El 19 de agosto de 2006, abrí una
cuenta en Blogger y publiqué el primer post en El Fogonero. Para
celebrar los 10 años de esta bitácora, le haré pequeñas entrevistas a creadores
cubanos que han sido importantes para mí por alguna razón. Quiero que sus
palabras se conviertan en mi fiesta.
La
noche que leí el manuscrito de 10
millones apenas dormí. Algunos fragmentos de la obra de Carlos Celdrán se
quedaron retumbando en mi cabeza. Aunque
el teatro se escribe para ser representado y aún no he visto la puesta en
escena, pude intuir claramente los gestos y la luz, llegué a escuchar el tono
de cada voz.
Lo
conocí a principios de los 80, cuando ambos estudiábamos en la Escuela de Arte
de Cubanacán. Una tarde, Salvador Lemis me llevó a su casa. Tarde en la noche pusieron
un disco de Chico Buarque y oí por primera vez “Geni y el zepelín”.
Con
la promesa de que se lo cuidara mucho y se lo devolviera, al final Carlos me
prestó el volumen de Ediciones R con el teatro completo de Virgilio Piñera. “Qué
linda era Lilian Llerena, ¿verdad?”, dijo mientras hojeaba el libro por última
vez.
¿Qué diferencia hay entre el Carlos
Celdrán que aún no había escrito 10 millones
y el que, además de escribirla, la puso en escena?
Nunca
seré tan personal otra vez como en 10
millones. Algo que siento con una fuerza tremenda. Que asusta. Todo lo que
hago y digo en ese espectáculo me interesa, en ningún momento hay relleno, cada
segundo de él cuenta, pesa.
De
un modo que aún no puedo definir estoy descubriendo que el teatro también es
para uno, tu sanación, tu método. Durante años trabajé por un teatro cívico,
honesto, profesional, donde los demás encontraran espacio, sentido. Aquí
también lo hago, pero más cerca de la
experiencia del poema, de ese estado que deja hacer un poema, un texto.
No
sé, estoy en un territorio distinto, casi físico, donde respiro libertad,
cercanía, emociones.
Muchos artistas y escritores cubanos
que viven dentro la isla aseguran que no podrían crear fuera de ella. ¿De qué
te sirvió escribir 10 millones en Estados
Unidos?
Estar
en Nueva York, lejos de Cuba, estudiando, otra vez, teatro y sometido a ser
actor, quizás me abrió a la escritura, a la memoria, al dolor de escribir lo que fue la infancia y la
adolescencia en Cuba. También los ejercicios de actuación que hacía cada día me
abrieron a eso, a recordar, a despertar lo pasado.
Recuerdo
salir de clases y caminar por el Village donde vivía, bajo el calor de aquel
verano, a finales de mis treintas, la excitación de vivir allí, de ser uno más
allí, un estudiante más de teatro en Nueva York. Todo eso creó, quizás, un estado que está en
el texto, una mirada, un tipo de voz.
No
sé cuánto influye un espacio en el acto de escribir, no soy un escritor
profesional, no escribo todos los días ni lucho con esa materia a diario, por
lo que no puedo comparar experiencias, sin embargo, en Nueva York escribí
mucho, de golpe, como nunca lo había hecho antes. Ni siquiera aquí, en La
Habana.
Has viajado mucho más que la inmensa
mayoría de los cubanos. Después de todos esos trayectos y al final de tantas
experiencias vividas en tantos lugares diferentes, ¿qué te hace seguir siendo
cubano?
Es
curioso, he sido un cubano raro, casi toda mi vida me he sentido extraño como
cubano, no sé si has sentido ese malestar, esa presión, pero desde joven sufrí
por ello, por no reconocerme en las cosas que para un cubano eran esenciales,
definitorias.
Sin
ser una persona elitista, odio las élites, siempre me he sentido ajeno aquí,
entre mi familia, incluso, entre mis amigos. Quizás es una experiencia bastante
generalizada, imagino que a los ingleses, a los alemanes les pase lo mismo, que
no se vean ingleses o alemanes. No hablas de ello, es complicado y puede
tergiversarse.
