03 octubre 2011

Solo allí

Cuando el avión entró en el golfo de Batabanó y comenzó a descender sobre Cuba, sentí algo muy raro por dentro. No lo describo, me siento incapaz de hacerlo (Luego supe que a Omar Mederos le pasó algo muy parecido. Él le llama “terepe”. No sé si esa palabra suya en mi caso alcanza).

Ya en tierra, mi primer problema fue con las escalas. Recordaba un aeropuerto más grande, una avenida de Rancho Boyeros más ancha y una cúpula de la Ciudad Deportiva más alta. Todo en mi memoria se había amplificado y tuve que hacer un rápido reajuste de las dimensiones.
Cuando llegué a mi antigua calle (11, entre A y B, en El Vedado) casi nada me resultó conocido. Los jóvenes ya no estaban y los viejos estaban mucho más viejos. El árbol que más me gustaba ya no existía y en los jardines había crecido la mala hierba con descaro. Van Gogh, el perro de Ana Rosario, tampoco me reconoció.
Rumbo a Miramar, seguí cotejando mis recuerdos con la realidad. Sabía que me mantenía despierto y en la geografía correcta. Estaba claro de que por fin no era un sueño (tuve muchos, demasiados, todos los que se pueden tener en 10 años de ausencia).
Ya en el hotel, las cosas me resultaron absolutamente desconocidas. Subimos a la habitación y el maletero habló en una jerga que yo no alcanzaba a entender. Eran palabras nuevas, frases que no existían cuando yo me marché. Entonces Diana corrió las cortinas del balcón y entró la última luz del día.
Afuera, el sol se iba de la ciudad. Los restos de la tarde caían a toda velocidad sobre el golfo de México. Por fin algo me resultaba conocido, familiar. Solo allí, en el poniente de La Habana, esa luz era posible. A partir de ahí comenzó el viaje, ese fue el momento en que supe que había llegado.

7 comentarios:

Rafael F. Pevida dijo...

¡Excelente!

Ramón y Florencia dijo...

Al fin regresaste, ya me tenías preocupado. Nadie sabía de ti. Ahora sigue esos relatos que lo estaba esperando como regalo de Navidad.
Saludos y bienvenido a nuestra tierra, ya esto nos pertenece más que Cuba.

Wichy García Fuentes dijo...

Entonces, lo de Odiseo con el perro que lo reconoció después de 20 años, era puro cuento...

Lilo Vilaplana dijo...

Aca, en Bogota, estoy hace dias esperando por estos articulos tuyos. Llevo 14 años sin regresar, y quiero. Leer sobre tu viaje. Lo de las escalas creo que también me pasara. Y lo de la jerga, y los amigos que ya no están, Creo que si un dia regreso va a ser raro. Pero por ahora voy a disfrutar tus cronicas.

Carmen Morales Ramirez dijo...

Ahora temo que mi perro no me reconozca cuando regrese.

Bernie Miranda dijo...

Irela y yo hemos disfrutado mucho tu primer relato. Estaremos esperando los proximos, como ya sabes, desde el 1956 no voy a Cuba, Irela estuvo una semana en el 1959 antes de casarnos. Asi que tus relatos seran nuestro viaje. Te queremos mucho y nos alegramos de tu regreso.

Anónimo dijo...

¿qué más? has sido parco... dime...