28 enero 2024

Feliz cumpleaños, Pepe


En Montecristi, donde José y Máximo firmaron el Manifiesto que nos haría libres. Ese día, Alejandro, Marianera, Diana y yo recorrimos la casa en silencio, como si quisiéramos escuchar a Manana trajinando en la cocina y a Panchito cojear por el largo pasillo donde su padre se metía a caballo.
A pesar de que Cuba sigue con un grillete en el tobillo, feliz cumpleaños, Pepe. Hoy, cerca del punto del mediodía, me beberé un gin tonic a la salud de tu buena estrella y de todos los que, de una manera o de otra, hemos sido alumbrados por ella.

26 enero 2024

Vida de un viajante


Estos dos tomos con obras maestras del teatro norteamericano me cambiaron la vida. Nunca tuve ejemplares propios, porque los compré junto con Alexis Díaz de Villegas y siempre asumimos que eran de los dos. También los leí con el Majá. Íbamos comentando obra a obra mientras O'Neill, Williams, Miller, Odets y Albee nos trocaban las cabezas. 
Otro condiscípulo, mi querido Raúl Martín, acaba de conseguirme ambos volúmenes en La Habana. Uno ya perdió la cubierta, el otro también está bastante deteriorado. Pero lo que me importa de esos libros son sus tripas. Ese gran aporte a nuestra cultura que hizo Felipe Cunill al traducir a esos gigantes al idioma que hablábamos en aquella Cuba.
A veces lo único que necesitamos es un libro. Ya precisaba esos dos y Raúl logró conseguirlos. Acabo de contraer una deuda impagable e incobrable.

25 enero 2024

Ocujes para la Loma de Thoreau


El ocuje (Calophyllum calabamara, mara para los dominicanos) es uno de los árboles preferidos de Diana y, tampoco voy a negarlo, un frondoso recuerdo del paisaje de Cienfuegos, la ciudad que más me gusta a mí. Sus brillantes hojas y su generosa sombra siempre me conducen a la calle Casales, donde mi tía Caridad Yero vivió a finales de los 70 y principios de los 80.
Como necesito reforestar un lindero en la Loma de Thoreau, fui con una carretilla hasta el vivero más cercano de casa. Conseguí ocho, de manera que serán tres viajes (aproveché y compré una eugenia, que es el dormitorio preferido de las aves migratorias. 
Pocas cosas me producen más felicidad que ver a esas matas creciendo, a través de los años, en la Cordillera más alta del Caribe.

24 enero 2024

Una receta de fray Ángel


Fray Ángel Ramón Serrano García es el cocinero del Monasterio Santo Espíritu, en Gilet, Valencia. Además de seguirle en YouTube, donde es toda una celebridad, he comprado su libro de recetas. Todas son tradicionales y muy simples, con apenas los ingredientes básicos. Ayer en casa hicimos sus patas de cerdo con garbanzos. Quedaron tan ricas, que hoy las repetí.
Antes, a fray Ángel le llamaban el cocinero del monasterio. Ahora a Santo Espíritu le llaman el monasterio del cocinero. Diana y yo nos hemos prometido ir a conocerle y a probar sus platos cocinados por él. Les recomiendo sus videos en YouTube. Mientras cocina, da deliciosas lecciones sobre el arte del buen vivir, algo que es mucho más sencillo de lo que creemos.


23 enero 2024

A Carlos Pérez Peña


Nunca se lo he dicho, pero estudié teatro por su culpa. A mediados de los años 70, en una de las vacaciones que me tocaban con mi padre, conocí La Macagua. Él vivía en Manicaragua y se había hecho amigo de Sergio Corrieri, con quien solía irse de pesquerías al puerto de Casilda y al lago Hanabanilla.
Un día, como no tenía con quien dejarme, me llevó hasta el campamento del Grupo de Teatro Escambray. Tota, la madre de Sergio (muchos años después supe que se llamaba Gilda Hernández), se encargó de cuidarme. Me hizo un enorme bistec empanizado y se sentó a fumar frente a mí hasta que lo terminé.
Era un fin de semana y no había casi nadie en el campamento. Desde una nave que estaba en el centro de todo, se escucharon unos gritos. Me asomé por una de las persianas. Un hombre se movía en círculos y decía cosas incompresibles. No entendía nada, pero tampoco podía dejar de mirar.
Tiempo después, cuando el Grupo se presentó en mi escuela, supe su nombre completo: Carlos Pérez Peña. Al bajar del escenario me reconoció. Cuando me llamó por mi nombre delante de todos y me abrazó, me sentí el estudiante más importante de toda la enseñanza media en Cuba.
De pequeño quería ser ferroviario. Pero después de ver a aquel hombre moviéndose en círculos y diciendo cosas incompresibles, algo me cambió para siempre. Desde entonces vivo en dos mundos: el real y otro en el que doy vueltas dentro de mí hasta dar con lo que quiero decir.
Hoy Raúl Martín puso en sus manos un ejemplar de Atlántida que le envié. Es la mejor manera que tengo de agradecerle lo que hizo por mí. Puedo reconstruir la escena detalle a detalle, a pesar de que la única luz que la alumbraba era la que entraba por las ranuras de las persianas. 
En una de ellas estaba yo. Con pantalones cortos y parado de puntillas, lleno de asombro, con una rara emoción que me dura hasta hoy. Gracias otra vez, Carlos Pérez Peña, por haberme iniciado en el misterio de la creación.