31 enero 2016

No somos políticos

Muchas veces he dicho, de muchas maneras, lo feliz que soy compartiendo la vida (y espero que sea todo lo que me quede de ella) con Diana Sarlabous. Nuestros más cercanos amigos saben que no ha sido nada fácil, por muchas razones y circunstancias, pero el saldo final sobrepasa con creces lo que uno puede esperar de una pareja.
Una de las cosas que más me gusta de nosotros (dicho así, al estilo de Pedro Flores, pero por motivos totalmente distintos), es que siempre nos estamos enseñando y siempre nos estamos aprendiendo. Una prueba de ello fue el viernes pasado. Recibí una invitación a algo que me entusiasmó y, cuando la compartí con ella, recibí un escueto: “No somos políticos, no hacemos nada ahí”.
No dijimos nada más sobre el tema. Simplemente pasamos al próximo capítulo, que consistió en levantarnos a la 5 de la mañana del sábado y tomar las rutas dominicanas rumbo al Cibao. Subimos hasta el Santo Cerro, donde dicen las buenas lenguas que Cristóbal Colón plantó una cruz hecha con madera de níspero.
Luego compramos dos palmas washingtonia y un ciprés para seguir reforestando el pedacito de tierra donde queremos vivir nuestra vejez. Justo allá arriba, leí un post de Andrés Calamaro sobre David Bowie donde el Salmón recordaba su vida de cuarenta o cincuenta años al servicio de la imaginación, la libertad y la inteligencia.  
Entonces le di la razón por enésima vez a Diana. Se lo traté de decir con un beso en la frente, pero ella no me entendió y tuve que explicarme mejor: “Tú tienes razón, mi amor, cuando uno quiere hacer trabajo voluntario a favor de la imaginación y la libertad no se puede meter en política”.

30 enero 2016

Yo creía que Hamlet Hermann era eterno

(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

Siempre me resultó incómodo abrazar a Hamlet Hermann. No soy alto, pero tampoco soy bajito; sin embargo, cuando la estatura de Hamlet me abracaba por la cabeza, me sentía un liliputiense al lado de Gulliver. Disfruté de su cariño y de su cercanía por años, hasta que, después de no pocas discusiones, nos distanciamos.
No fue por culpa de nosotros, sino de Cuba, esa isla rodeada de mar y de extremismos por todas partes. Hamlet no comprendía por qué yo llamaba dictador a Fidel Castro y yo no podía entender cómo él lo seguía llamando revolucionario. A partir de ahí, para mí fue muy doloroso pasar cerca de él sin dejar que me abracara por la cabeza.
Pero nunca dejé de querer y admirar al héroe, al guerrillero, al ingeniero, al escritor, al valiente, al consecuente, al honrado, al conversador, al hijo de teatreros y, sobre todas las cosas, al padre de Sara, una de las mejores obras de Hamlet, a quien quiero mucho y con quien he compartido algunas de las mejores experiencias de mi vida.
Recuerdo que una vez comimos los tres juntos en un restaurant italiano de Santiago. El lugar era (o es, no sé si todavía existe) horrible, pero su comida inmejorable. Cuando nos abrieron la puerta del sitio, Hamlet nos pidió que cerráramos los ojos. “No miren para las paredes —dijo sonriente, después de su nervioso pestañeo— concéntrense en comer y conversar”.
Hablamos por horas y durante todo ese tiempo las cosas que nos rodearon no tenían nada que ver con lo que había colgado en las paredes. Ese día, cuando volvimos a salir a la calle, señaló hacia la Cordillera Septentrional: “Siempre que anden por Santiago, busquen el Diego de Ocampo y mírenlo por un rato, esa montaña es mágica”, dijo.
A modo de homenaje, en cuanto se supo de su repentina muerte, muchos comenzaron a compartir lo mejor de Hamlet Hermann en las redes sociales. El Grillo, un medio emergente que se fundó recientemente, rescató una carta que le envió Danilo Medina en 1998, cuando Hamlet dirigía el único proyecto serio que se ha llevado a cabo en República Dominicana para resolver el caos vehicular.
“Infórmole, para los fines pertinentes, de la justificada preocupación que existe entre los miembros del gabinete de nuestro gobierno, por el excesivo celo dispuesto en el cumplimiento de las disposiciones reglamentarias”, dice la misiva firmada por el actual Presidente.
Luego se supo, en Acento, que el origen de ese “regaño” que Hamlet obviamente no toleró, fue el vehículo de Diandino Peña, el cual estaba mal parqueado en la 27 de Febrero y la AMET, que entonces hacía cumplir la Ley sin distinción ni concesiones, lo retiró en una grúa.
Entre las tantas anécdotas de Hamlet que se compartieron en las redes sociales durante estos días, varias personas recordaron el enorme “4%” que pintó en la verja de su casa, que queda frente al Palacio Presidencial. Cuando Leonel Fernández (quien siempre se negó a invertir en educación lo que la Ley mandaba) se asomaba a su ventana, era eso lo que veía.
Cuentan que desde el Palacio enviaron a un oficial para que Hamlet borrara su exigencia. “Vengo a quitar ese cartel, porque es un insulto al Presidente”, dicen que dijo. “Quítelo”, se limitó a responder Hamlet. La respuesta del guerrillero al militar parece haber sido muy clara, porque dio media vuelta y se marchó. El cartel todavía está ahí.
Yo creía que Hamlet Hermann era eterno. Por eso nunca me acerqué a pedirle que al menos por una vez nos olvidáramos de Cuba y que me volviera a abracar por la cabeza (para los que no conocen el término, según el “Diccionario de cubanismos”, es abrazar fuertemente a una persona hasta privarlo de su defensa”).
Yo creía que estaría siempre ahí, que iba a tener tiempo de sobra para volver a conversar con él. Pero me consuelo con sus gestas, sus libros y el gigantesco legado de honradez, valentía y resistencia que le dejó a los dominicanos. Me consuelo con Sara, que lleva con ella el pestañeo nervioso y lo mejor de Hamlet Hermann.

