31 marzo 2016

La enajenación del hombre nuevo en Cuba

En los años sesenta del siglo pasado, Ernesto Guevara propuso que la revolución cubana pariera un hombre nuevo. Según el guerrillero argentino, la arcilla fundamental del régimen que ellos habían instaurado era la juventud: “en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera”.
Elías Argudin Sánchez, el periodista de Tribuna de La Habana que llamó negro al presidente norteamericano Barack Omaba, es un perfecto hombre nuevo. Mientras el Che escribía de la ternura con una mano, dirigía un pelotón de fusilamiento con la otra. Elías pide disculpas insultando.
Supe del artículo de Elías por un post en Facebook de Víctor Fowler Calzada: “Por largo rato quedará, para vergüenza del periodismo contemporáneo en Cuba, el comentario titulado 'Negro, ¿tú eres sueco?', aparecido en la edición electrónica del diario Tribuna de La Habana…”.
Aunque la columna fue retirada y su autor forzado a publicar una excusa, advierte que hay “sangre de por medio”. Sus palabras recuerdan otra frase de Guevara a propósito del hombre que necesitaba Cuba para construir su futuro: “Nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre”.
En 2016, Cuba es un país inmovilizado con una nación en ruinas. Alrededor del mausoleo con los restos de Ernesto Guevara, en Santa Clara, crece un barrio marginal. Esa metáfora basta para relatar el fracaso de la utopía. Sus compañeros de lucha que aún viven, tienen más de 80 años y no se han atrevido a pasar la bandera.
El hombre nuevo resultó ser un tipo enajenado como Elías, que insiste en quedarse a vivir en el pasado. Por eso no es capaz de entender que el mundo cambió, que ahora el joven presidente de Estados Unidos es más revolucionario y progresista que los ancianos reaccionarios que gobiernan su país desde 1959.
Elías fue hecho de arcilla, por eso no toleró el aguacero que llegó a Cuba con Obama. Cuando escampó se vio sin esperanza.  

29 marzo 2016

Acuse de recibo o el afán de coleccionar cosas

A finales de enero sostuve un diálogo con Manuel Sosa por el chat de Facebook. Fue a propósito de un post suyo sobre Los Reyes 73. Yo le pregunté si tenía grabaciones de esa importante y efímera agrupación cubana y él me respondió con una propuesta que me llenó de entusiasmo:
Mira, te puedo mandar un flashdrive por correo. Tengo muchas cosas de los 60 y 70 — me puso— Rumbavana, Ritmo Oriental, Los Latinos, Los Tainos, todos los grupos de ese tiempo. Déjame una dirección y te envío una memoria con eso y mucho más.
Anoche, cuando volví a casa, me esperaba un sobre que había llegado desde Scottdale, Georgia. Dentro, había 16 gigabytes de música cubana y una nota:
“Camilo, me confirmas si recibiste esto. Recuerda que muchas de estas grabaciones solo tienen valor de coleccionista, de rareza o lo que sea. El nivel de audio es disparejo, la calidad de la conversión digital no siempre es buena. Algunos fueron pasados directamente de la cinta magnetofónica o el vinilo a mp3. Tampoco tengo que aclararte que mucho de esto no refleja mi gusto musical, sino mi afán de coleccionar cosas. Un abrazo, Manuel”.
Mientras escribo este post, Radeúnda Lima, la Reina del Monte, dice que quiere disfrutar lo que perdió. Gracias a Manuel yo también puedo hacerlo. Con este acuse de recibo le mando mi abrazo y toda la gratitud por la indescriptible alegría que ahora retumba a mi alrededor.

22 marzo 2016

Apuntes sobre el discurso de Barack Obama en el Gran Teatro de La Habana

A Barack Obama habrá que agradecerle siempre que fuera hasta ‪#‎Cuba‬ y dejara en evidencia, de la manera que lo ha hecho, la decrepitud y la inviabilidad de la dictadura de Fidel y Raúl Castro.

