23 octubre 2024

La camarera del Abastos


Ella todavía no conoce Madrid,
ni cree que le haga falta,
y sigue sin entender
por qué en Galicia
tiene que llover todo el año.
Aún no sabe cómo cerrar
los paraguas y eso la desespera.
Tampoco se explica por qué aquí
los vecinos no se conocen
y los extraños
no saben mirarse a los ojos.
Se pregunta qué le encuentran
a los percebes
y extraña el sabor
de la comida dominicana,
el aroma de las verduritas,
las habichuelas
como sólo las sabe
guisar su madre
y la telera, el único pan
que de verdad sabe a Navidad.

No le gusta el caldo gallego
porque, asegura, no existe
nada más desabrido.
Le repugna el olor a pescado
y a eso es a lo que huelen
sus manos
desde el día que llegó.
La sorprende la llovizna
camino de la mesa más lejana
y enseguida se cubre el cabello.
Le brillan los ojos
cuando mencionamos
a Bonao, La Vega, Jarabacoa…
Le decimos que pasamos
todos los fines de semana
por su pueblo y la nostalgia
la deja sin fuerzas.
Se deja caer en una silla,
nos cuenta lo feliz que era
y las razones por la que vino.
Nos pide que repitamos
otra vez aquellos nombres.
La complacemos:
Bonao, La Vega, Jarabacoa…
Se vuelve a cubrir el cabello
y regresa a la última mesa,
donde le han pedido
más percebes.

Nos señala el cielo cerrado
de Santiago de Compostela
y se encoje de hombros.
Sigue sin entender
por qué en Galicia
tiene que llover todo el año.

21 octubre 2024

Presa número 6*

La presa número 6 retratada por Ana Rosario Venegas.

Este espejo nos llevará aguas abajo,
como antes se llevó 
la sangre del antiguo Matadero
y el hedor que vertía aquí 
el Madrid de los Austria.
Mira bien esos rostros 
porque pronto 
nos perderemos de vista.
Eso que ves ahí 
es lo que hemos acabado siendo.
Borrosos, fugaces, 
como los gansos 
que huyeron del Nilo
y acabaron 
quedándose para siempre.
Míranos bien, 
porque pronto 
la Presa Número 6
quedará atrás 
y ya será imposible
volver a dar con nosotros.

Este espejo nos llevará aguas abajo,
primero por el Jarama 
y después a través de esa Castilla
que amasaban en Cuba
antes de llevarla al horno 
durante toda la noche.
Esos cansados rostros 
que dejamos caer al agua 
pronto llegarán al Tajo.
Borrosos, fugaces,
como los gansos del Nilo,
esa especie invasora
que nunca será considerada
parte de la fauna local.

Mira bien esos rostros,
porque puede llegar el día
en que ninguno de los dos 
logre saber quiénes eran.

*El Manzanares fue represado para que Madrid simulara tener uno de los grandes ríos de Europa y no un riachuelo que medra por Castilla. Frente a nuestro balcón están las compuertas de la presa número 6.