28 enero 2016

Tres congas santiagueras


El pueblo de Santiago de Cuba es autor de tres congas inmejorables:
1. "Neto, Neto, Santiago te recibe con amor y afeto" (para darle la bienvenida a Agostinho Neto, ex presidente de Angola)*.
2. "Nyerere, Nyerere, Santiago te recibe sin saber quién eres" (para darle la bienvenida a Julius Nyerere, presidente de Tanzania).
3. "Martí, Martí, Martí ti ti tiriti tití..." (para celebrar, un día como hoy, el natalicio de José Martí).

*Según la escritora Odette Alonso, nacida y criada en Santiago, la conga de Agostinho Neto decía: "Neto, Neto, Santiago te recibe con afeto y con repeto".

Las antorchas de Raúl y Leonel

Leonel Fernández es, en República Dominicana, un símbolo ultraconservador. Uno de sus principales aliados, la familia Castillo, representa todo lo que un progresista no quisiera para el futuro de su país. En cada uno de sus gobiernos (hasta ahora van tres), Leonel ha apostado siempre por el clientelismo antes que por la educación.
Hacia el final de los dos últimos, se produjeron manifestaciones masivas por un déficit fiscal que, según ha documentado la Procuraduría General de la República, fue provocado en parte por un defalco multimillonario al Estado. Funglode, la fundación Global Democracia y Desarrollo creada por Fernández, es reconocida popularmente como Funrobe.
Por eso me imagino que algunos de mis amigos dominicanos, esos que aún apoyan al régimen de Cuba (porque no ven en él a la dictadura que ha dejado a los cubanos sin nación ni futuro, sino a la revolución que un día inspiró a tantos), se sentirán terriblemente mal con una noticia que aparece hoy en los diarios.
El hecho de que Leonel Fernández fuera uno de los invitados especiales de Raúl Castro a la Marcha de las Antorchas (una simbólica manifestación que recuerda los años en que los universitarios cubanos participaban activamente en la lucha por el futuro de su país), es en verdad penoso.
Pero, para tranquilidad de mis amigos, debo decir que la antorcha de Raúl representa tan poco o menos que la antorcha de Leonel. La FEU hoy es una organización títere y ventrílocua, sin ningún tipo de independencia del régimen que la sufraga y usa. No es luz lo que se ve en el fuego de esas teas, es oprobio.