*
En el auditorio no había jóvenes. Solo dos personas del palco presidencial, Raúl Castro y Alicia Alonso, suman casi doscientos años de edad. Él único joven que los acompañaba, el nieto del dictador, apenas entiende de cubrir espaldas y armas de fuego. Al final de las palabras de Obama, pusieron una canción de mediados del siglo pasado cantada por artistas muertos. El régimen no entiende el presente y no tiene ni idea del futuro, por eso se atrinchera en antiguos símbolos que cada vez le resultan más indiferentes a los cubanos. Este viaje de Obama no es el fin, pero es el principio del fin.

*
Cuando Obama hablaba de oportunidades y de libertad, nadie en el público se atrevía a aplaudir, pero algunos compartían una sonrisa con los que estaban a su lado. Desde arriba, el movimiento de las cabezas parecía un silente coreografía de aprobación y complicidad.

*
La dictadura de Cuba no sabe vivir sin enemigos. Durante casi 60 años ha basado su subsistencia en la confrontación con Estados Unidos y la división de los cubanos en dos bandos irreconciliables. De cara a la nueva realidad que plantea Obama, todos los que estaban en el palco presidencial lucen tan ciegos como Alicia Alonso.
*
Me llama poderosamente la atención que todos los pinchos, ñángaras y talibanes que cacareaban la visita de Obama a Cuba como un espaldarazo del presidente de Estados Unidos a la dictadura, ahora estén tan apurados en descalificar su discurso y en restarle importancia al hecho. Primero, es muy peligroso dar marcha atrás a tanta velocidad. Segundo, el mal (es decir, el bien) ya está hecho.

*
Lo que quedaba en pie del discurso del régimen cubano, hoy fue derribado por Obama con su cañón de futuro.

Los tiranos en sus fincas

Hay una vieja película en blanco y negro donde Rafael Leonidas Trujillo, el sanguinario dictador dominicano, concede una entrevista en su finca de San Cristóbal. A veces habla con sombrero y a veces sin él, pero siempre se refiere a los dominicanos y al destino del país como si se tratara de los caballos, las reses y los sembradíos que le rodean.
La entrevista a Trujillo ocurrió en 1961 y cada vez que la veo acabo sintiendo un raro escalofrío. Me imagino lo que era vivir bajo el yugo de esa bestia. Ayer, 22 de marzo de 2016, el mundo pudo ver a Raúl Castro enfrentarse a periodistas libres, que fueron hasta allí sin un cuestionario previamente concertado.
En la primera pregunta que le hicieron, cuando se pronunció la palabra libertad, el dictador comenzó a toser. A pesar de que es un general octogenario, que ha dirigido ejércitos, batallas y hasta pelotones de fusilamiento, algo tan sencillo como la palabra libertad le resecó la garganta y lo dejó sin palabras.
Aunque no estaba en Birán, la finca de su padre, sino en un palacio de La Habana, se sentía con un dominio total de escenario. Por eso habló como un terrateniente y no como un estadista: “¡Dame la lista ahora mismo de los presos políticos para soltarlos (…) Y si hay esos presos políticos, antes de que llegue la noche van a estar sueltos!”, respondió.
Habló de los cubanos con la misma propiedad que su padre disponía del ganado. Antes, confundido, le dijo a Barack Obama que le pareció oír que le preguntaban por “presos humanos”. Tan acostumbrado está a que nadie lo contradiga ni le haga interrogantes incómodas, que una pregunta tan sencilla y directa logró embrollarlo.
Raúl Castro todavía no había terminado de hablar, cuando ya en las redes sociales circulaba un listado actualizado de los presos políticos en Cuba. Al parecer nadie pudo hacérsela llegar al dictador, porque ninguno fue liberado anoche. Aunque la rueda de prensa fue transmitida en todo el mundo por medios digitales y a todo color, algo había en esas imágenes de una vieja película en blanco y negro.
Hace 15 años que me escapé de esa realidad, pero cuando vi al anciano que gobierna mi país referirse a los cubanos, sentí un escalofrío, me sentí parte de los caballos, las reses y la tierra baldía que le rodean.    