20 octubre 2024

La luna imposible


Este fue un fin de semana de luna llena. La Loma de Thoreau resplandecía. Hasta en la cañada, el sitio donde la noche se cierra más, todo se distinguía con claridad. Cuando nos acostamos, después de ver dos capítulos de una serie que acabó defraudándonos, Diana me pidió que le hiciera una foto a lo que se veía por la ventana.
Me di la vuelta (porque siempre me duermo de su lado) y me impresionó la imagen que tenía delante. En primer plano, la penda que crece junto a nuestra cabaña. Luego, los pinos y el palo amarillo, que siempre se las arregla para ser el protagonista, mire donde se mire. De fondo, las luces del pueblo.
Y en lo alto, entre unas dramáticas nubes, estaba la luna rotunda, absoluta. Traté de captar aquella imagen más de diez veces, jugué con todas las posibilidades del iPhone, pero al final todo fue en vano. Lo que veía en la pantalla no guardaba ninguna relación con la impresionante escena que tenía delante.
Justo en ese momento me llegó un mensaje de un amigo que vive en Cuba. Me reprochaba que, en medio de la crisis que vivía la isla, yo me ocupara de celebrar cosas “tan frívolas como una orquídea o un aguacate” (sic). No le respondí. Él ya tiene suficiente con la realidad que le toca vivir, pensé.
Pero eso no impidió que me quedara rumiando aquella frase un largo rato. En el año 2000, cuando tomé la decisión de irme de Cuba, renuncié a 33 años de vida y a un territorio sin el que nunca me imaginé. Muchas de las cosas que les dieron sentido a esas tres décadas se quedaron atrás y aún hoy lamento su pérdida.
Empezar de cero es no tener nada con lo que hacer ni la más mínima suma. A eso me enfrenté por años. Tener que subsistir en el exilio, aún con el viento a favor, te llena de miedos, incertidumbres, predisposiciones… Jamás culpé a nadie por mi circunstancia.
Encima de mis problemas, de mis preocupaciones por llegar a fin de mes y sustentar a mi hija y a mi madre, traté en la medida de mis posibilidades de contribuir, con mi testimonio y mi opinión, a una Cuba más libre y próspera. Es decir, a un país diferente a la que nos tocó vivir. Justo el mismo amigo criticó entonces mi “radicalización”.
Llegó un momento —que no puedo precisar con exactitud— en que di a Cuba por perdida. Entonces me di a la tarea de crear mi patria particular, un mínimo territorio donde poder aterrizar todas las cosas que tenía en el aire. La Loma de Thoreau fue eso, como lo son las orquídeas y los aguacates.
Incluso la luna imposible, esa luz que no pude captar pero que igual me llevó de regreso a casa. Cada uno debe asumir las oscuridades de su circunstancia y eso hago desde hace 24 años. Seguir considerándolo mi amigo es la mayor prueba de que todo mi resentimiento se lo dedico a los que de verdad se lo merecen.

Geo Ripley, de las sombras a la luz


El jueves pasado volvimos a Baní, cuna de Máximo, el dominicano que enseñó a los cubanos a cargar al machete. Nuestra visita fue pacífica. Se trató de un pacto zanjado con nuestros primos Mary y Marcos, quienes estuvieron al frente de la exposición que celebró los 60 años de vida artística de Geo Ripley.
“De las sombras a la luz” resume, en dos ámbitos, la desorbitante creatividad de un caribeño esencial y universal. El Centro Cultural Perelló (iniciativa privada de la familia que produce Café Santo Domingo) vio lo que al estatal y miope Ministerio de Cultura se le escapó, abriéndole de par en par las puertas a un artista invencible.
Geo Ripley descubre lo que se quiere cubrir, reafirma lo que se niega, celebra lo que a otros acompleja, se concentra en lo esencial en un mundo cultural donde prima cada vez más los obsoletos códigos del espectáculo televisivo y la bobería. Esa es una de las razones por la que disfruté tanto ese acto de fe.
Las comunidades vecinas trajeron sus deidades y las razones por las que creen en ellas y en el artista. Las paredes soportaron seis décadas de constante búsqueda de una identidad… o de muchas, porque Geo son muchos Geo y su obra, en consecuencia, parece pertenecer a varios individuos y no a uno solo. 
Gracias, Mary y Marcos. Gracias, Baní, por nuestra independencia y por la exposición. Gracias, Geo, por tu obra y por los abrazos de los que Diana y yo nos sentimos tan orgullosos.




16 octubre 2024

De Pello al Taiger

Fotograma de una escena de Memorias del subdesarrollo
(Tomás Gutiérrez Alea, 1968) con música de Pello el Afrokán.