26 enero 2016

Ay, ay, qué verano

A menudo lamento que Manuel Sosa abandonara su finca, aquel blog por el que uno tenía que pasar casi a diario para encontrar lo que andaba buscando. Hoy, a propósito de la muerte de El Lele, el mítico cantante de Los Van Van y los Reyes 73, echamos un conversao por chat. 
"¿En tu casa oían CMHW (la emisora de Santa Clara)?", le pregunté. "¡Las 24 horas del día!", me respondió. "¿Recuerdas la canción que era el tema de la programación de verano? ¡Ni Sigfredo Ariel me ha sabido decir quiénes eran los que la cantaban!", lo dije en tono de reto. 
"Te la pongo ahora", me puso con humildad campesina y se fue a buscarla. Unos minutos después, me envió el link. Qué suerte tengo yo de tener amigos como este guajiro de Meneses, que se niega a olvidar aquellas pequeñas cosas que constituían nuestro lugar en el mundo. 
Gracias, compay, por alegrarme el martes. Los dejo con Karat y "Ay, ay, qué verano" (1978), la canción que oíamos a todas horas los guajiros de Las Villas durante las vacaciones de julio y agosto.

25 enero 2016

Reloj despertador

Por fin entendí a Santiago, el viejo de Cojímar que protagoniza la novela de Hemingway, cuando le dice al niño que él no necesita reloj porque "la edad es su despertador". Todos los días del mundo, a las 5:30 de la mañana, los ojos se me abren y ya no hay manera de cerrarlos. Cuando eso pasa, aunque sea domingo o feriado, no me queda otra opción que preparar la cafetera y dejar que el día empiece.

24 enero 2016

El revolucionario arte de convertir escuelas en cárceles


Foto tomada por Alfonso Quiñones, durante su viaje a Cuba.
El 28 de enero de 1960, el Cuartel Moncada, la mayor fortaleza militar del oriente cubano, fue entregado por Fidel Castro para que funcionara como una ciudad escolar. Aunque la enorme instalación militar fue remozada cuidadosamente para esa ocasión, se dejaron en su fachada los impactos de balas del 26 de julio de 1953.
De ahí en adelante, cada generación de cubanos tuvo que aprenderse el significado de aquellos hoyos y la importancia de que la revolución transformara los cuarteles en escuelas. “¿Por qué podemos convertir esta fortaleza en escuela?”, preguntó Fidel aquel día. La versión taquigráfica solo pone “EXCLAMACIONES” en el lugar de la respuesta, de manera que ya no sabremos qué dijo la gente.
“Como lo que necesitamos son escuelas, pues, por eso nosotros estamos convirtiendo todas las fortalezas en escuelas.  Y así, donde antes vivían millares de soldados, con sus fusiles, y sus sargentos, y sus capitanes, y sus generales, ahora van a trabajar y a estudiar millares de niños con sus lápices, con sus libros, con sus maestros”, afirmó el Comandante en Jefe.
Recientemente, el escritor Alfonso Quiñones viajó a Cuba para volver a algunos de los lugares más importantes de su vida: la casa de su infancia, la tumba de sus padres, el patio de sus abuelos, el parque de su juventud… Camino a Manzanillo, después de pasar por Camagüey, se desvió por el terraplén que conduce a la Escuela Secundaria Básica en el Campo Carlos Manuel de Céspedes.
Allí, Quiñones se estrenó como becado (que es como se llamaba en Cuba a los internos), descubrió la física, aprendió a medir versos y conoció a su primera novia. Por eso tuvo un deseo irrefrenable de pararse de nuevo entre los framboyanes de la plaza y de caminar por el puente que iba de las aulas al internado.
Pero una alta verja le impidió entrar a su añorada escuela. Soldados con armas largas le hicieron señas de que se alejara. Hoy  Veguita 1 (como era conocida popularmente) es una cárcel. Algo así llamaría la atención en cualquier país del mundo, pero en Cuba tiene un peso simbólico tan grande como los hoyos en las paredes del Moncada.
¿Cómo acabaron convirtiendo escuelas en cárceles?, valdría la pena preguntarle al Fidel del 28 de enero de 1960. Aunque la versión taquigráfica luego ponga “EXCLAMACIONES” en el lugar de la respuesta y nunca lleguemos a saber qué dijo. 

