18 noviembre 2018

ROLANDO DÍAZ: “Me falta Cuba, no me voy a esconder para decirlo”

Hace más de 20 años que vive fuera de Cuba, pero camina habla y gesticula como si nunca hubiera salido de La Habana. Aunque es un gran conversador y puede estar horas y horas hablando de béisbol (solo el difunto Armandito el Tintorero podría superar su pasión por Industriales) o música popular, su gran pasión es el cine y todo lo acaba asociando con él.
Rolando Díaz comenzó a dirigir cine en el Noticiero ICAIC. Luego, dirigió dos de las películas más taquilleras de la historia de Cuba: Los pájaros tirándole a la escopeta (1984) y En tres y dos (1985). Aunque su obra es muy diversa, tanto en forma como en temas, siempre tiene su sello inconfundible.
El escritor Emilio Comas Paret, en una conversación entre gente cercana y rones, lo describió de la manera más concisa: “Rolando es un asere con mucha sensibilidad”. Durante sus años en Santo Domingo, nos hicimos amigos y solíamos reunirnos a menudo. Esta entrevista, puede leerse como una versión taquigráfica de aquellos encuentros. 

El hecho de que el ICAIC consiguiera producir dos obras maestras (Memorias del subdesarrollo Lucía) a los pocos años de fundado, generó una tendencia en el cine cubano hacia lo pretencioso. Con tu primera película, Los pájaros…, en cambio, prefieres buscar las claves de lo popular. ¿Cómo fue recibida tu propuesta de hacer reír al espectador y, encima, ponerle música de Van Van a la banda sonora?
Recientemente he vuelto a ver Memorias… y Lucía (buscando elementos que quería rememorar de la música de Leo Brower) y, efectivamente, son dos obras maestras que trascienden el cine cubano. Aunque creo también, más allá del talento indudable de los autores y sin restarle el mérito inmenso que poseen, las impulsó el interés por la naciente revolución cubana. 
Cuando mi generación tuvo la oportunidad de hacer cine, ya la revolución (llamémosla de esta manera para hacer más fácil la comprensión de las ideas) tenía cierto desgaste. Incluso creo que, si no hubiera sido por el excesivo control temático, nuestras primeras películas hubieran sido otras. 
En el caso específico de Daniel Díaz Torres (gran amigo) y mío, que proveníamos del Noticiero ICAIC, donde nos envolvimos en una mirada crítica frontal con lo que considerábamos mal hecho, te puedo asegurar que hubiéramos contado otras historias. Algunos de nuestros noticieros enfrentaron problemas de censura por los temas abordados. 
Cuando Daniel y yo salimos del Noticiero, nos propusimos rodar un largo crítico a dos manos cuyo título sería Noticias. Aquel proyecto se frustró y, curiosamente, los dos nos viramos hacia intereses más personales y menos conflictivos. En mi caso, Los pájaros…; en el de Daniel, Jíbaro.
No obstante, no me arrepiento para nada de haber escrito y dirigido aquella comedia que todavía hoy continúa dándome muchas alegrías. En Los pájaros… me lancé a seguir el camino de cierta comedia italiana que me apasiona. Soy un admirador fiel del cine post-neorrealista (también soy un admirador del neorrealismo). 
Ello me impulsó a ir hacia mi barrio, mis vivencias, mi música (soy un vanvanero rotundo) y me animé a contar una historia en la que estaban presentes un grupo de personajes que me eran muy cercanos. El extraordinario reparto que logré reunir y un equipo técnico que me comprendió desde el primer contacto que tuvimos, hizo el resto. 
Siempre he considerado a Los pájaros…una comedia ligera, pero reconozco que no ha dejado de darme sorpresas y sigue dando la lata. La risa de Los pájaros… parte de sus propias acciones. Hay en la película una vaciladera importante a nuestra forma de ser, al “cliché” del macho cubano. Y esa autocrítica burlona conectó muy bien con el público en general. Y debo decir que no sólo con el cubano, hasta los daneses se rieron con Los pájaros…
Respecto al uso de la música, algunos intelectuales me comentaron que cómo me había atrevido a realizar la música de una película con una orquesta popular. A mí me pareció siempre lo más normal del mundo, seguro pesó mucho en mi decisión el hecho de que nací frente a la casa de Regino Frontela Fraga, director de Melodías del Cuarenta. 
Era una orquesta que conmovió el panorama guarachero de aquellos años. Por ello nunca entendí a quienes cuestionaron aquella decisión. Llevo ese tipo de música en la sangre. El tiempo me ha dado la razón, sin los Van Van la película hubiera sido otra.   

El béisbol es uno de los más claros signos de identidad de la nación cubana. Sin embargo, apenas había merecido la atención de nuestros cineastas hasta que realizaste En tres y dos. ¿Por qué crees que nuestro cine ha ignorado tanto a la pelota? ¿Cuáles son las principales satisfacciones que te dio esa película?
Sinceramente, creo que tiene que ver, en parte, con una impronta, para mí totalmente equivocada, de que el mundo del béisbol no da espacio para hacer reflexiones artísticas. En fin, que existe cierto prejuicio temático. Aunque debo reconocer que en el caso de En tres y dossí fui muy apoyado por el ICAIC, que cuando aquello lo dirigía Julio García Espinosa, un intelectual con fuertes lazos con la cultura popular y sus valores.
Es curioso, porque tenemos que recordar que En tres y dos surge de un guión de Eliseo Alberto, uno de los novelistas más grandes que ha dado nuestro país. Lichi se involucró a trabajar conmigo e hicimos lo que pudimos hacer. 
Sabemos que En tres y dos no fue Los Pájaros…, pero superó el millón y medio de espectadores en Cuba y se vio en muchas partes, ¡hasta Japón compró la película! A día de hoy hay muchas personas que no entienden por qué se divulga tan poco por televisión cubana. 
En rigor estoy mucho más contento con el resultado de Los pájaros… que con el de En tres y dos, pero es una película que para mí funciona bien, con defectos y virtudes. Recuerdo con orgullo cuando Titón me dijo que las escenas de béisbol eran de gran calidad y estaban llenas de verdad. 
“Ni el cine americano las ha logrado”, me dijo en su momento. Pero, para ser honesto también, me hizo algunas críticas que tenían que ver con el desarrollo dramático de la historia. No obstante, En tres y dos continúo una línea y un estilo de hacer con el que me siento cómodo, defectos asumidos.  

