11 junio 2018

Jack, mi homenaje a London

En las últimas semanas he compartido varias fotos de Jack London, nuestro cachorro de labrador. Mi pariente Roberto González (algo tenemos que ser; está casado con Maite, la hermanita de Wichy García Fuentes, quien es sangre de mi sangre), me hizo una pregunta. 
¿Colmillo Blanco o el Llamado de la selva, a cuál de las dos historias estás honrando con el nombre del gran escritor? —Me puso en un comentario–. Disculpa, es solo una curiosidad.
A todo London, le respondí. Jack fue uno de mis escritores preferidos en la niñez, junto a Verne (por La isla misteriosa Veinte mil leguas de viaje submarino), Salgari (por Sandokán y el Corsario Negro) y Quiroga (por un libro que cambió mi manera de mirar al monte: Cartas desde la selva).
En esa época no leí a ningún otro escritor como a ellos. Recuerdo que el día que acabé El llamado de la selva(la edición cubana tenía el título mal traducido, lo correcto es El llamado de lo salvaje), lo volví a empezar. Permanecí varias semanas junto a Buck, en el helado norte.
Cuando por fin pasaron Colmillo Blanco en el Paradero de Camaronesllegué a mi casa con las uñas deshechas, me las fui comiendo una a una. Aunque el cine Justo no tenía aire acondicionado y el ventilador de Chena no daba abasto, llegué a sentir el frío de Alaska. 
Era el momento más asfixiante de la Cuba de los 70 y aquella película fue un aire frío, sirvió hasta para bautizar a unos autobuses. Las Hino que cubrían las rutas interprovinciales tenían un aire acondicionado tan potente, que alguien les puso Colmillo Blanco.
Jack, nuestro cachorro de labrador, es mi homenaje a London. Dentro de 15 días se quedará a vivir a la Loma de Thoreau. Espero que disfrute esa montaña tanto como Buck disfrutaba el enorme patio del juez Miller, en el soleado Valle de Santa Clara.
Nació el 14 de febrero. Todavía es muy pequeño. Es por eso que a veces, cuando anda conmigo por el monte y ya no puede más, me pide que lo cargue. Le he repetido tanto su nombre, que ya responde por él. Digo Jack London y, sin miedo ni indecisión, se hunde en las hierbas de la cañada.
Parece que entrara en lo salvaje. 

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