21 enero 2016

El viaje de Alfonso Quiñones a la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones

Alfonso Quiñones acababa de llegar de Moscú el día que lo conocí. Fue en el Hotel Rancho Luna, de Cienfuegos, y él solo tenía dos temas de conversación: su libro Cuarto alquilado (1987) y la belleza de las moscovitas. Entonces ninguno de los dos imaginaba que acabaríamos viviendo en la mitad de una isla y que, robinsones al fin, nos hermanaría la condición de náufragos.
En su último viaje a Cuba, Quiñones tuvo la generosidad de volver por mí a la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, el lugar donde me crié y viví con mis abuelos. De esa experiencia salió este texto, que comparto después de llorar (soy muy llorón, lo he advertido muchas veces). Gracias, querido Quiño, por tus palabras y —sobre todo— por traerme noticias de mi lugar en el mundo.


CHAPAS DE BOTELLAS DE REFRESCOS Y ESTACIONES DE FERROCARRIL

por Alfonso Quiñones

Las líneas del ferrocarril me recuerdan las veces que fui corriendo apenas a tres cuadras de la casa de mi infancia -en un Manzanillo desaparecido en los deslaves de la inopia y la indolencia- a colocar sobre los raíles, las chapas de las botellas de refrescos, para convertirlas en las cuchillas que usábamos en el juego de gallitos.
Ahora estoy de nuevo ante los raíles del ferrocarril. Es Paradero de Camarones. Mañana entre gris y soleada. Pronto lloviznará. 
No sé por qué siempre pienso que el camino de hierro es algo creado por la propia naturaleza, así como los ríos o el aire. Y siempre creo que se trata de una sola línea, inmensa, insondable, infinita, que atraviesa los países, se zambulle en los océanos, emerge en algún sitio y a partir de ahí los hombres se encargan de ponerles encima locomotoras, estaciones terminales, viajeros.
Algo terrible ocurre cuando clausuran tramos de viajes, cierran estaciones, borran memorias de itinerarios, y comienza a crecer la maleza del olvido en los que nacen ya con parte de lo que les estaba dado vivir, cercenado.
Ahora, digo, estoy en el andén por donde correteó un niño llamado Camilo. Cierro los ojos: entre un tren y otro (él conoce muy bien los horarios), corretea por el andén, desciende a la línea junto a otros niños. Juega con las mismas chapas de botellas de refrescos. Esperarán a que pase la próxima locomotora.
Pero algo sucede. Alguien se le ha adelantado. Y una cuchilla enorme, del tamaño del sol, corta el hilo con que juega. Y de pronto se encuentra en otro país, entre altas edificaciones, donde no se escucha pitazo de tren alguno, ni la voz de la abuela Atlántida llamándolo a la mesa. Llovizna.

