Gracias al afán de esos cubanos que, enfermos de melancolía, han ido colgando nuestra memoria colectiva en Youtube, paso horas volviendo a ver todas esas cosas que deberíamos haber olvidado. Retazos de San Nicolás del Peladero, Detrás de la Fachada, Para Bailar, Meridiano, Juntos a las Nueve y Listo Estudio vuelven a suceder, como si quisieran demostrar que dentro de Cuba el tiempo es en verdad inamovible.
Por esos vericuetos de la nostalgia di con casi todos los episodios de Elpidio Valdés. Mientras van sucediendo las historias, cuadro a cuadro, repito en voz baja cada sonido y cada frase. Luego, mientras pasan los créditos, tarareo la balada de Silvio con el mismo ímpetu que lo hacía en la primera fila de asientos del cine Justo, allá en el Paradero de Camarones.
A veces tengo deseos de compartir con algunos amigos dominicanos toda la alegría que me producen esos hallazgos, pero me he dado cuenta de que son intraducibles. Nadie más que nosotros entiende esa realidad y descifra esas claves. A partir de 1959 Cuba se convirtió en una isla de verdad y nosotros fuimos once millones de robinsones encerrados allá dentro.
Por más que lo explique nadie entenderá nada. Por eso cuando el coronel Valdés ordena el toque a degüello, yo cargo con él, en un caballo muy parecido a Palmiche, y me pierdo en ese combate que libramos día a día para no perder las únicas pertenencias que conservamos de todo aquello.
Por esos vericuetos de la nostalgia di con casi todos los episodios de Elpidio Valdés. Mientras van sucediendo las historias, cuadro a cuadro, repito en voz baja cada sonido y cada frase. Luego, mientras pasan los créditos, tarareo la balada de Silvio con el mismo ímpetu que lo hacía en la primera fila de asientos del cine Justo, allá en el Paradero de Camarones.
A veces tengo deseos de compartir con algunos amigos dominicanos toda la alegría que me producen esos hallazgos, pero me he dado cuenta de que son intraducibles. Nadie más que nosotros entiende esa realidad y descifra esas claves. A partir de 1959 Cuba se convirtió en una isla de verdad y nosotros fuimos once millones de robinsones encerrados allá dentro.
Por más que lo explique nadie entenderá nada. Por eso cuando el coronel Valdés ordena el toque a degüello, yo cargo con él, en un caballo muy parecido a Palmiche, y me pierdo en ese combate que libramos día a día para no perder las únicas pertenencias que conservamos de todo aquello.
5 comentarios:
Camilo, una vez me encontré en el hotel Santiago (Magaly cantaba en el café cantante del piso 15, por eso me dejaban entrar) a un amigo escritor de radio y teatro. Estaba allí por vanguardia nacional, como un premio. El tipo, que era (murió de un infarto en Colombia) un contador extraordinario de cuentos, me hizo uno genial con Elpidio Valdez como protagonista. Estoy seguro de que se lo inventó allí, sentado en el bar del hotel cinco estrellas, con una laguer en la mano y mirando a los españoles que regenteaban el hotel paseando entre las mulatas. Es un cuento muy bueno y muy intelectual. Pues una vez intenté contárselo a un grupo de amigos dominicanos y fue un fracaso. Al no conocer al pillo maniguero ni la circunstancia de los noventa en Cuba, no entendía ni un carajo. No olvides recordarme contártelo cuando nos veamos de nuevo. Un abrazo,
Es increíble cómo las diferencias de edad, de generación, que implican tantas diferencias en la memoria emotiva y la sensibilidad y los motivos de nostalgia, quedan como borradas o niveladas por la catástrofe común, y gentes de tan distintas edades quedan recordando y añorando y analizando y lamentando básicamente las mismas cosas.
Un abrazo,
Yo hice un experimento con mi hijo mayor, que ahora tiene 8 años, y le puse un cassette de Elpidio, pero no le gustó. En cambio le encantaron los muñequitos rusos (el de los cosacos, y aquel de los 39 papagayos, entre otros). Nada de mambí.
Elpidio es un personaje con fecha de nacimiento y muerte, es de nuestra generación. Ana Rosario un día, apegada al recuerdo que traía de Cuba, invitó a un grupo de amiguitos para que conocieran a su Mambí...tamaño desastre, ni a ella le gustó. Recuerdo también que siendo ella pequeña la llevamos a ver la "última película de Elpidio", donde terminaba siendo casi de la tropa española. Nosotros casi no nos reímos, ella se portó mal en el cine...ya comenzaban los síntomas de desamor por el héroe.
Por eso creo que ese mambisito murio con nosotros el día que enterramos nuestra felicidad.
Yo discrepo con mis compatriotas laburantes. Hace unos años me encontré aquí en México con unos niños, hijos de un fotógrafo que entonces trabajaba para un periódico, que sin conocer nada de Cuba, eran fanáticos de Elpidio Valdés. Un día, en la platea vacía de un teatro, cuando el padre retrataba el ensayo de un grupo de danza, los chamaquitos me pasaron corriendo por delante, y el de atrás gritaba: "¡Párate, pillo manigüero!... Yo les caí atrás, y les dije: Oye, ¿de dónde tú sacaste eso?, y él, muy natural, me contestó: "¡Elpidio Valdés!". Supe que los padres les sacaban las dos películas de una biblioteca infantil. Pasó el tiempo, hice amistad con el fotógrafo y su esposa, y les conseguí copias de los cortos. No paraban de reírse cada vez que les imitaba, por persistentes peticiones, a los personajes con sus bocadillos más clásicos, aquellas genialidades de Padroncito.
Puede que sea un hecho aislado, pero yo sí creo que Elpidio es algo más que contextual. Igual que los Vampiros en La Habana, que con todo y su tremenda carga de localismos, tiene fanáticos más allá de nuestras fronteras. Tengo un alumno, edad preuniversitaria, que no se cansa de repetirme bocadillos larguísimos como aquello de: "¡Oye, el de la cornetica, ¿tú no trabajas mañana, mi chino? ¡Son la cinco y mediaaaa!"... con ese acento cómico con el que hablan los mexicanos cuando creen que nos imitan.
Hasta la vista, compay.
Wichy García Fuentes
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