El cine Justo, del Paradero de Camarones, en la actualidad. |
No es un edificio tan elegante como el de la película de Giuseppe Tornatore. La luz que proyectaba las películas no salía radiante por la boca de un león, era difusa y no se adaptaba al cinemascope. Aún así fue el paraíso de mi infancia, el lugar donde conocí a los héroes y villanos que sigo prefiriendo.
Aradioly Santana, una muchacha de mi pueblo que estudia dramaturgia, me hizo llegar esta fotografía. Así es el Cine Justo ahora. A simple vista muy pocas cosas han cambiado él. Apenas le faltan cinco elementos: el nombre en la fachada, la cartelera, Efraín —el proyeccionista— en la ventana, Evangelina en la taquilla y Chena —su antiguo dueño— linterna en mano.
Lo demás lo disponía la noche del Paradero de Camarones. Aunque la consigna que le han pintado promete una victoria, la derrota es ya un hecho. El Justo se ha apagado para siempre. Alain Delon no volverá a rasgar una Z en su pantalla. Buster Keaton no regresará en su locomotora. Ningún tiburón abrirá sus fauces sobre un mar de sangre para que gritemos como locos…
Nunca más veremos a Chena atravesando el pueblo con una carretilla llena de latas de películas. Su promesa de que “esta es rusa y de guerra, ¡pero está bárbara!”, jamás será cumplida. La única batalla que resta por librarse dentro del Cine Justo es la del olvido.
Cada vez que el edificio de Giuseppe Tornatore se derrumba, todos nosotros volvemos a llorar. Su eternidad parece garantizada. El Cine Justo, en cambio, caerá una sola vez y sus escombros serán solo eso: escombros. A partir de ese día, algo dentro de mí será ya irreparable.
Aradioly Santana, una muchacha de mi pueblo que estudia dramaturgia, me hizo llegar esta fotografía. Así es el Cine Justo ahora. A simple vista muy pocas cosas han cambiado él. Apenas le faltan cinco elementos: el nombre en la fachada, la cartelera, Efraín —el proyeccionista— en la ventana, Evangelina en la taquilla y Chena —su antiguo dueño— linterna en mano.
Lo demás lo disponía la noche del Paradero de Camarones. Aunque la consigna que le han pintado promete una victoria, la derrota es ya un hecho. El Justo se ha apagado para siempre. Alain Delon no volverá a rasgar una Z en su pantalla. Buster Keaton no regresará en su locomotora. Ningún tiburón abrirá sus fauces sobre un mar de sangre para que gritemos como locos…
Nunca más veremos a Chena atravesando el pueblo con una carretilla llena de latas de películas. Su promesa de que “esta es rusa y de guerra, ¡pero está bárbara!”, jamás será cumplida. La única batalla que resta por librarse dentro del Cine Justo es la del olvido.
Cada vez que el edificio de Giuseppe Tornatore se derrumba, todos nosotros volvemos a llorar. Su eternidad parece garantizada. El Cine Justo, en cambio, caerá una sola vez y sus escombros serán solo eso: escombros. A partir de ese día, algo dentro de mí será ya irreparable.
4 comentarios:
Como siempre, has conseguido describir los mismos sentimientos que tuve cuando me mandaron una foto del cine de Santiago de las Vegas al que iba de chiquito. Enhorabuena por el artículo.
El mío está en el mar, su música, su aroma...
¡Muy bueno el artículo, amigo Camilo. Todos tuvimos un cine así. Saludos.
Mi hermano, acabo de leer el post de abajo, y te dejo este mío que escribí hace algún tiempo sobre el mismo tema.
http://escombroshablaneros.blogspot.com/2010/08/en-la-oscuridad-de-las-ilusiones.html
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