16 enero 2016

En busca de la sencillez perdida

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos) 

Nos levantamos a las cinco de la mañana. Todavía era de noche. Sobre Santo Domingo flotaba un silencio enorme, del mismo tamaño que la niebla que lo cubría. Cuando alcanzamos la Autopista Duarte, todo estaba abrigado por un manto borroso, apenas se distinguían las luces amarillas de los vehículos.
Nos rompió el día entre Bonao y La Vega. De pronto, cuando comenzamos a subir la cuesta de Bayacanes, una resplandeciente mañana de enero se instauró en el viernes. Fue bajo esas condiciones que torcimos por un estrecho camino en dirección al lugar donde pasaríamos el fin de semana.
Diana, que se había pasado toda la semana uniendo los retazos de un patchwork, me pidió que nos detuviéramos en medio de un potrero vacío. Hacía frío, de manera que se cubrió con su manta para caminar por la hierba empapada. Permaneció callada por mucho tiempo. Al sumar mi silencio al de ella, pudimos oír hasta el vuelo de los insectos.
—Recuerda siempre esto —me pidió—. Así de sencilla es la felicidad.
Me pasé todo el fin de semana leyendo “El fin del Homo sovieticus”, el libro donde Svetlana Aleksiévich deja un invaluable testimonio sobre esa desproporcionada tragedia que fue la Unión Soviética y sus terribles consecuencias en varias generaciones. Luego, continué con “Esto no es un diario”, de Zygmunt Bauman.
Sin proponérmelo, salté de la asfixia inmóvil del socialismo real (experiencia que me tocó vivir durante 33 años en Cuba) al desconcierto de la modernidad líquida, que es como Bauman llama al mundo incontenible e impredecible que vivimos hoy.
Después de hablar mucho sobre ambas experiencias, Diana y yo acordamos que en 2016 saldríamos en busca de la sencillez perdida. Llegamos a esa conclusión después de oír a Bauman señalar que, los que hoy andan por los 30 o los 40 años, no tienen ni idea de lo que va a pasar con ellos cuando lleguen a los 60 o los 70.
“La planificación del futuro desafía nuestros hábitos y costumbres, las capacidades que aprendimos para superar los escollos del camino. Por eso la impresión general, día tras día, permanentemente, es que estamos en una encrucijada. Hay muchos caminos hacia diferentes direcciones y no sabemos muy bien qué senderos transitamos”, advierte el autor de “Modernidad líquida”.
En las más de 600 páginas de su libro, Svetlana Aleksiévich habla constantemente con gente que se queja de todas las carencias que vivieron, de la infelicidad y la angustia que les producía no tener acceso al más mínimo placer. Cuando se refiere a los tiempos en que vivimos hoy, Zygmunt Bauman nos advierte del “síndrome de la impaciencia”, un estado de ánimo que considera como abominable el gasto del tiempo.
El consumismo característico de estos tiempos, según él, no se define por la acumulación de las cosas, sino por el breve goce de éstas. Por eso, cuando ya nos íbamos, le pedí prestada la manta a Diana y la colgué sobre la cerca de alambres de púas.
Quería quedarme con ese instante para siempre, asegurarme de no perderlo. Tampoco nosotros sabemos qué será de nuestras vidas dentro de 10 ó 20 años, pero ya estamos seguros de lo que no será. Esperaremos por el futuro de la manera más simple posible.

Diana y su manta de patchword junto a Serafín, nuestro Jeep,
en el potrero de Buenavista, Jarabacoa, donde nos detuvimos.

