21 noviembre 2020

Popi

Mi prima Lucy y Popi, con sus hijos Harold y Yanelis. Años 70.

Mi prima Lucy fue a Manicaragua acompañando a mi madre, cuando Lérida aún era novia de mi padre, y así conoció a Popi. Tres años después, en 1970, se casaron. Él era hijo de un pinareño, Melo, y de una villareña, Bello. Pero siempre fue un fanático de los equipos de La Habana y de todo lo que no fuera el mundo que le rodeaba.
Esa inconformidad le provocó no pocos ataques de asma. Tener que soportar la victoria de los contrarios en su propio territorio lo asfixiaba. Cuando yo era niño, la mayoría de mis familiares ocultaban su inconformidad con la realidad del país delante de los menores. Solo mi tío Rao y Popi eran radicalmente honestos.
Más de una vez lo vi pararse de la mesa sin acabar de comer. Con el poco aire que le quedaba en los pulmones, aun antes de pedirle ayuda al salbutamol, profería un insulto contra el régimen. Si alguien le hablaba de Cheíto o Muñoz, el mencionaba a Hank Aaron. Actuaba siempre como si Cuba le quedara chiquita.
En 1999, pocos meses antes de mi viaje al exilio, asistí a un evento del Grupo de Teatro Escambray. Omar Valiño me acompañó en un viaje, con dos bicicletas prestadas, desde La Macagua hasta casa de Popi y Lucy. Aunque lo volví a ver años después, esa fue nuestra despedida.
Bebimos, discutimos de pelota y nos dimos un fuerte abrazo que ahora interpreto como un punto final. Ese día me contó una historia cuyo trasfondo ya no recuerdo. En mi memoria solo quedan mi padre y él, en un portal de Güinía de Miranda, poniendo a “Pastilla de menta” una y otra vez en un traganíquel. 
Cuando supe que había muerto, lo recordé parándose de la mesa sin acabar de comer, profiriendo un insulto antes de pedirle ayuda al salbutamol. Nunca salió de Cuba, pero era un lector empedernido y eso le permitía hablar del mundo como si lo hubiera recorrido de punta a cabo. 
Espero que ya esté en un lugar que no le quede chiquito, donde pueda respirar sin que nunca más le falte el aire.

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