31 marzo 2018

Un pequeño campo de maíz

Hasta 1959, la mayoría los Yero vivíamos en el Paradero de Camarones. En casas contiguas, en patios sin delimitar. Mi familia siempre fue pequeña, pero ahora es más pequeña que nunca. También era muy unida, pero acabó separada, distante. No fue culpa nuestra, sino de la dictadura que se interpuso entre nosotros y el futuro.
A principios de los años 60 empezaron las ausencias, primero, y las divisiones, después. En cada una de las mesas quedó al menos un puesto vacío y los patios fueron separados con alambres de púas. En algunos casos, las inquinas políticas pudieron más que el amor de abuelos, tíos e incluso hermanos.
De mi tío Aramís lo único que había visto era una postal que él le envío a mi madre desde Madrid. A pesar de que siempre fue un hombre de muy pocas palabras, el espacio no le alcanzó. Al dorso del estanque del Parque del Retiro, escribió todo cuánto quería y extrañaba a los suyos. Era 1970.
Nunca le pude poner rostro a Aramís, no hubo fotos suyas a mi alcance. Nos abrazamos por primera vez en 2005. Se parecía a su hermano Leopoldo, tenía gestos de mi abuelo Aurelio, conservaba el mal genio de mi tío abuelo Roberto, llevaba consigo la mirada noble de su madre, mi tía abuela María.
Ahora él y su hermano Orlando son todo lo que me queda del espacio donde vivían los Yero, que empezaba en el crucero de San Fernando, con la casa de Roberto, seguía por el bar Arelita, la casa de Aramís, la carnicería y la casa de Rao, la de Anebe y, por último, la de Chaco.
Hace unas semanas comí junto a Aramís y Orlando, en Miami. El comedor olía como olían los comedores de mi familia en el Paradero de Camarones. La comida sabía a lo que sabían aquellos sazones. Las conversaciones se repitieron, como si mis abuelos y todos mis tíos muertos también estuvieran con nosotros.
De ese viaje pude traer algo muy valioso: más de dos libras de semillas de maíz cubano. Para asegurarse de que podían germinar, Aramís enterró algunos granos en su jardín. Esa es la razón por la que crecen matas de maíz entre las gardenias de Miriam.   
Ahora en la Loma de Thoreau hay una punta de maíz. Nació después del largo aguacero del miércoles por la noche. Alguien dirá que no necesitamos ese pequeño campo, que en Santo Domingo venden tamales cubanos y que con el maíz de aquí también se pueden hacer frituras o majarete.
No es el maizal, sino lo que representa. Gracias a esas matas seguiré siendo parte de los Yero, participaré de sus costumbres, me uniré a sus rituales. Si todo sale bien, en seis meses podremos cosecharlo. Mientras, disfrutaré de la música que tocarán sus hojas cada vez que llegue hasta ellas el viento de la Loma.
No es un pequeño campo de maíz, es un acto de resistencia.

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