No me suelen atraer los sitios de interés. Siempre esquivo
esas obviedades que movilizan a la mayoría de los turistas. Prefiero lo que
pasa desapercibido, lo que muy pocos advierten. Encuentro más de lo que busco
en los lugares comunes y por eso me dejo llevar hasta ellos.
En este viaje de ida y vuelta a Cuba, evité todo contacto
con los tópicos de mi país. Ya tuve suficiente de ellos desde que nací hasta
los 33 años. Pasé varias veces por la Plaza de la Revolución, pero porque me
hacía camino y era inevitable. Afortunadamente, a ninguno de mis compañeros de
viaje se le ocurrió hacer una sola instantánea allí.
Tanto en La Habana como en el interior de la Isla, buscamos
la Cuba que no se ve en las postales. Preferimos los paisajes que se resisten a
toda manipulación, incluso a la de la cámara fotográfica. Fuimos a muchos
pueblos y ciudades, pero en busca de gente querida, nada de fetiches o
memorabilia.
Creo que la única concesión que hicimos fue el Floridita.
Nunca en mi vida había entrado al bar preferido de Ernest Hemingway. Los 6
dólares que cuesta un daiquirí siempre tuvieron que ser usados en cosas más
urgentes y menos placenteras. Cuando pasé por la puerta, me pareció llegar a
un sitio que me era tan ajeno como cualquier pub dublinés.
Una segunda concesión fue
hacernos la foto que se hacen todos, al lado de la estatua que permanece de
codos en la barra. Prefiero el ron a las rocas, pero admito que ese día, con la
voz de Benny Moré de fondo, disfruté de un daiquirí y descubrí una Cuba que
siempre quise vivir y que no alcancé a conocer.
3 comentarios:
Yo tampoco he ido nunca al Floridita...
Ya somos tres, no sé ni donde queda, guajiro al fin.
Te merecías ese daiquirí.
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