El caso del Taiger me avergonzó, porque demostró mi cada vez mayor desconocimiento de la Cuba actual. El país donde nací ya no existe y, a tres años de cumplir los 60, no me queda vida para sentarme a esperar por la reconstrucción de una nación y una sociedad que hoy están en ruinas. 
No puedo precisar cuándo di a Cuba por perdida, pero lo cierto es que ya le presto mucha más atención a los territorios que habito. Por eso no sabía quién era el Taiger ni había oído jamás nada suyo. Desde semejante ignorancia, me resulta imposible juzgar su obra. 
Dejo eso a los entendidos y a los que les dice algo eso que él hacía. A mí, francamente, me resulta ajeno, irrelevante. Y con esto no le estoy restando importancia a él sino a mi juicio. Aunque juzgar lo que se desconoce es uno de nuestros deportes nacionales, sigo prefiriendo el béisbol.
Disfruto presumir de mi colección de música cubana. Ella es la suma de mis gustos con los de mis abuelos, mis padres y mis más queridos amigos. Casi todo lo que oigo de Cuba pertenece al siglo pasado y a artistas muertos. Con Marta Valdés perdí a uno de los pocos vivos que me van quedando.
Nunca me gustó Pello el Afrokán, pero por una cuestión nostálgica tengo un disco suyo que a veces suena en la emisora con mi nombre que me ha preparado iTunes. En el momento menos esperado, empiezan a retumbar a mi alrededor unos incesantes tambores y un coro que pregunta una y otra vez dónde está Teresa.
Cuando Pello se convirtió en el músico más popular de Cuba, casi todas las leyendas de nuestra música aún vivían. Pero eso no impidió que el ritmo mozambique, uno de los más pobres de todos los creados en la isla, se impusiera como la banda sonora de los primeros años de la revolución.
Quizás el Taiguer sea la banda sonora de su final. Y su música, como lo fue la de Pello en su época, el más genuino resumen del momento que se vive allí. De Pello al Taiguer, se podrá acotar en la línea de tiempo y ahí las dudas sobre la trascendencia de ambos quedarán despejadas.

13 octubre 2024

Otro avance de "Estación del Norte"

Consuelo Castañeda retratada por Carla G. Colomé, autora
de la entrevista a la que se refiere el poema.

Uno puede decidir cuándo se sienta a escribir un cuento o una novela. El poema, en cambio, es quien decide cuándo lo vas a escribir (si no los fabricas en ChatGPT). Estuve un largo tiempo sin que se me ocurriera ni un verso y de pronto, uno tras otro, han ido apareciendo poemitas. 
Escribí sin parar durante el Camino de Santiago y las semanas que estuvimos en Madrid. Quizás por eso todos tienen algo en común y parecen dialogar entre sí. Hace poco publiqué "Como la anciana de Baxoia" en Diario de Cuba. Según el orden del documento este vino justo después. 
Como el primer poema que escribí se llama Estación del Norte, ese nombre se le quedó al documento y hasta ahora parece que será el título de la colección. Algo curioso, no hay trenes en este librito. Al menos hasta ahora no pasa ninguno por ningún verso.


POR CONSUELO CASTAÑEDA

Te gustaría pensar así,
ser como la artista
astigmática,
hipermetrópica,
que todavía no sabe
cómo en verdad
se ve la luna.
Esa que dice no tener
tiempo ni vida
para seguir
cargando
con todo aquello.
Te gustaría no decir
nunca más
la palabra exilio,
escapar de los lugares
y las personas
que hoy te obligan
a seguir siendo 
tú mismo.
Huir
hasta que no tengas
ni la más mínima
necesidad de recordar
la última vez 
que viste a la luna
encima 
de aquella casa,
alumbrando
como si fuera de día
la única forma de ser
que creías tener,
el rostro por el que 
aún respondes
cada vez que te llaman.

