03 septiembre 2020

Amanezco en un lugar del que nunca quisiera irme

El 31 de julio de 1880, Serafín Sánchez le escribió una carta de despedida a su madre. La Guerra Chiquita había fracasado, sobre todo, por la apatía de los cubanos. “Salgo huyendo de esta tierra en la que no deseo vivir sin dignidad en medio de tanto esclavo traidor”, afirmó.
“Yo siempre escribiré desde el extranjero, donde esperaré mejores tiempos para venirlos a ver a ustedes, único amor que me queda en esta tierra desgraciada”, remató. Apenas unas horas después zarpó por la costa norte de Las Villas. Desde ese mismo punto, un siglo después, cientos de balseros también huirían de Cuba. 
Tras una breve estancia en Nueva York, decidió establecerse en República Dominicana. La Vega, en el corazón del valle del Cibao, se convirtió en su hogar por 11 años. Resulta difícil imaginarse al valiente guerrero detrás del mostrador de una tienda. Pero, según le confiesa en una carta a su padre, era feliz.
“Yo de mí decirles que lograra que ustedes estuviesen a mi lado, lejos de Cuba, sería muy feliz en este rincón de Santo Domingo. Aquí vivo pobre, es verdad, pero soy mío (…). No aspiro a más y estoy satisfecho”, confesó. En La Vega, Serafín Sánchez se encontró con Martí. Bebieron ron dominicano, se abrazaron.
En casi todos los pueblos de mi provincia hay una calle con su nombre. Villareño al fin, siempre he sido un gran admirador de Serafín Sánchez. Su regionalismo fue, en mi juventud, una fuente de inspiración. Entonces estaba lejos de imaginar que acabaría siguiéndole los pasos aun en territorio dominicano.
La Loma de Thoreau pertenece a la provincia de La Vega. Cuando cruzamos el río Camú y dejamos la autopista Duarte, para comenzar a subir hacia Jarabacoa, Diana y yo nos miramos con una sonrisa cómplice. Es ese raro sentimiento que nos dice que estamos llegando a casa.
Hay solo una cosa en la que no podré seguir al mayor general Sánchez. No tengo ninguna razón para esperar por mejores tiempos y volver a Cuba. Por eso, cada vez que rompe el día entre Santiago y La Vega (como escribió Martí en su Diario) y la luz sube hasta nuestra Loma, siento una enorme felicidad.
Amanezco en un lugar del que nunca quisiera irme.

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