Se acabó la luna de miel de Carlos Acosta con las
autoridades culturales de la dictadura de Cuba, ahora empieza el matrimonio mal
llevado. El reconocido bailarín había regresado a su país, después de una
exitosa carrera en el exilio, para comenzar un ambicioso proyecto cultural al
que le puso nombre y —sobre todo— apellido: Acosta Danza.
La cosa iba muy bien hasta que llegó el momento de
presentar su autobiografía, donde acusa a Alicia Alonso de racista y cuenta su
negra experiencia en el Ballet Nacional del Cuba. Todo estaba listo para el
lanzamiento, pero al final no pudo ocurrir y, hasta ahora, nadie ha dado una
explicación.
La historia cubana escrita dentro de la isla en
los últimos 50 años se ha visto forzada a ser tan poco creíble como el discurso
oficial del régimen. Los artistas que se decidan a publicar sus biografías en
ese entorno, tendrán que respetar las reglas de ese juego.
O se dejan censurar o se autocensuran, que es el
camino más corto, sencillo y pusilánime de no tener problemas y recibir —¡cómo no!— homenajitos, prebendas y hasta condecoraciones.
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