09 octubre 2024

Réquiem por Armando de Armas


Cuando nos conocimos, él era asesor literario de la Casa de la Cultura de Cienfuegos. “¿Te has leído el Amadís de Gaula? —fue la primera pregunta que me hizo—. Todo lo que hace falta saber está en las novelas de caballería”. Elegía muy bien sus amigos y presumía de tener dos listas: una de afectos y otra negra.
Caminaba por el boulevard con un pañuelo blanco en la mano. Siempre lo mantenía perfumado. Con él secada el sudor de su cuello y de la frente de las mujeres que se detenían a saludarlo. Alberto Yarini era su héroe y los interpretaba a cabalidad. Andando con él conocí un Cienfuegos suburbial, clandestino.
Una tarde me invitó a “darnos unos cañangazos”. Fuimos hasta el hotel Jagua. Allí nos esperaban Chema Castiñeira (un actor que había cumplido una larga condena por participar en un complot para asesinar a Fidel Castro) y tres lindas cubanas. Ese día bebí por primera vez whisky.
Una de las mujeres era una bellísima dirigente cultural con cuyo esposo habíamos compartido más de una vez. Mandy notó mi asombro. “Todas tienen una fantasía —me dijo al oído—. Cuando descubres cuál es, son tuyas”. Luego notó que yo consultaba el reloj constantemente y me preguntó qué pasaba. 
“Es que se me va a ir la última guagua para Cruces” le dije. “Tengo un amigo taxista que me debe un favor —dijo mientras se secaba el cuello con el pañuelo blanco—, él te lleva a tu San Nicolás del Peladero”. Al salir del hotel, ya de madrugada, ahí estaba su amigo taxista.
Manifestaba abiertamente que era de derechas (hablo de los años 80 del siglo pasado) y no escondía su admiración por los alzados del Escambray (su padre había colaborado con ellos). Osvaldo Ramírez era su unidad de medida para la valentía. “Ya en Cuba no quedan hombres como él”, advertía constantemente.
Tenía una vasta cultura y era uno de los más voraces lectores que he conocido.  Pero prefería regirse por los códigos de la guapería cubana. No perdonaba las flaquezas ni las traiciones. Pañuelo blanco en mano, discutía de pie y vociferando, lo mismo de literatura que de historia o política. 
Hace unos años le pedí para El Fogonero un texto sobre la estación de Cienfuegos Carga. “Sigues en la lista de mis afectos”, puso al final de su envío. Tú también, Mandy. Algún día nos reencontraremos, entonces espero que me presentes a Amadís, Palmerín, Felixmarte, Cirongilio y, por supuesto, a Osvaldo Ramírez.

04 octubre 2024

Como la anciana de Baxoia*


Escoger, siempre pudimos escoger.
Apartar lo vano,
soplar las cáscaras,
quitar pequeñas piedras o terrones
siempre estuvo permitido.
Cada tarde, después de sintonizar
alguna distracción en la radio,
nuestras mujeres se sentaban a la mesa.
Primero la cubrían con un hule,
luego vertían en ella el arroz sucio.
Encima de aquellos motivos eslavos
(rombos, flores silvestres,
aves de colores inexplicables)
comenzaban a separar
la luz de las tinieblas.
Como la anciana de Baxoia,
aquella del delantal a cuadros,
la que nunca 
levantó la cabeza de las habas,
nuestras esposas, madres y abuelas
hundían sus frentes
en los últimos minutos de la tarde.
Así permanecían hasta que por fin 
podían ponerse a cocinar
lo poco que había quedado.
Escoger, siempre pudimos escoger.
Lo que no se nos permitía allí
era elegir.
Eso lo aprendimos
una vez que conseguimos largarnos.

*Este poema, escrito durante el Camino de Santiago, en septiembre de 2024, fue publicado originalmente por Diario de Cuba.