21 marzo 2016

Cuba es un círculo vicioso que se acaba de cerrar

Cuba es una nación en ruinas, una sociedad muerta, un círculo vicioso que se acaba de cerrar. Al cabo de 56 años de dictadura, después de haber puesto al mundo al borde de una guerra nuclear, de haber librado contiendas en África, de haber tenido la vaca que más leche ha dado en la historia y de mandar un hombre al cosmos, volvimos al punto de partida.
En los años 60, cuando Estados Unidos rompió relaciones con la revolución de Fidel Castro, el líder cubano convirtió a la isla en un lejano satélite de la Unión Soviética. El inglés fue abolido de la enseñanza y el ruso se convirtió en obligatorio. El propio comandante se burlaría de esa medida décadas más tardes: “Todo el mundo estudiaba inglés menos nosotros, que estudiábamos ruso”.
A finales de los años 80, cuando cayó el Muro de Berlín y desapareció el campo socialista, Fidel se apuró en conseguir otro aliado que mantuviera a su improductivo reino. Tardó unos años y ese lapso de tiempo se conoce hoy con el eufemismo de Período Especial en Tiempo de Paz, una atroz crisis económica que paralizó al país y convirtió a los cubanos en una tribu de sobrevivientes.
A finales de la década de los 90, un militar golpista que acababa de salir de la cárcel en Venezuela fue recibido en el aeropuerto José Martí con honores de jefe de estado. Era el hombre que Fidel buscaba y no descansó hasta convertirlo en presidente. Gracias a Hugo Chávez y al petróleo del lago Maracaibo, los trenes cubanos volvieron a circular y el país pudo sostenerse unos años más… hasta que Venezuela también fue insostenible.
Entonces no quedó nadie a quien acudir. La única manera de sobrevivir que encontró la casta militar que gobierna y se enriquece hoy en la depauperada isla, fue pactar con Estados Unidos. Cuando Barack Obama abrió su paraguas para abandonar el Air Force One y descender a La Habana, se cerró por fin ese círculo vicioso dentro del que ha vivido Cuba durante casi 60 años.
Ningún cubano va a recuperar nada a partir de ahora. Los pocos que hasta hoy han podido sobrevivir y hasta enriquecerse, se harán aún más ricos. Los que se han empobrecido hasta la indignación, serán todavía más pobres. El tiempo perdido, como las familias y los valores, será irrecuperable. 
Solo la libertad podría reconstruir las ruinas y revivir a la sociedad. Pero ella, como el futuro de todos los cubanos, se demora.

12 marzo 2016

¿Ha valido la pena?

Todas las mañanas del mundo, después de desayunar, Diana y yo aprovechamos para estar un rato más juntos. Aunque cada uno su pone al día con su respectiva laptop, compartimos noticas, comentarios, ideas... Hoy me contó que ayer había oído a Pablo durante todos los trayectos en el carro, luego me enseñó un post que había escrito en Facebook. 
Lo comparto aquí, porque estoy seguro de que muchos de los lectores de El Fogonero ha tenido que vivir lo mismo que Diana.


