© Iván Cañas, 1970 |
José
Lezama Lima es uno de los escritores más importantes del siglo XX. Su obra (que
está compuesta de poemas, ensayos y dos novelas) contiene alguna de las claves
para descifrar a lo cubano. Sin embargo, murió sumido en un vergonzoso ostracismo.
Tal
fue su confinamiento, que en sus últimos meses no se atrevió ni a salir de su
casa. El día que enfermó descubrieron que había engordado tanto que ya no cabía
por la puerta. A él le hubiera encantado escribir esa escena donde sacaban su
corpulencia inanimada por una ventana. Debió parecer un zeppelín en el reducido
espacio aéreo de la calle Trocadero.
Durante
esos años (entre 1970 y 1976) solo dos familias, los Vitier y los Diego, y muy
contados amigos corrían el riesgo de acercársele. Para la sociedad que trataba
de imponer la revolución, era más importante la salud de una vaca que la de un
escritor universal.
La
prueba de ello es que cuando murió Ubre Blanca, un cruce de holstein con cebú
que llegó a implantar el récord mundial de producción de leche, le dedicaron
una de las ocho páginas del periódico Granma,
le hicieron una estatua de mármol y la condecoraron como a un héroe. El
obituario de Lezama no alcanzó los tres párrafos en el Órgano Oficial del
Partido Comunista.
A
diferencia de Ubre Blanca, que aún es conservada en una urna de cristal a
temperatura controlada, el legado de Lezama fue primero ignorado y luego
saqueado. Hace poco apareció un pedazo de película sin sonido donde se le ve
moverse y tomar una bocanada de humo de su eterno habano. Solo eso.
De no
haber sido por Iván Cañas, quien persiguió a Lezama cámara en mano mientras el
escritor se movía con dificultad por su entorno cotidiano, se habría perdido la
posibilidad de saber cómo era el universo donde se escribió Paradiso.
Lo
he dicho más de una vez y no me queda otro remedio que repetirlo: Gracias a los
ojos de Iván Cañas hoy podemos apreciar una Cuba que de no ser por él ya no
tuviéramos. Mientras la mayoría de los fotógrafos de los años 60 y 70 se
esmeraban en documentar la gesta revolucionaria, Iván miró para otra parte.
Eso
nos permite reconocer la más cruenta batalla que se libró en aquellos años: la
de la vida cotidiana, la de la subsistencia, la del silencio que sobrevenía una
vez que las armas de fuego, las consignas y los discursos se apaciguaban.
hoy,
en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en México DF, se inaugura la
exposición Lezama inédito. En esas 30
fotografías de Iván Cañas por fin se salva todo lo que permaneció por tantos años
en las oscuras manos del olvido.
9 comentarios:
Camilo, que desgarrador texto. Cuanta verdad en tus palabras. Es para llorar los disparates de la dictadura de los Castro en Cuba.
Qué energía tienes, Camilo, cómo la envidio desde mi helado Bariloche, ¿sera el Brugal? Sí y no, Brugal y tu alma siempre joven y siempre herida, un abrazo muy fuerte, mi ambia.
Camilote....apretaste captando la esencia de lo que ocurrio en la Call Trocadero cuando yo apaenas tenia 22 anos.....Gracias por tus palabras.....! Ivan Canas
Camilo, recuerdo perfectamente ese día del Año de la Insitucionalización.
Acababa de comprar media libra de pan en el Diorama, la mítica panadería de Consulado, y al doblar la gente se burlaba de como sacaban al "señor de los libros" por la ventana de la sala a través de la cual, nosotros, "sucios y locos" solíamos gritarle cosas, y alguna vez lanzarle un pedazo de algo.
Vi todo de uniforme, pantalón corto rojo vino, camisa blanza y pañoleta azul. No supe quien era Lezama hasta mucho después, así que reí como todos, era un niño sin idea, ahora tengo la idea de ser niño.
Pero en La Habana siempre pasan cosas mágicas. Mi escuela quedaba en su misma cuadra, y unos portones inmensos permitían verlo todo. Ese mismo día al doblar en Padro y Trocadero, un camión volcó llenando la calle de miles de latas de compota de guayaba, y miemtras el barrio vivía la resaca de la muerte del poeta, nosotros, de uniforme, nos llenamos los bolsillos de su último regalo.
Es una anécdota para atesorar, la vivencia oblicua: Lezama muriendo, latas de guayaba, como un proverbio chino...
Lezama: "se nos fue la vida hipostasiando, haciendo con los dioses un verano".
Camilo, ayer decías que LA COCINA DE PUJOL se podría convertir en un Patrimonio de Cuba. Asere, EL FOGONERO, ya lo es. Ahí, calladito, desde tu estación en Dominicana, has ido haciendo una obra que en algún momento tendrá que ser reconocida. Sin quererlo, o a lo mejor queriéndolo, continuaste lo que empezaste en LA GACETA, solo que con más libertad y posibilidades para difundir. Felicidades, mi herma.
Excelente Camilo, como siempre, atinado, agudo, desnudando la esencia desde el fondo. Triste es constatar estos amargos destinos que tuvieron la vida y la obra de figuras de la talla de Lezama o Virgilio, por solo citar dos ejemplos brillantes entre otros varios de huella profunda en las esencias de la vida nacional, en el campo de la literatura y otros más del arte y otras esferas. En ellos se ensañó la mediocridad y la desidia de un régimen que ha convertido a Cuba 55 años después de la tierra prometida en la ruina moral y material que hoy sobrevive a duras penas y sobre el dolor y la desesperanza de millones de compatriotas. Vale todo lo que refieres de nuestro Iván Cañas, la pasión por todo lo hecho a lo largo de su azarosa vida siempre lo ha consumido y ese himno al amor y a la sensibilidad humana y cultural en el que siempre ha inspirado sus acto, está plasmado en todo lo que su sabía mano ha tocado en materia de creación artística. En hora buena. Gracias Camilo por dejar este testimonio de un acontecimiento memorable. Gracias Iván por tu honestidad y tu pasión.
Camilo:
¡Qué bueno que tú, también cooperas a salvar el recuerdo de Lezama!
Yo, fui de las pocas privilegiadas personas que estuvo cerca de él. Era apenas una chiquilla estudiante de Historia del Arte, todavía incapaz de aquilatar lo que significaba que me abriera -como lo hizo- las puertas de su casa. Por mi cuenta, fui un día a su casa y le toqué la puerta. Ya lo había conocido; pero siempre pensé que no me recordaría. Me equivoqué y me recibió. Debo haber dicho tantos disparates como los que pueden caber en la cabeza de una chiquilla de 18 años; pero posiblemente, mi ignorancia, o mi simplicidad, le tocaron esa fibra tan bien guardada de otros ojos, corazones e intenciones.
Por años, entré y salí de su casa, compartí alguna que otra de sus comidas, hurgué en sus libros y deambulé como un fantasma condenado al más absoluto silencio, mientras él trabajaba, única condición impuesta para soportar mi presencia.
Más de un escritor novel, conocido mi pase libre a su casa, me pidió llevarle sus operas primas... algunas , las aceptó y otras, las postergó o no leyó. Nunca lo sabré. Pero le agradezco su aceptación casi paternal, haber escuchado con atención mis opiniones, y sobre todo, permitirme compartir con él, ocasionalmente, su templo.
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