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Foto: © Mario García Joya |
Cuba, en la primera mitad del siglo XX, ofreció al mundo lo que hoy se celebra como “música cubana”. Nuestros músicos de entonces encontraron las claves de un sonido universal que influyó notablemente al jazz y acabó gestando a la salsa. Aún seguimos teniendo vigencia como cultura gracias a esos ritmos, tres cocteles y un sándwich.
La nación en ruinas que está legando la revolución —ese país a oscuras que se desmorona— no puede tener mejor réquiem que el reparto. La miseria de la sociedad, esa haitianización que el personaje de Pablo anticipó en Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), también alcanzó a la música.
No asocio ese engendro sonoro (o ruidoso) con nada que reconozca como propio. Me resulta totalmente ajeno. No conecto, ni con lo que suena ni con lo que se dice.
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