03 octubre 2024

Tú no sospechas, Marta Valdés, todo lo que te debo


Todavía no me explico qué vio Marta Valdés en mí. Lo cierto es que un día, después de escucharme leer un poema, se me acercó. Caminó despacio, con las manos tomadas en la espalda. Me miró de arriba abajo con una expresión atemorizante y, después de un silencio que se me hizo eterno, por fin habló.
—¿Es cierto que eres graduado de dirección teatral? —me preguntó.
—Sí —le respondí con un intimidado hilo de voz.
—¿Te gustaría dirigir mi Peña en la casona de Teatro Estudio?
No sabía de qué se trataba, pero acepté sin pensarlo. Entonces me explicó que era un espacio donde ella cantaba, acompañada por Gema Corredera y Pavel Urquiza. Además, actores invitados decían poemas y representaban monólogos o pequeñas escenas de obras.
Todos los sábados, dos horas antes de que empezara la Peña, debía sentarme junto a ella a revisar el guión. A lápiz, con una punta afiladísima, apuntaba los cambios. Aunque siempre acabábamos improvisando, necesitaba que todo estuviera previsto hasta en los más mínimos detalles.
—Sólo se puede improvisar —me decía—, cuando se sabe muy bien lo que se quiere hacer.
Fundamentaba cada instrucción o corrección. Eso convertía sus comentarios en valiosas lecciones. Sus conocimientos de música, literatura y cultura cubana acababan avasallándome. Esas dos horas que compartí con ella, sábado tras sábado, para mí cuentan como una carrera universitaria. 
Con el tiempo advertí que aquella expresión atemorizante, no era más que la armadura con la que se protegía uno de los corazones más nobles y generosos que llegaría a conocer en mi vida. Gema y Pavel, que la acompañaron nota a nota en aquella aventura, no me dejarán mentir. 
El día que se enteró que me casaría con la madre de mi hija Ana Rosario, me exigió que la boda fuera en la Peña y que todos nos disfrazáramos con los vestuarios de las obras de Teatro Estudio. Luego me preguntó qué regalo quería. Le pedí algo que creí imposible: que Elena Burke cante.
Cuando llegamos al patio del caserón ya ella estaba disfrazada, guitarra en mano. A su lado, Elena Burke empezaba a impacientarse con el calor que le daban aquellos tules. Fue la única vez que todo fue totalmente improvisado. Aún hoy no puedo escuchar sus canciones sin verla delante de mí, mirándome de arriba abajo, con las manos tomadas en la espalda, intimidándome.
Tú no sospechas, Marta Valdés, todo lo que te debo.

01 octubre 2024

La última carta que recibí de Aurelio



Mi abuelo Aurelio Yero Alonso, el jefe de estación, acostumbraba a enviarme cartas cuando yo no estaba en casa. Recibí muchas en las diferentes becas (con ese eufemismo llamaban en mi país a los internados). Algunas de ellas estaban escritas al dorso de las vías para los trenes, porque no había otro papel en el P
aradero de Camarones.
Durante los dos años que estudié en El Nicho, una escuela que estaba en las montañas del Escambray, me contaba las películas que había me perdido. Sobre todo, las que pasaban en Historia del cine, un programa que ponían después de las diez de la noche, hora en que apagaban la planta eléctrica y teníamos que irnos a dormir.
Además de mantenerme al tanto de las incidencias en el ferrocarril, me adelantaba noticias del pueblo. Su descripción sobre un accidente, en el que una locomotora le cortó los dedos de los pies a Vilo Pérez, se convirtió en una de las viñetas de Atlántida.
Cuando enfermó sus cartas se hicieron cada vez más esporádicas. Esta fue la última. La recibí en Moa, durante los meses que estuve allí haciendo mi tesis de graduación. Luego mi madre me contó que hizo un gran esfuerzo para terminarla. Murió cinco meses después.