He
hecho un teatro que escapa al énfasis que es la cubanidad, sin embargo, las
contradicciones sociales e históricas que hemos vivido, las paradojas, el
destino que nos ha tocado si está en mi teatro y es lo único cubano que
reconozco, eso que no puedo dejar de sentir, de padecer.
Soy
cubano porque he padecido cosas inevitables. Soy cubano por esa herida que
también me sostiene, quiero curarla, entenderla, explicarla, supongo que
también a ti te pase lo mismo, no dejar de pensar a Cuba, de atraparla. Después
de viajar tanto siento que eres lo que eres a donde quiera que vayas, un
cubano, un simple cubano.
Una vez me prestaste el Teatro completo de Virgilio Piñera y no
te lo puede devolver, porque me lo robaron en el albergue de la Escuela de
Arte. Eso me hizo pensar en esta pregunta: ¿Qué libros temes perder, cuáles te
llevarías contigo a donde quiera que vas?
No
recordaba ese préstamo. Igual he perdido muchos libros así. Y me he quedado con
otros muchos también. Creo, como Virgilio Piñera, que no conservaba sus libros
después de leerlos, que no hay nada más intenso que prestar y que te presten
libros, ese ritual que en Cuba es tan fuerte. Lees lo que leen tus amigos, al
mismo tiempo, en complicidad, con sus anotaciones.
Me
gusta leer bajo ese mandato, para después conversar del libro, no sé qué me
gusta más, si leer o si compartir la lectura con amigos. No me gusta leer solo
para mí, me gusta el cruce de opiniones, la incitación, la vigilancia de leer
con otros. Cuando no tengo eso el impacto que deja el libro es amargo,
solitario, leer es complicidad también, euforia.
Me
llevaría mucha poesía, una antología personal que no está editada, con los
poetas de mi juventud y los nuevos que dejo entrar de a poco, acostumbrarse a
un lenguaje lleva tiempo, familiaridad.
Estaría allí mi Rimbaud de adolescente, el Borges de mi juventud, el Rilke de
las elegías que leí una vez para siempre, Pessoa, Whitman, Cernuda, Eliot,
Kavafis, todo ese pasado que es un sedimento que no cabe en listas. Que releo
cuando no hay nada que leer.
Hablo
de la poesía porque fue lo primero que leí con más intensidad cuando descubrí
en serio la lectura. El teatro es mi oficio, leo teatro como obligación, aunque
Chéjov o Beckett escapen a eso definitivamente. Y después, la lista solo podría
llevarla en un ebook, diversa, caótica,
Virginia Woolf completa, Bernhard,
Coetzee, Gombrovic, Durás, Sebald, Piñera,
Lezama, Baquero, Reina María
Rodríguez.
Eres un gran habanero y La Habana es
una de las protagonistas de tus obras, aún cuando no aparece en ellas o ni
siquiera la mencionas. ¿Qué es lo que más amas y lo que más detestas de La
Habana? ¿Qué cosas te hacen feliz cuando vuelves a ella?
De
La Habana detesto su irrealidad. Cada vez que regreso y no encuentro a mis
amigos y tengo que comenzar a relacionarme con generaciones nuevas, que en
algún momento se irán y despoblarán los lugares, la memoria. Detesto la sensación
habanera de ser sobreviviente, de ser fantasma, de ver lo que otros, que acaban
de empezar, no ven, esa falta de continuidad que impide que La Habana sea
real, tenga realidad.
Sin embargo, cuando vuelvo a ella encuentro la
necesidad de trabajar, de hacer teatro, de ser lo que soy. En otros lugares soy
turista, emigrado de paso, que puede luchar y trabajar profesionalmente si lo
quisiera, pero sin esa oscura necesidad que encuentro aquí, desesperadamente.
3 comentarios:
Muy buena celebración, esta es la mejor manera..y este trabajo es excelente.
lo dicho Carlos, no estamos tan solos, solo que no nos vemos.
Qué lindo todo lo que cuentas! Y qué memoria tienes!!!!!!!! Un abrazo a ti, felicidades por el Fogonero. Fui el primero que entró a leerlo. Un abrazo a Carlos Celdrán y a su bella familia!!!!!
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