"Desde ayer estoy escuchando esta canción. Esta semana alguien me comentó, que comentó con alguien, que yo no tenía familia en Santo Domingo, que estaba sola. Realmente tengo familia: mi esposo, mis hijos y mis padres. Pero no tengo a mis tios, ni a mis primos y siempre viví sin mis abuelos. 
Lo cierto es que tengo muchos familiares, pero desperdigados por muchos sitios del planeta. Hemos tenido que separarnos en busca de libertad y de mejores oportunidades para nosotros y para nuestros hijos. Pero en los momentos duros, es cierto, nos toca estar muy solos, sobre todo sabiendo que somos tantos y que en esta vida nos tocó estar tan separados. 
Ha valido la pena, pregunto, no sé".
                                                                    Diana Sarlabous

Caminar

(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

Ayer volví a leer Caminar, uno de los textos más hermosos de Henry David Thoreau. Entonces caí en cuenta por qué disfrutamos tanto cuando andamos los rincones que más nos gustan de Santo Domingo, o salimos a descubrir los secretos de una loma en la que nunca antes habíamos estado.
Siempre tengo algún libro de Thoreau a mano. A menudo, cuando el trabajo me abruma o estoy tenso por algo, hago un alto y me refugio en la naturaleza de uno de mis escritores preferidos. La mayoría de las veces, después de permanecer por un rato en los bosques de Maine o en la laguna de Walden, vuelvo renovado a la vida real.
Si esa “terapia” no es suficiente, entonces me voy a caminar. Muy cerca de nuestra casa está una de las pocas urbanizaciones que se ha salvado de la delirante especulación inmobiliaria que ha transfigurado a Santo Domingo. Allí las calles no son tan transitadas y conservan gran parte de su arbolado. También es posible ser peatón sin morir en el intento.
A veces no pienso en nada y me dedico a contemplar lo que sucede a mi alrededor: las aves, la gente, los sonidos, los olores, la luz, la sombra... Otras, me abstraigo y empiezo a dar vueltas en redondo dentro de mí. Cualquiera de los dos caminos me lleva siempre hasta alguna idea nueva y al entusiasmo para llevarla a cabo.
En “Caminar”, Thoreau confiesa que no podía quedarse en su habitación ni un solo día sin acabar entumecido. “Me asombra la capacidad de resistencia de mis vecinos, que se confinan todo el día en sus talleres y sus oficinas, durante semanas y meses, e incluso años y años”, dice.
Cerca de casa, también, hay un supermercado que tiene un gimnasio. Aunque el parqueo es enorme, todos los que van a hacer ejercicios tratan de estacionarse lo más cerca posible de la entrada para caminar lo menos posible. Han ido hasta ahí para andar durante cuarenta minutos por una estera, sin moverse del lugar y sin que jamás cambie nada a su alrededor.
Luego vuelven a sus vehículos y a sus sedentarias cotidianidades. Les basta con quemar grasa hasta lograr ponerse una o dos tallas menos de las que deberían usar y tener un cuerpo que despierte la admiración de los demás. No es que esté mal ir al gimnasio, tampoco que sea frívolo mantenerse en forma.
Pero no dejar de ser un desperdicio consumir la mayor parte de las energías diarias en las mismas rutinas por semanas, meses y años. Es por eso que, particularmente, en lugar de encerrarme en una caminadora prefiero salir a caminar.
“Si quieren hacer ejercicio —propone Thoreau—, vayan en busca de las fuentes del espíritu. ¡Piensen que un hombre levanta pesas para conservar la salud, cuando la verdaderas fuentes borbotean en lejanas praderas a las que no se le ocurre acercarse!”.
Hace una semana, Diana, María y yo caminamos por un bosque de pinos que está a mil metros de altura. Las aves estaban tan confiadas en su entorno que nuestra presencia no logró perturbarlas. Los grillos ensayaban una rara sinfonía. Frente a nosotros, el Mogote de Jarabacoa lucía una bellísima corona de nubes.
Thoreau decía que la región donde él vivía le ofrecía un gran número de paseos espléndidos: “Aunque durante muchos años he caminado prácticamente cada día, y a veces durante varios días, aún no los he agotado. Un panorama completamente nuevo me hace muy feliz, y sigo encontrando una cada tarde. Dos o tres horas de camino me llevan a una zona tan desconocida como siempre espero”.
El país donde yo vivo es aún más diverso que la región de Thoreau (él no sería capaz de desmentirme), es por eso que prefiero caminar por él a dejar que una estera me mantenga en el mismo lugar mientras rueda bajo mis pies. Más que el ejercicio, me importa la experiencia. Aunque tenga que usar mi talla o una más que la mía.

