01 mayo 2016

Roberto Almarales

En 1978, Cuba fue dividida en catorce pedazos y medio. Así fue que dejaron de existir dos de las seis provincias que habían fundado el sentido de pertenencia de los cubanos: Las Villas y Oriente. En el caso de la nuestra, Las Villas, acabó partida en tres partes: Cienfuegos, Villa Clara y Sancti Spíritus.
Eso hecho tuvo terribles consecuencias en los aficionados al béisbol de mi pueblo. Azucareros, el aguerrido equipo que tantos triunfos les había regalado, desapareció. El equipo que nos tocó a partir de ese momento, Cienfuegos, aún hoy no ha logrado ganar un campeonato. Pero tantas décadas sin una corona nunca amilanaron a los más fanáticos.
En las tardes de domingo, el Paradero de Camarones tenían una banda sonora única: las voces de los narradores de Radio Ciudad del Mar, esos que seguían a los elefantes de Cienfuegos por todos los estadios del país. Aunque la mayoría de las veces todo acababa en una derrota, las bocinas no se apagaban hasta el último out del noveno inning.
Uno de los peloteros más sobresalientes de aquellos años fue Roberto Almarales, un coterráneo de Beny Moré que terminó su carrera con 107 victorias, 115 derrotas, un promedio de 3.95 carreras limpias y 861 ponches. Como las cifras no miden la actitud y el arrojo desde la lomita, nunca son suficientes.
Recuerdo un domingo de principios de los 80 en que tiró tremendo juego en el 5 de septiembre.  Cuando pasó en la guagua de Lajas, los borrachos de mi pueblo lo hicieron bajar para celebrar la victoria. A las 10 de la noche lo subieron a un tren de carga para que lo dejaran en Cruces y, una vez allí, trataran de mandarlo a como diera lugar para Santa Isabel.
Nunca supe cómo llegó, solo sé que el sábado siguiente le ganó a Jorge Luis Valdés y al temible Henequeneros. “¡Ese negro es un pingú, cojones!”, exclamó el Curro Guedes cuando Almarales sacó el último out. Era una época muy romántica, en que bastaba que nuestro equipo ganara un partido para sentirnos dichosos.
Nos habían dividido en catorce pedazos y medio, nos habían partido en tres; pero aún nos pertenecía el lugar en el que tan bien estábamos, porque nosotros todavía pertenecíamos a él. Ya casi nadie recuerda a Roberto Almarales. Pero cuando yo pienso en aquella época, su nombre es uno de los primeros que me viene a la cabeza.

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