10 noviembre 2024

El día que Marta Valdés nos descubrió a Gonzalo Rubalcaba


(Entrevista publicada originalmente en Diario de Cuba)

Gonzalo Rubalcaba es hoy uno de los más grandes músicos cubanos de todos los tiempos. Su monumental obra discográfica constituye uno de los mayores aportes de Cuba a la historia del jazz. Ya no es posible hablar de nuestra gran tradición pianística sin mencionarle, junto a Lecuona, los Valdés (Bebo y Chucho) y una larga lista de virtuosos que universalizaron los ritmos de nuestra identidad.
Pero en 1981, Gonzalito apenas tenía 18 años y aún estudiaba en el Conservatorio de Música Amadeo Roldán. Ese año, las autoridades cubanas habían levantado la veda que pesaba sobre Marta Valdés, quien había sido sacada de todos los medios de difusión masiva y permaneció confinada en un grupo teatral, en un fecundo refugio donde compuso algunas de sus mejores piezas.
La EGREM, el único sello discográfico que existía en la isla en ese momento, por fin accedió a producirle un disco que acabó incluyendo en la serie Nuestros Autores. Para la grabación, la compositora seleccionó cuidadosamente a los que iban a cantar y tocar las once canciones que aparecerían en el álbum. 
En los créditos, junto a Miguelito Cuní, Elena Burke, Pablo Milanés, Frank Emilio, Emiliano Salvador, Alina Sánchez, Guillermo y Argelia Fragoso, Miriam Ramos, Jorge Aragón, Lucía Huergo, Eduardo Ramos, Frank Bejerano y Manuel Varela, aparece un muchachito al que todavía le chiqueaban el nombre.
“Una felicitación especial a Gonzalito —escribió Marta en la contracubierta—, que a los 18 años, debuta brillantemente en discos”. 
43 años después, recordamos aquí aquel suceso.
 
¿Cómo te llegó la invitación para participar en aquel exclusivo proyecto?
En esa época Marta pasaba mucho por la casa donde nací y crecí, en el corazón de Cayo Hueso. En aquella zona de La Habana vivía muchísima gente que tenía que ver con la música, el teatro y el arte. Yo vi pasar a Marta muchas veces por la acera de enfrente. Siempre iba con el estuche de la guitarra y siempre saludaba, porque conocía a mi papá [Guillermo Rubalcaba].
Ella había estado muchos años fuera de la escena musical. No por su voluntad, sino por decisión del oficialismo. Pero esa ausencia no la desvinculó nunca de lo más exigente del gremio musical, especialmente de la gente del filin, el mundo del jazz, la música clásica y los mejores exponentes de la canción cubana. Eso la mantuvo con un nivel altísimo que quedó en evidencia en el disco, donde todos los que participaron asumieron aquello como un acto de reivindicación.
No puedo precisar cómo me llegó la invitación. Yo era vecino de Guillermo y Argelia Fragoso. Además, entre las glorias invitadas estaba Frank Emilio, alguien que en casa se escuchaba mucho y que para mí era un referente desde muy pequeño. Por cierto, uno de los momentos épicos de ese disco, a nivel musical y de interpretación, es la versión que Frank Emilio y Elena hacen de “En la imaginación”.
En esa época conocía también a Lucía Huergo y a Miriam Ramos, quienes ya conocían lo que yo hacía y me habían reconocido públicamente. Creo que la idea de que me sumara pudo venir de alguno de los participantes en el proyecto. Aunque tomando en cuenta que Marta decidió cada cosa que se hizo dentro de ese disco, desde quién hacía los arreglos, quién tocaba, quién cantaba, las intenciones, los matices, todo, especulo que fue ella quien me lo dijo. 
 
