Cuba es una isla, pero sus límites no están en las aguas del golfo. Mi país se acaba en una línea roja. Es demasiado estrecha, pero basta para delimitar 114,525 kilómetros cuadrados de tierra. Todo cubano que cruza ese paralelo imaginario que hay en el aeropuerto José Martí de La Habana, se sabe del otro lado.
En otras partes, cuando alguien se despide, anuncia que se va de viaje. Los cubanos, en cambio, decimos que nos vamos para “afuera”. Ni siquiera es algo que podemos pronunciar en voz alta, todo no es más que en un susurro, un siseo contra uno mismo.
No viajamos, salimos. No nos movemos, partimos. Por eso la estampa que nos endosan en el pasaporte lo deja bien claro: Permiso de Salida. El sello atraviesa el documento de lado a lado, fijando unas fechas demasiado precisas e inapelables.
En el Artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos hay una línea que copio textualmente: “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”. Cuba, para los que nacen en ella, es como uno de esas rondas de infancia en las que el perdedor, o el que la abandona, no entra más.
Durante décadas, sobre todo entre los intelectuales de adentro y de afuera, se ha hecho un esfuerzo ingente para que las autoridades cubanas erradiquen una de las medidas más denigrantes de la Revolución. Pero nada se ha podido.
En Dos Cubalibres: Nadie quiere más a Cuba que yo, Eliseo Alberto cuenta su regreso a la Isla. “Un hombre sin país es un náufrago –dice Lichi Diego con una voz pausadísima, que cada vez se parece más a la de su padre–; un escritor sin lectores nacionales (naturales), el mismo infeliz, sólo que más solo. Opinar desde el exilio se parece a gritarle al horizonte o a la luna. Rebota el eco.
El murmullo del silencio se mezcla con el rumor de la marea. Uno acaba ronco, desbaratado y lo que es peor, indiferente. Apenas queda el consuelo de lanzar mensajes en botellas. El mar se traga los frascos". Durante años, la Revolución le negó al escritor el derecho a volver a la casa de su madre y a la tumba de su padre.
Al final, después de extensos cabildeos, le permitieron hacer el vuelo hasta Rancho Boyeros con una condición: permanecer en el más absoluto de los anonimatos y no asistir a ni una sola actividad pública. Lichi, por supuesto, aceptó. Al fin y al cabo, como tantas veces dijo Bola de Nieve: "No se puede tener conciencia y corazón".
Raúl Rivero se fue de La Habana con dos años de Permiso de Salida en el bolsillo. Aunque todos sabemos que el día de su regreso no depende de una fecha sino de un suceso. Raúl, como millones de cubanos, esperará con paciencia a que un suceso y no un cuño le permita el regreso a su patria.
“¡Qué ganas tengo de crecer… de hacerme adulta y que me dejen salir y entrar de casa sin permiso!”, puso Yoani Sánchez en su blog, después que le negaran la posibilidad de viajar a España. El último post de Yoani no habla de viajes sino de comida. En el borde de su balcón, un pequeño pan fue retratado. Al fondo, la Plaza de la Revolución se ve fuera de foco. Allí, desde siempre, las auras tiñosas parecen aviocitos que giran sin parar sobre el futuro mausoleo.
En otras partes, cuando alguien se despide, anuncia que se va de viaje. Los cubanos, en cambio, decimos que nos vamos para “afuera”. Ni siquiera es algo que podemos pronunciar en voz alta, todo no es más que en un susurro, un siseo contra uno mismo.
No viajamos, salimos. No nos movemos, partimos. Por eso la estampa que nos endosan en el pasaporte lo deja bien claro: Permiso de Salida. El sello atraviesa el documento de lado a lado, fijando unas fechas demasiado precisas e inapelables.
En el Artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos hay una línea que copio textualmente: “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”. Cuba, para los que nacen en ella, es como uno de esas rondas de infancia en las que el perdedor, o el que la abandona, no entra más.
Durante décadas, sobre todo entre los intelectuales de adentro y de afuera, se ha hecho un esfuerzo ingente para que las autoridades cubanas erradiquen una de las medidas más denigrantes de la Revolución. Pero nada se ha podido.
En Dos Cubalibres: Nadie quiere más a Cuba que yo, Eliseo Alberto cuenta su regreso a la Isla. “Un hombre sin país es un náufrago –dice Lichi Diego con una voz pausadísima, que cada vez se parece más a la de su padre–; un escritor sin lectores nacionales (naturales), el mismo infeliz, sólo que más solo. Opinar desde el exilio se parece a gritarle al horizonte o a la luna. Rebota el eco.
El murmullo del silencio se mezcla con el rumor de la marea. Uno acaba ronco, desbaratado y lo que es peor, indiferente. Apenas queda el consuelo de lanzar mensajes en botellas. El mar se traga los frascos". Durante años, la Revolución le negó al escritor el derecho a volver a la casa de su madre y a la tumba de su padre.
Al final, después de extensos cabildeos, le permitieron hacer el vuelo hasta Rancho Boyeros con una condición: permanecer en el más absoluto de los anonimatos y no asistir a ni una sola actividad pública. Lichi, por supuesto, aceptó. Al fin y al cabo, como tantas veces dijo Bola de Nieve: "No se puede tener conciencia y corazón".
Raúl Rivero se fue de La Habana con dos años de Permiso de Salida en el bolsillo. Aunque todos sabemos que el día de su regreso no depende de una fecha sino de un suceso. Raúl, como millones de cubanos, esperará con paciencia a que un suceso y no un cuño le permita el regreso a su patria.
“¡Qué ganas tengo de crecer… de hacerme adulta y que me dejen salir y entrar de casa sin permiso!”, puso Yoani Sánchez en su blog, después que le negaran la posibilidad de viajar a España. El último post de Yoani no habla de viajes sino de comida. En el borde de su balcón, un pequeño pan fue retratado. Al fondo, la Plaza de la Revolución se ve fuera de foco. Allí, desde siempre, las auras tiñosas parecen aviocitos que giran sin parar sobre el futuro mausoleo.
2 comentarios:
Maravillosa y desgarradoramente triste reflexion. Ya sabemos en carne propia lo que sufrio marti.
y el suceso no va a llegar. Primero es el pan. Nadie con la barriga vacia se preocupa de la declaracion universal de los derechos humanos.
Y esto lo sabe el régimen cubano.
No creo en Eliseo Alberto como no creo en los cambian de chaqueta cuando ven que la nave se hunde. Al hijo del ilustre poeta, cuando se le acabó el chollo de los viajes y la buena vida del ICAIC, optó por irse y hacer carrera de opositor al régimen.
Sí creo en Raúl Rivero y en Yoani, porque son valientes.
Y sí, dentro de no mucho tiempo, Fidel Castro ya sólo será un grato recuerdos para sus fanáticos, como lo ha sido Franco a quien una gran por ciento de la juventud española ni siquiera lo conoce.
Dentro de no mucho tiempo, los cubanos llorarán de pura rabia pensando en aquellos 50 años perdidos de su historia por la megalomanía de otro
gallego prepotente que ha hecho pagar a millones de cubanos por su fustración de no haber podido ser pelotero profesional en las Grandes Ligas Americanas.
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