Conozco a un escritor dominicano que cuando estamos solos sustituye la palabra revolución por la palabra dictadura para referirse a Cuba. Como mantiene un importante espacio en la prensa de su país, un día le pedí que escribiera todas las cosas que me dice del mío.
“¡Imposible! —me dijo casi espantado—. Eso yo te lo digo a ti, pero no puedo admitirlo en público”. Hace unos nueve años, en Bogotá, conocí de cerca a uno de los más importantes líderes de la izquierda colombiana. Era el día de mi cumpleaños y él propuso celebrarlo en su casa.
Después de tocar algo de Silvio en la guitarra, bajó la cabeza: “Voy a decir algo que nunca digo en voz alta —su tono era amenazante, dejaba bien claro que nadie podría repetir lo que oyera—. Fidel fue un prócer, pero ahora es un vulgar tirano”. Los cubanos que andamos desperdigados por el mundo, sea donde sea, estamos expuestos al discursito (a veces nostálgico, a veces ridículo y casi siempre ofensivo) de los devotos de la revolución.
Muchos de ellos ya admiten que el proyecto es inviable y dejará al país en ruinas, pero aún así insisten en que es importante que se resista todo lo que se pueda resistir. “Sé que al pueblo se lo está llevando el diablo —me dijo un día mi amigo dominicano—, pero yo no puedo salir ahora hablando mal de Fidel, no me pega...”.
Como él hay miles, pero nunca tantos como los 11 millones de cubanos que al final pagan las consecuencias de su recato moral.
“¡Imposible! —me dijo casi espantado—. Eso yo te lo digo a ti, pero no puedo admitirlo en público”. Hace unos nueve años, en Bogotá, conocí de cerca a uno de los más importantes líderes de la izquierda colombiana. Era el día de mi cumpleaños y él propuso celebrarlo en su casa.
Después de tocar algo de Silvio en la guitarra, bajó la cabeza: “Voy a decir algo que nunca digo en voz alta —su tono era amenazante, dejaba bien claro que nadie podría repetir lo que oyera—. Fidel fue un prócer, pero ahora es un vulgar tirano”. Los cubanos que andamos desperdigados por el mundo, sea donde sea, estamos expuestos al discursito (a veces nostálgico, a veces ridículo y casi siempre ofensivo) de los devotos de la revolución.
Muchos de ellos ya admiten que el proyecto es inviable y dejará al país en ruinas, pero aún así insisten en que es importante que se resista todo lo que se pueda resistir. “Sé que al pueblo se lo está llevando el diablo —me dijo un día mi amigo dominicano—, pero yo no puedo salir ahora hablando mal de Fidel, no me pega...”.
Como él hay miles, pero nunca tantos como los 11 millones de cubanos que al final pagan las consecuencias de su recato moral.
2 comentarios:
Más que recato moral es hipocresía social, demagogia populista de abogar por un santo que todos saben que es un diablo. Como aquel poema de Guillén que dice santo,santo,santo, cuando es diablo, diablo, diablo.
Esos impulsadores del iluminismo castrista quedan muchos por ahí, por eso tenemos que reducirlos al mejor de todos los argumentos: la verdad que el sr Castro pertenece a la innoble galeria de dictadores y todos somos sus víctimas.
audaz fogonero, sus posts si que echan humo, en el buen sentido de la palabra.
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