¿Recuerdas los detalles de la grabación?
Fui con el uniforme de la escuela, que en ese momento era el de camisa blanca con pantalón mostaza. Tuve que salir entre turnos de clase y caminé desde el Amadeo Roldán hasta la EGREM. Llegué, grabé el piano de “Y con tus palabras” y luego me pusieron a hacer otras cosas. También toqué el piano y el platillo en “Canción del año nuevo” y el clavicémbalo y la lira en “José Jacinto”. Es decir, que contribuí con algunos colores que requerían los arreglos.
Tiempo después me di cuenta de que Marta me había dado la oportunidad de tocar una de sus piezas más emblemáticas, quizás la primera que la puso en el club sagrado de los grandes compositores de canciones. Yo no era muy consciente en ese momento de la gran responsabilidad que significaba grabar el piano de “Palabras” y es mejor que fuera así. Porque siendo tan joven a lo mejor no hubiera tenido la capacidad de llevar correctamente el enorme peso del proyecto, no hubiera logrado tocar con naturalidad y completamente desnudo, que es lo que pasa ahí, lo que se oye ahora.
Tuve total libertad a la hora de tocar. Por supuesto, había una guía, un arreglo con una estructura, y me dijeron: dale, toca. Se hizo una sola toma y sucedió en un ambiente muy relajado. Yo percibía un entusiasmo, un compromiso y una alegría tremenda entre los que estaban allí. Todos parecían poseídos por el estado anímico de aquel sentido homenaje a Marta, de un auténtico reconocimiento a su obra y a su persona.
 
En el disco “Nocturnal”, que grabaste con Charlie Haden en 2001, incluyen una canción de Marta. ¿De quién fue la idea de hacer una versión de “No te empeñes más”, de Charlie o tuya? ¿Por qué la eligieron? 
Todo empezó una noche que Charlie me llamó preocupado, porque tenía que entregarle un último disco a la compañía disquera con la que él estaba en ese momento y no sabía qué hacer. “No quiero grabar otro disco de jazz puro —me dijo—, quiero otra cosa y estoy trabado. ¿Tienes alguna idea de qué debo hacer, me puedes ayudar”. Le pedí que me dejara pensar y le prometí que lo llamaría en cuando se me ocurriera algo.
Por esos días me habían regalado un cofre con la discografía de Pablo Milanés y yo estaba escuchando aquellos discos, sobre todo los que él le dedicó al filin. En algunas canciones el piano lo tocaba Emiliano Salvador y en otras Frank Emilio. Aquellas versiones me parecían realmente extraordinarias y de pronto me pregunté qué tan dispuesto estaría Charlie a tomar ese camino, abordar el universo de la canción, sobre todo del filin cubano y el bolero mexicano.
Lo llamé, le expliqué y me pidió que le enviara un CD con las piezas que yo entendía podían estar en el disco. Le quemé uno con 22 canciones y se lo envié. Tres o cuatro días después me llamó. “Este es el disco —me aseguró—. Vamos a hacerlo y yo te entrego la producción musical”. Le propuse un grupo más reducido de canciones entre las que estaba “No te empeñes más” y él las aceptó todas.
Esa es la historia sobre cómo volví a Marta.
 
¿Si tuvieras que explicarle a alguien que no la conoce quién es Marta Valdés, cómo lo harías?
Creo que una de las cosas más valiosas de Marta Valdés es lo fiel que siempre fue a un arte puro. Nunca fue seducida ni se sintió obligada a tener que hacer nada que rompiera o fuera en contra de sus necesidades como creadora. Y eso lo corroboran los años que estuvo silenciada, fuera de escena. Cuando la volvimos a ver, era una Marta todavía más fuerte, más profunda, más determinada a seguir haciendo el arte que ella quería hacer. Mucho más depurada y definida desde todo punto de vista. Ese es el modelo de artista que yo siempre he defendido. Ese es el modelo de artista que yo siempre he aspirado a ser. 
Los artistas viven situaciones muy similares al resto de las personas. Sufren pérdidas, tienen desamores o problemas económicos, se ven afectados por la política y las ideologías, y todo esto los puede llevar a situaciones muy desfavorables. Marta siempre fue muy sincera y su obra es tan sincera como ella.
Supo entender perfectamente la historia y el hilo conductor de la cancionística cubana y la llevó a un nivel de creación y de expresión muy alto, pero además muy personal.
Deslumbró, porque además era una de las pocas mujeres que estaba al mismo nivel del grupo de hombres que siempre dominó ese ámbito. Fue muy auténtica y se preocupó por mantenerse siempre en una constante evolución. Y otra cosa muy valiosa de ella: no tenía ningún problema para reconocer dónde estaba el talento, lo nuevo, la frescura. Ella entendía, se daba cuenta, advertía dónde estaba la innovación y se acercaba sin prejuicios.
Todo eso sin dejar de ser nunca Marta Valdés. En el primer compás, el primer sonido, la primera nota, la primera sílaba de una canción suya tú reconoces que se trata de Marta Valdés. Esa quizás sea una de las cosas más difíciles de lograr por un artista.
 
