Mario y yo quedamos en juntarnos en la punta de una loma, justo a mitad de camino entre su casa y la nuestra. La neblina ya se había ido de Quintas del Bosque y el sábado estaba clarísimo, frío. Encontramos a un toro echado en el mismo medio del trillo y tuvimos que lanzarnos por un risco de agaves y derrumbes.
Perseguimos a un manantial hasta su mismo nacimiento. Luego, siguiendo aquel mínimo curso, alcanzamos el arroyo Cercado. Primero subimos hasta la cascada más grande y después volvimos río abajo. La conversación emulaba con el paisaje. Aunque muchas veces ambos coincidían en un mismo punto.
El mayor momento de heroísmo lo puso Dávalos, cuando resbaló y cayó arrastrado por la corriente, dando vueltas entre las piedras. Se hundió y volvió a salir a flote incontables veces. Pero siempre con uno de los brazos en alto, para mantener a salvo la botella de Malbec que llevábamos como único sustento.
La mañana siguiente me fui en dirección opuesta. Primero recorrí el bosque Grevilea, después el Ciprés y al final regresé al Caribea por el lecho seco de una cañada. Allá, a lo lejos, el pueblo de Jarabacoa servía de frontera. La realidad quedaba del otro lado, unos ochocientos metros más abajo.
Aunque nacimos en puntos muy alejados entre sí, compartimos la misma certeza: ya somos de ese sitio donde hay un río en la punta de una loma… Dos días después, en contra de nuestra voluntad, partimos a la ciudad y la trampa.
6 comentarios:
Que cosa como uno "encaja" con un lugar... como si ese espacio nos haya estado esperando para ser y para que seamos... José Roberto no sabe que ya Quintas no es de él, es de nosotros.
Coño, yo quiero ir ahí!
Abuelita, solo tienes que montarte en un avión que vuele hacia el destino SDQ. Lo demás ya te lo puedes ir imaginando.
Que vida, eso si es vida compay
Carajo, eso sí es vida.
Asere cuando me presentaras esa hermosura.
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