradecerle lo que hizo por mí. Puedo reconstruir la escena detalle a detalle, a pesar de que la única luz que la alumbraba era la que entraba por las ranuras de las persianas. 
En una de ellas estaba yo. Con pantalones cortos y parado de puntillas, lleno de asombro, con una rara emoción que me dura hasta hoy. Gracias otra vez, Carlos Pérez Peña, por haberme iniciado en el misterio de la creación.