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Liceo de San Fernado de Camarones, principios de los años 60. |
Hoy ese muchacho del centro, que ahí sólo tiene ojos para mi madre, cumple 99 años. A su derecha está mi tía Titita y a su izquierda mi tío Aldo, flanqueando a Lérida, en los días finales de la Cuba que tanto idealizaron y que nunca hubieran querido dejar atrás.
Los que le conocieron dicen que cada vez me parezco más a él caminando, gesticulando y peleando. Mi madre, cada vez que la llevaba a algún lugar en el Jeep, me decía que le parecía estarlo viendo: "manejas igualito a él".
Diana, por los cuentos que le hizo Lérida, también dice que heredé sus arranques de locura, como la necesidad de sembrar, bañarme en los ríos o subirme techos y matas si medir las consecuencias, "porque ya no tengo edad para eso".
Para seguir imitándolo, hoy, a las seis de la tarde, le daré un piñazo por el fondo a una botella de Brugal, como si aún llevara corcho, y brindaré por el privilegio que fue ser su hijo, por todo lo que me enseñó y por haber podido darle continuidad a su amor por las montañas.
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