Encontré
esta imagen en un muro de Facebook. Ilustra a la Cuba actual como pocas. En
ella se aprecia muy bien ese país en ruinas que sobrevive de catástrofe en
catástrofe, sin producir nada que lo haga avanzar en alguna dirección (cuando
se está atascado cualquier movimiento es mejor que nada).
El
mar, impulsado por el huracán Irma, ocupa las calles de La Habana. Parecería
que no hay tiempo que perder; sin embargo, este grupo de habaneros juega a
desperdiciarlo. Poco antes de dar con esta foto, leí un diálogo entre
dominicanos. Comentaban “la gran disciplina del pueblo cubano”.
“Es
admirable —dijo uno de ellos— todo lo que hace la revolución para minimizar el
impacto de los desastres naturales”. Otro resaltó el millón de evacuados y hasta
un grupo de actores que hicieron representaciones para que los refugiados
disiparan el stress.
¿No
es acaso Cuba una gran concentración de damnificados? El problema de los
cubanos no son las tensiones de una tormenta, sino la paupérrima vida cotidiana que les espera tras su paso.
Estuve tentado a compartir con ellos esta imagen, pero ese tipo de discusiones
ya me hastía.
Mañana,
cuando las aguas vuelvan a su nivel, se robarán algo, comprarán algo robado o —si tienen la suerte de tener un familiar en el exilio— llamarán para que les resuelva sus problemas. Hoy el mar le da
por el pecho, mañana será la realidad quien les provoque la misma sensación de
asfixia.
Por
eso no se les ocurre nada mejor que darle agua al dominó de sus vidas.
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