Eres uno de los pocos cineastas salidos del ICAIC que han logrado continuar su obra desde el exilio. Algunas de tus películas, incluso, ni siquiera abordan temas cubanos; como es el caso de Los caminos de Aissa (2014) y el documental que concluyes en estos momentos en República Dominicana. ¿Cómo has logrado seguir dirigiendo películas desde “afuera”?
No puedo vivir sin pensar en cine. Creo que eso, unido a mí personalidad, me ha impulsado a seguir adelante. Tampoco quiero ser injusto conmigo, algo tienen que haber visto en mi obra los que han decidido seguir apoyando mi cine.
Desde El largo viaje de Rústico (1993), nominada a los premios Goya, hasta Melodrama (1995), censurada en Cuba, pero seleccionada por la Berlinale, o Si me comprendieras (1998), que como película española también llegó al Festival de Berlín y al de Toronto, he continuado realizando un cine que, sin alardes, ha tenido cierto reconocimiento. 
Los caminos de Aissa (2013), también tuvo un buen eco en cierta crítica española y se estrenó con éxito en un cine tan exigente como el Tower de Miami, considerado uno de los diez mejores cines por su programación en Estados Unidos. Después se exhibió en el Festival DownTown Los Angeles y ganó el premio al mejor documental en el Festival Internacional de Belize. 
La película, aún sin título, que ya rodé y edito actualmente en República Dominicana, parte de una idea y una investigación extraordinaria del poeta, periodista y productor Alfonso Quiñones. Sólo te puedo decir que respiro que va por buen camino. 
Me molesta hablar bien de mí, pero no tengo abuela ni un país que me represente. Si no valoro estos datos objetivos, ¿quién lo haría por mí? He hecho cine, como tú reconoces, en varios países: en Estados Unidos (creo que Miami sigue siendo parte de esa nación), España y ahora República Dominicana, que ha sido un país excesivamente amable conmigo, hecho que agradeceré siempre.
Pero me falta Cuba, no me voy a esconder para decirlo. Es duro para un cineasta independiente no representar a la cinematografía del país donde nació.

El cine cubano se encuentra en un momento muy parecido al que vivió en 1959. El ICAIC ya no responde a las necesidades de los cineastas ni de la Cuba actual. Las mismas razones por las que fue fundado parecen condenarlo ahora a su desaparición. ¿Cuál crees que sea el futuro de nuestro cine y cómo te ves tú dentro de él?
Creo que nuestro cine va a continuar insistiendo en sobrevivir. Hay una corriente independiente que toma cada vez más fuerza en la Isla. Jóvenes cineastas que tienen impulso y talento. Y el ICAIC, en algo que es muy difícil y complejo explicar en pocas líneas, continúa apoyando películas, de alguna manera, incómodas.
En mi caso particular, estimo que formo parte del cine cubano y que mi cine, donde quiera que lo haga, es parte de ese movimiento, aunque oficialmente sea negado o no reconocido por las autoridades de mi país. Tengo grandes amigos que sí luchan por ver mi obra como la de un cineasta cubano. 
Dos personas de gran importancia dentro del cine nacional, el director Fernando Pérez y el crítico e historiador Juan Antonio García Borrero (apoyado por una parte de la crítica cubana) han animado sendas muestras de mi cine con las que se me ha homenajeado en la isla. En ellas se ha exhibido todo lo que he hecho. Incluso mis películas prohibidas. 

En la inmensa mayoría de nuestras conversaciones acabamos mencionando a tu hermano Jesús de una manera o de otra. Siempre te repito lo mismo, es una verdadera lástima que no lo tengamos pensando la Cuba de hoy y, sobre todo, la por venir. ¿Qué significó para ti tener semejante hermano mayor? ¿Cuáles son las lecciones que más te han servido de un hombre tan aleccionador?
Jesús fue un grande. Un intelectual en el sentido más profundo del término. Siento un gran amor por él, siempre lo tengo presente. Su gran pasión fue la literatura, siempre consideró su paso por el cine como algo coyuntural. Nunca he visto a nadie que tuviera su capacidad de memoria, podía hablar de poesía, diciendo poemas completos de diferentes culturas, durante más de cuatro horas.
Y qué decirte de las novelas, su cultura era enciclopédica, podía recordar capítulos completos de Rayuela. Esto por no hablarte de sus conocimientos filosóficos o musicales.  Además, fuimos excelentes hermanos, podíamos pegarnos dos horas cada dos o tres días hablando por teléfono sobre lo humano y lo divino. 
Sentí un profundo hueco en el alma cuando falleció. Es una verdadera pena que no tengamos a Jesús para pensar Cuba.

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