27 mayo 2016

Perfumito

Un caboose como el de Perfumito pasando por el Paradero de Camarones.
Tenía uno de los empleos más solitario del mundo. Era colero, es decir, viajaba en el caboose de los trenes de carga. También era negro, viejo y muy pequeño. De niño, cuando leía cosas sobre los güijes, me los imaginaba con su cara y su cuerpo. Mi madre ya no recuerda su nombre*. Yo nunca lo supe. Solo sé que le llamaban Perfumito, por su porfiado aliento a Coronilla.  
Para darle la vía a los trenes de carga, mi abuelo preparaba tres arcos: uno para el maquinista, uno para el conductor y uno para el colero. Como Perfumito tenía los brazos muy cortos, tenía que sacar todo el cuerpo del caboose. Solo así lograba pasar su mano entre el cordel donde estaban sujetadas las órdenes para su tren.
Cuando mi abuelo se jubiló y se sentaba en el andén a ver pasar los trenes, Perfumito no dejó de sacar todo el cuerpo del caboose. “¡Yerooooo!”, gritaba mientras se alejaba, batiéndose como una banderola al final del tren. Una vez, en Hormiguero, su tolvero se descarriló. Ya lo daban por desaparecido cuando emergió de una montaña de azúcar a granel.
En otra ocasión, mientras pasaba por Palmira, su caboose se desenganchó y, cuando por fin se detuvo, no le dio tiempo a reaccionar. La pendiente hacia Cienfuegos es muy pronunciada. Según los testimonios que oí entonces, la velocidad de aquel viejo vagón debió superar los 100 kilómetros por hora.
Pero Perfumito nunca dejó de mover su farol en señal de alarma. Justo después de pasar por el crucero de Manacas, las ruedas tomaron una dirección y el caboose otra. Salió ileso, pero esta vez lo obligaron a retirarse. La última vez que lo vi estaba sentado en el banco más solitario del Parque Martí.
Cuando lo saludé, me respondió como si se estuviera alejando en su caboose: “¡Camilitooooo!”. Siempre fue colero, toda su vida vio al mundo de pasada y no parecía estar acostumbrado a la inmovilidad de las cosas. Lo único que pudo conservar hasta el final fue su porfiado aliento a Coronilla.

*Cuando Esteban Darias Domínguez (uno de los ferroviarios que más admiro y quiero) leyó este post, me hizo llegar el verdadero nombre de Perfumito: José Luis González. Según Esteban, en estos momento tiene más de 90 años y goza de perfecta salud.

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