10 marzo 2016

Cachivache

Este cachivache incómodo y obscenamente anticuado, es el más reciente modelo de ómnibus producido en Cuba. La guagüita es tan fea que agrede a la vista, pero lo que más lamento es que se llame Diana.

Irrompible

De izquierda a derecha: mi tía Titita, mi madre, mi prima Lucy,
Tito, Nellina y mi tío Aldo.
Cada vez que mi tía Nellina llegaba en el tren de La Habana, yo descubría algo increíble. Siempre nos poníamos alrededor de su neceser en espera del milagro. Una vez trajo una linterna que no llevaba pilas, bastaba con conectarla a la corriente durante toda la noche. Otra, un pez azul que al tirar de su cabeza y su cola se convertía en un tenedor y una cuchara.
Cuando Nellina nació, murió María Góngora, su madre. Fue mi abuela Atlántida quien la crió, por eso se querían aún más de lo que llegan a quererse los hermanos.
—Tarde o temprano todo se rompe —dijo mi abuelo el día que Nellina sacó una fuente de un material indestructible.
Para probar que no mentía, la lanzó desde lo alto contra el suelo. La fuente rebotó y volvió a caer intacta.
—¿Ves que es irrompible?
—Todo se rompe —insistió Aurelio.
Con ese aire de superioridad que los campesinos vuelven de La Habana, Nellina se subió encima de un taburete y volvió a lanzar la fuente. Otra vez rebotó y volvió a caer intacta.
—Por Dios, Nellina —trató de mediar mi abuela— no lo vuelvas a intentar.
Aquella frase, lejos de persuadirla, pareció estimularla. Porque se subió en el taburete y del taburete saltó a la mesa del comedor. Esta vez la lanzó hacia arriba. Como la estaciones de ferrocarril que construyeron los ingleses en Cuba tenían un puntal muy alto, la fuente flotó durante un instante interminable. Todos abrieron las bocas y los brazos.
Cuando se oyó el crujido, Atlántida se apresuró a recogerla y guardarla bajo llave en el aparador donde atesoraba su vajilla de porcelana. Nunca pudo usarla, pero jamás se deshizo de ella. Como recuerdo de familia sí logró ser irrompible.

09 marzo 2016

El piano de mi prima Lucy

(Para Yanelis Martin, que es hija de la protagonista de la historia)

Mi prima Lucy Serralvo, que es mucho mayor que yo y también fue criada por mis abuelos Aurelio y Atlántida, tuvo un piano. Se lo compraron cuando tenía cuatro años. Tocaba bastante bien las piezas más sencillas de Chopin, marchas militares y danzones. 
Cuando se casó con Popy Martín y se fue a vivir a Manicaragua, dejo al piano atrás. Durante toda mi infancia, aquel instrumento fue un mueble mudo encima del cual estaba el radio de la casa, un viejo Westinghouse que sí sonaba. 
Un día a mi abuelo se le ocurrió que mi prima Lucy debía volver a tocar el piano y se lo mandó en el tren de Cumanayagua. Pero ella estaba muy ocupada con sus dos hijos y el trabajo en la oficina. Nunca pasó a recogerlo. 
Meses después, Armando Hernández, el jefe de estación de Cumanayagua, llamó a mi abuelo y le preguntó qué hacía con el piano. "Mándamelo para atrás", respondió Aurelio. Lo esperó en el andén con un hacha. Lo descuartizó delante de todos los pasajeros, que miraban horrorizados por las ventanillas. 
Con los pedazos más grandes hizo un gallinero.
Animación de Margarita García Alonso.