Camarones 4 – 11 – 1986
 
Camilito: 
Querido hijo, que te encuentres bien en unión de tus compañeros son nuestros deseos, aquí bien todos. Perdona esta letra tan mala, yo tenía otra mejor se la di a guardar a tu mamá y cuando se la pedí para hacer esta carta no la encontró. Tú sabes que ella tiene mala memoria.
Nos dijeron que estabas estudiando mucho eso nos alegra sobremanera. Este es tu último año de estudiante después a trabajar y a estudiar, así labrarás tu futuro y el de tu familia. Estudiando mucho con interés con perseverancia, que tú seas el orgullo nuestro. Aprende sobre las obras que te trasmiten la sabiduría de los grandes autores, el pensamiento y la literatura que ellos te hagan llegar a través de los libros. Nosotros viviremos felices con tu actuación en la vida.
Nada de cigarros, ni bebidas alcohólicas. El cigarro causa las manchas en los pulmones y más tarde el cáncer. El alcohol te enferma el hígado y te atrofia el cerebro, y no puedes asimilar lo que tú estudias. Oye este consejo, que un alcohólico vale menos que el pensamiento de un borracho.
Te diré que Alexis* cogió la hemorrágica y lo trajeron en una guagua de Santa Clara y ya está mejor. Pero dice que no le va a pasar como a Villaverde cuando salió del hospital, porque cuando el mal es de indigestar no valen guayabas verdes.
El jardín de tu mami y de tu mamá está prosperando, han fijado su fecha de inauguración para julio del año que viene. Ya tú estarás aquí, para que hables en el acto de apertura. Ya tu mamá guarda su granito de comino.
Bueno, Camilito, pórtate como un hombre, mucho fundamento, mucho interés en el estudio, no a las malas compañías, que las malas compañías te traen malas situaciones. Vuelvo a repetirte, mucho estudio mucha formalidad.
Tenemos muchísimos deseos de verte, que estés aquí con nosotros después del deber cumplido.
Nuestro saludo para tus compañeros todos. Tú recibe muchos besos de tu mami, tu mamá y uno de tu papá
Aurelio
 
*Se refiere a Alexis Rodríguez, uno de mis mejores amigos de infancia y también hijo de un ferroviario, quien había contraído la conjuntivitis hemorrágica. En aquella Cuba, si te sorprendían en la calle con los ojos rojos te aislaban de inmediato.

Los meses de Moa

Junto a Danny Jacomino, con  la bahía de Baracoa de fondo.

Entre 1985 y 1986, me fui a Moa junto a tres compañeros de aula en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán. Miguel Pérez, Francisco Oliveros, Pedro Valdivia y yo viajamos 815 kilómetros en un autobús yugoeslavo para integrarnos al Grupo de Teatro Tierra Roja, fundado por José Oriol. Teníamos el propósito de dirigir allí la puesta en escena con la que nos graduaríamos.
En vísperas de aquel largo viaje, Salvador Lemis me regaló "En mi oreja creció un arbolito", una obra para niños que acababa de escribir. Gracias a la complicidad de Danny Jacomino y a su actuación junto a dos niñas de la comunidad, la puesta en escena mereció Diploma de Oro. Honor que compartí con Raúl Martín.
Estas dos fotos son las únicas que conservo de aquella experiencia. No fueron hechas en Moa sino en Baracoa. Habíamos ido hasta allí en una avioneta An-2 que hacía tres viajes al día entre esas dos ciudades del oriente cubano. Por cierto, aquella expedición en un artefacto con las alas de tela, fue el primer vuelo de mi vida.
De Moa se fue un Camilo totalmente diferente al que llegó. Allí los días contaban como semanas y los meses como largos años. Nunca olvidaré aquellas jornadas de polvo rojo, creación frenética y libertad absoluta en un entorno tan hostil. El Camilo actual, de una manera o de otra, siempre trata de seguirle los pasos al que fui entre 1985 y 1986.

En Duaba, Baracoa, conociendo el lugar por donde desembarcó
el general Antonio el 1 de abril de 1895.