¿De todas las interpretaciones que se han hecho de la obra de Marta, cuáles son para ti las que con mayor profundidad logran llegar a su esencia?
Yo me inclino a pensar en tres. Hay mucho más que lo han hecho muy bien, pero hay tres de las que estuve muy cerca y pude apreciar la seriedad con la que asumían esa gran responsabilidad que es interpretar a Marta Valdés. Uno es Pablo Milanés, la otra es Elena Burke y la otra es Miriam Ramos.
Esta es una de esas preguntas que siempre te ponen en desventaja, porque al más mínimo fallo de la memoria te cae todo el mundo encima. Pero esos tres nombres que mencioné no quisieron cantar una canción de Marta, sino que se propusieron abordar en sus interpretaciones la obra de Marta. Ellos tocaron todas las aristas de Marta, buscaron dónde está la sombra, dónde la luz, se propusieron conocer de verdad el mundo interior de la autora. Eso es otra cosa muy diferente, va más allá de todo.
Recientemente, Gema Corredera y Haydée Milanés también han abordado la obra de Marta con mucha seriedad y compromiso. Gema estuvo muy cerca de ella durante un largo tiempo y Haydée me imaginó que, en la intimidad de su hogar, oyó muchas veces a Pablo descargar con canciones de Marta. Así que esa pasión en ella es algo genético.
Pero en el momento en que me hiciste la pregunta, yo me ubiqué en mi niñez y mi juventud, en los años previos y posteriores a mi participación en el disco, cuando empezaba a tener conciencia de la trascendencia de todos estos personajes de los cuales tuve la suerte, la dicha, la bendición de estar cerca de una manera o de otra. Ellos formaban parte del mundo musical con el que crecí y le hicieron aportes esenciales al músico que he sido.
 
Gracias, Gonzalo, por esta conversación. Mi intención era que fuera muy breve y se ha extendido…
Déjame extenderla un tilín más para agregar algo muy importante sobre Marta. La música de Marta tiene una condición que no siempre encuentras en los compositores de canciones. En Marta es tan importante la letra como la música. Tú le quitas la música a una letra suya y te quedas con un texto impecable. Le quitas el texto a la música y te quedas con una exquisita composición musical. Eso pasa con muy pocos autores. 
Hay muchas canciones muy conocidas que si le quitas la letra te quedas sin nada. Y descubrimos que su música es muy humilde y sencilla, apenas un apoyo a lo que se va diciendo. En el caso de Marta, no es así. Todas sus canciones tienen una música tan bien elaborada como sus letras. Ella logra que tanto la parte instrumental como la parte lírica tengan un peso tremendo, consigue un balance entre esos dos mundos que siempre me ha impresionado.
Cuando uno se propone hacer música instrumental de canciones muy conocidas, lo primero que tiene que hacer es buscar cuáles de ellas funcionan sin la letra. Hay muchas canciones que cuando le quitas la letra se quedan en muy poquita cosa. En el caso de Marta tú puedes coger cualquiera de sus canciones, quitarle la letra y van a seguir teniendo el mismo peso, la misma importancia, el mismo impacto. Todas resultan ser piezas instrumentales de una riqueza increíble.
Eso prueba el gran valor de la Marta músico. No sólo era la compositora de grandes canciones, también era un gran músico. Imagínate el agradecimiento que tiene con ella aquel muchachito que, con uniforme de escuela, se escapó del Amadeo para ir a la EGREM a grabar el piano de “Palabras”… No tengo palabras.

