19 septiembre 2024

El magnolio de Xuvia

El magnolio de Xuvia, considerado el más viejo de Europa.

Llegamos a Ferrol todavía con dudas. Unas semanas de problemas familiares coincidieron con los preparativos para que María dejara el nido. Diana no creía tener fuerzas para caminar más de 20 kilómetros diarios. Ella prefería que lo viéramos como un ensayo del Camino y no como el Camino.
En la madrugada, mientras empezamos a recorrer las calles vacías de la ciudad, me pidió al menos tres veces que la esperara. Era evidente que no andábamos con el mismo ánimo. Pero, cuando por fin salimos del polígono industrial y nos vimos entre la ría y la sombra de los árboles, su ánimo cambió.
Aún así, los peregrinos que habían salido después de nosotros nos daban alcance y en cuestión de minutos nos dejaban atrás. Así llegamos al monasterio de San Martiño de Xuvia y a su iglesia románica del siglo XII. Un anciano nos dio la bienvenida y nos ofreció unos bastones que él mismo hacía como regalo.
—No hay peregrino sin bastón —nos advirtió.
Le expliqué que compramos bastones en Decathlon, pero que los habíamos enviado con las maletas al siguiente hotel porque creíamos que no nos harían falta en el primer tramo. Nos miró desconcertado y puso uno en las manos de Diana. Ella entró con él a la iglesia, para sentarse a orar cerca del altar.
Mientras salíamos, convencí a Diana de que no podríamos llevarnos un bastón tan grande en el tren, de regreso a Madrid. Jamás olvidaré la cara del anciano cuando se le devolvimos. Nos pidió que viéramos el patio del monasterio. Tropecé al bajar unas escaleras y él se encogió de hombros. 
—No hay peregrino sin bastón —repitió.
Queríamos llegar a Neda por la variante más corta, que es cruzando junto al puente del ferrocarril. Pero nos equivocamos al salir del monasterio y cuando nos dimos cuenta, el puente ya estaba demasiado lejos. Eso nos obligó a seguir el Camino tradicional y a llegar hasta el fondo de la ría. 
Gracias a eso conocimos al magnolio de Xuvia. Unos dicen que Josefa Bucau y Mathias Dufoira lo trajeron en una maceta de Francia. Cuando Mathias murió, en 1789, el magnolio ya estaba plantado, de cara al Nordés, ese persistente viento que sopla con tanta fuerza que parece querer mover a Galicia del lugar.
Otros, en cambio, creen que lo plantó Eugenio Izquierdo, dueño de una fábrica textil en Neda y embajador plenipotenciario de España ante Napoleón. Nadie se explica cómo ha sobrevivido más de 230 años con las raíces encajadas en la sal, después de todas las coces que le dieron las bestias del antiguo cuartel que en algún momento hubo a su alrededor. 
—Si hubiéramos tomado la otra variante del Camino no lo habríamos visto —reconoció Diana mientras trataba de abrazar su enorme tronco. 
Subiendo las escaleras hacia el puente que cruza a Neda volví a tropezar. Esta vez estuve a punto de caerme. Diana aún no me perdonaba que la convenciera de dejar el largo bastón que le había regalado el anciano del monasterio. Por eso no desaprovechó la oportunidad.
—No hay peregrino sin bastón —dijo mientras seguía de largo.

Diana en la capilla del monasterio, junto al bastón
que le regaló el anciano.

El grueso tronco del magnolio centenario de Xuvia.

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