17 marzo 2018

Cuba efímera

Viajamos a Miami para pasarnos unos días con Miriam y Aramís, nuestros queridos tíos. Aramís es hijo de una hermana de mi abuelo Aurelio. Muchas veces, en las alegrías y las tristezas de la sobremesa, oí su nombre y sus historias. Cuando por fin pude conocerlo, más de 30 años después, recuperé un fragmento perdido de mi vida.
Diana, que se fue de Cuba con 5 años y se ha pasado toda su vida armando los pedazos rotos de su propia familia, quiere a Aramís y a Miriam tanto o más que yo. Por eso nos ponemos tan felices cuando estamos con ellos y compartimos los olores, los sabores y el calor de su casa en la calle 5 del North West.
Esta vez, Diana tuvo que viajar a Centroamérica por razones de trabajo. Seguí sus vuelos por FlightAware. Desde que la dejé en al aeropuerto, abrí la aplicación y me mantuve pendiente de ella, paso a paso. En el viaje de ida, el avión bordeó el cabo San Antonio y se internó en el continente por la península de Yucatán.
En el viaje de vuelta, en cambio, atravesó el espacio aéreo de Cuba. Entró por Batabanó y salió justo sobre La Habana. “Ya solo me quedan 30 minutos de vuelo”, me escribió en ese momento por WhatsApp. “Estás pasando sobre Cuba”, le advertí. “Aaaahhh”, me respondió.
Viajamos a Miami para pasarnos unos días con Miriam y Aramís, es decir, para volver a lo que más extrañamos del país donde nacimos. Diana, además, lo sobrevoló. Lo esencial lo servimos a la mesa, en forma de rabo encendido, o nos lo bebimos, a las rocas y hasta puro (en el caso de Aramís).
Lo más efímero de Cuba quedó abajo, como un mapa, como algo inasible, dado por perdido, definitivamente ajeno.

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