08 septiembre 2016

José Antonio Rodríguez con las luces encendidas

El Teatro Miramar, uno de los cines más elegantes en La Habana del pasado, fue mi aula de dirección teatral en la Escuela Nacional de Arte. Allí también presentaba sus obras el Grupo de Teatro Buscón, que estaba encabezado por Mario Balmaseda y José Antonio Rodríguez.
Ocurrió muchas veces que, cuando llegábamos a nuestra clase, los encontrábamos ensayando. Gracias a nuestro profesor, Víctor Varela, que nos hacía señas para que nos sentáramos en silencio y no interrumpiéramos, tuve la oportunidad de ver a dos de los más grandes actores de Cuba montando sus personajes.
Siempre que terminaban, aún con las luces apagadas, pedían disculpas y hacían mutis. Un día llegamos en medio de una discusión entre Balmaseda y José Antonio. Era sobre una solución escénica en Buscón busca un Otelo (1985), una de sus puestas en escena más premiadas.
Nos sentamos, como de costumbre, fingiendo que éramos invisibles. Pero después un largo rato sin poder ponerse de acuerdo, José Antonio se puso una mano como visera, miró al público y rompió la carta pared: “Muchachos —preguntó—, ¿qué piensan ustedes de esto?”.
En ese momento, Alfonso, el encargado de El Miramar, encendió las luces de la sala. Entonces sucedió uno de los silencios más largos que recuerdo en mi vida. “Por favor —dijo entonces Balmaseda—, ayúdennos a resolver esto”. Cada uno de nosotros dijo algo y a todos nos escucharon con muchísima atención, como si ellos fueran los alumnos y nosotros los maestros.
Teníamos una relación casi familiar con Alfonso y él nos dejaba entrar a las funciones de primeros. Gracias a eso vi todas las puestas de El Buscón en primera fila. Allí, desde esas butacas, pude admirar la genialidad de uno de aquel grupo que también estaba integrado por Mónica Guffanti, Micheline Calvert, Aramís Delgado y el músico Juan Marcos Blanco.
Ayer, cuando Norge Espinosa nos dijo que había muerto, volví por un rato a la oscuridad del Teatro Miramar. Con los ojos cerrados, le vi gesticular, gritar, retorcerse, babearse… Luego, busqué Una pelea cubana contra los demonios (Tomás Gutiérrez Alea, 1971) en YouTube y volví a verla completa.
Gracias a dos o tres clásicos del cine, podré seguir disfrutando el arte de José Antonio Rodríguez, un cubano inolvidable que tendrá siempre las luces encendidas a su alrededor.

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