06 noviembre 2024

Azúcar negra


a Bladimir Zamora

El 11 de julio de 1993, a las 22:30, en la plaza de toros de Las Ventas, Celia Cruz se paró delante de nosotros y nos hizo una reverencia. Vestida de verde desde el cuello hasta los pies y con una larga capa blanca, dijo ser dulce como el melao, alegre como el tambor y traer el rítmico tumbao de África en el corazón.
“¡Azúcar, azúcar negra, ay, cuánto me gusta y me alegra!”, le respondimos a coro. Poco a poco, los cubanos presentes nos fuimos reagrupando a los pies de la reina. Entonces ella, que hasta ese momento le cantaba a la oscuridad de los tendidos, empezó a distinguir rostros y a fijar su mirada en ellos.
Recuerdo que por una fracción de segundo, Celia Cruz y yo nos miramos a los ojos. Me quedé un largo rato paralizado. Ni siquiera los empujones y los golpes de los que bailaban consiguieron que me movieran. Luego le pidió a sus compatriotas que levantaran la mano y el mar de brazos la hizo llorar.
Puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que es la única vez que la he oído decir “¡Azúcar!” con tristeza. Se llevó las dos manos, con los dedos entrelazados, al pecho. Luego guardó un largo silencio que tuvieron que romper los tambores de la orquesta. 
“Quiero que todos ustedes me permitan cantarle a mi tierra —dijo todavía conmovida—. Pinar del Río, Habana, aaayyy mi bandera cubanaaaaa, Matanzas, Santa Clara, Camagüey y Orieeeeente… ¡Cuba qué lindo son tus paisajes, Cuba, qué lindo son!”.
Cada uno le fue diciéndole a los que tenía alrededor de dónde era. Se escucharon los nombres de Artemisa, Cárdenas, Remedios, Bayamo, Trinidad, Batabanó… Como Paradero de Camarones es muy largo y casi siempre precisa una explicación, dije Cienfuegos. Alguien a mis espaldas dijo que también era de allá.
Entonces, no puedo decir cómo, apareció una enorme bandera. Extendida, pasó sobre nuestras cabezas hasta llegar al escenario. Con mucho trabajo, lidiando con el vestido verde, la larga capa blanca y los elevados tacones, Celia se arrodilló.
“Ya esto no es Madrid —dijo el poeta a mi lado— la plaza de toros de Las Ventas esta noche queda en Cuba”. Nos abrazamos con una mano, mientras con la otra sosteníamos uno de los extensos bordes de la bandera. Cantamos hasta quedarnos sin voz, bailamos hasta llenarnos los zapatos de tierra.
Nunca le pregunté a qué Cuba se refería: a la de Celia, a la que nos tocó a nosotros o a una como aquella noche, ya borrosa y pixelada para siempre, donde todos pudiéramos reencontrarnos.

05 noviembre 2024

Cremà

Calle Dr. Antonio Muñoz, Alfafar.
Foto: Eduardo Lozano

Aquel enorme edificio que Lozano señaló durante el recorrido que nos dio por Valencia, ardió en las noticias. En poco más de dos horas las llamas lo abrasaron todo. Las condiciones meteorológicas y el revestimiento de aluminio y polietileno no dieron tiempo a nada. Diez fallecidos y quince heridos.
El coche de mi amigo, el Citroën C-Elysée 2019 en el que nos llevó a conocer el cauce original del Turia, fue arrastrado por la gota fría de 2024. Acabó bajo otros cinco coches, junto a las vías, con los vidrios destrozados y anegado en lodo. Bajo ellos aún corría el agua.
“¡Estamos vivos!”, exclamó Lozano cuando le llamamos. Alcanzamos a oír gritos y voces desesperadas. Luego me envió las imágenes del momento de la tragedia. El Turia había pasado por su calle, que ahora era un río de chatarra y de personas desesperadas que intentaban escalar por aquellos muros de acero y plástico.
Hemos visto el final del Citroën C-Elysée 2019. Una grúa lo mantuvo en alto y luego lo dejó caer en un vagón lleno de escombros. Desde su balcón, mi amigo le dedicó unas últimas palabras. Hasta el momento, las autoridades reportan 215 fallecidos. Los desaparecidos aún no pueden cifrarse con exactitud.
Sigo sin entender por qué Valencia se ha empeñado en quemar o destruir nuestros recuerdos de aquel día. He llamado a Lozano para preguntarle por la playa de Las Arenas. Afortunadamente sigue ahí. Tendremos que volver a ella para reconstruirlo todo.