26 septiembre 2018

Mi única prueba

Fernando Pessoa no encontró
las pruebas de que Lisboa 
haya existido alguna vez.
Tampoco pudo contrastar
la veracidad de sus palabras.
Aún hoy, 
cuando llueve sobre la ciudad
y el Tajo le entrega al océano
el polvo antiguo de La Mancha,
se le ve hurgar
entre las cuestas de la tarde
y los edificios empalidecidos.

Yo tampoco tengo pruebas
de que estuviéramos allí.
Es muy probable
que ese tren 
permanezca detenido
en un andén de Cascáis.
Puede que todo ese viaje
por las estaciones que penden
del borde de la península
solo ocurriera
en nuestras cabezas.
Incluso aquella noche
en que caminamos
por el frío de Colares,
entre barricas, 
guitarras 
y voces abandonadas,
vista en la distancia
parece incierta.

No puedo demostrarlo, amor mío.
Pero insistiré en que estuvimos allí.
Aunque tus ojos felices
y tus manos dentro de las mías
sigan siendo mi única prueba.

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