12 enero 2016

El silencio inoculado

Justo este fin de semana tuve una discusión con unos amigos sobre el tema. Hacíamos un resumen de todo lo que ha ocurrido en el último año, después que Barack Obama y Raúl Castro hicieron el célebre intercambio de espías, banderas y parabienes. Como entonces, mantuve mi escepticismo. Ellos, ya sin el mismo entusiasmo, insistieron en ser optimistas.
Después de hacer fantasiosas elucubraciones y poner sobre la mesa un sinnúmero de variables, alguien advirtió que por eso lo mejor era no meterse en política. “La hostilidad y la confrontación son en estos momentos una pantalla para acabar de atar cabos y amarrar todos los acuerdos”, se dijo, en resumen.
“¿Y qué hacer con el país que se ha destruido, con la nación que quedó en ruinas, con los once de millones que permanecen encerrados dentro de una dictadura?”, pregunté. Pocas horas después de nuestra discusión, Antonio G. Rodiles, Ailer María González  y un grupo de activistas de #TodosMarchamos salieron a las calles de La Habana.
Algunos de ellos, mientras forcejeaban con los agentes de la Seguridad del Estado, sintieron un pinchazo. Al llegar a sus casas, comprobaron que tenían moretones en sus cuerpos. ¿Les inocularon una sustancia nociva? A lo mejor nunca lo sabremos. Aun si un día se llega a saber, es muy probable que muchos insistan en seguir callados.
Hay miles de excusas para no denunciar ni protestar por lo que ocurre en Cuba. Cada quien elige la que mejor le queda y, en honor a la verdad, está en su derecho. Pero yo, que hace ya 15 años conocí lo que significa vivir como un hombre libre, me niego a seguir llevando dentro de mi cuerpo el silencio que nos inocularon.
Es muy probable que no logre otra cosa con eso que no sea buscarme problemas. Es casi seguro de que en la “Cuba del futuro” (no puedo escribir eso si no es entre comillas) tenga todavía menos oportunidades que los que ahora permanecen calladitos y expectantes. Pero ya que soy un hombre adolorido y cobarde, que no sirve para casi nada, por lo menos debo tratar de ser honesto.
Conmigo y con ellos, con todos.

11 enero 2016

Una casualidad líquida

El 4 de septiembre de 2010, Zygmunt Bauman recordó en su diario una advertencia de Marx. “La historia tiende a repetirse —apuntó—: la primera vez, sucede en forma de drama, y la segunda, en forma de farsa”.
Cuando cerré el libro en el iBooks, la ventana que quedó abierta en mi pantalla tenía esta foto. Me imagino que el lúcido Bauman también encontraría una explicación para esta casualidad líquida.

07 enero 2016

Un ejemplo sobre cómo se manipula la información en Cuba

En Cuba, el único país de Latinoamérica donde no hay libre acceso a Internet, nadie podrá ver el video donde Henry Ramos Allup, el nuevo presidente de la Asamblea Nacional venezolana, ordena retirar todas las imágenes de Hugo Chávez y Nicolás Maduro que colmaban el parlamento.
Tampoco podrán ver el momento preciso en que Ramos Allup también pide que se lleven “ese Simón Bolívar falsificado. Ese no es Simón Bolívar, eso es un invento de ese señor, una vaina loca, sáquenme a toda esa vaina de aquí”, se le oye decir claramente.
Por eso Cubadebate, de la manera más burda, puede titular “La derecha venezolana elimina imágenes de Chávez y Bolívar del Parlamento”. Sus lectores cubanos, que son los que al final más le interesan, no podrá contrastar la información ni enterarse de cuan tergiversada está.
“’Sáquenme toda esa vaina de aquí’, fueron las palabras que el dirigente adeco y presidente de la Asamblea Nacional venezolana, Henry Ramos Allup, utilizó al ordenar el retiro de los cuadros en los que se aprecia la imagen del Libertador Simón Bolívar, que estaban presentes en la sede del Palacio Legislativo”, relata Cubadebate.
Para colmo de manipulaciones, ilustra el reportaje con un cuadro de la imagen clásica de Bolívar, tratando de hacer creer que ese fue el que se retiró. En una última línea, se le pide al lector que “haga su reflexión y saque sus propias conclusiones”. ¿En serio? ¿De verdad no hay una forma más creativa de tomar el pelo?
Bueno, sí, la hay, escamoteando defunciones y maniobrando con momias… Pero ese tema tiene tan mal olor que, por escrúpulos, es mejor mantenerse lo más alejado posible.

03 enero 2016

Nuestras metas para el 2016

Nací y crecí en un país donde la gente, en lugar de pedir deseos, se trazaba metas. Había metas desde una semana hasta un año, incluso por todo un quinquenio (los que solían ser grises o negros, dependiendo del nivel de optimismo de cada quien). Para bien o para mal, me quedé con esa cultura.
Ayer en la tarde nos reencontramos con Alejandro Aguilar y Marianela Boán, quienes por fin volvieron a Santo Domingo después de pasarse el fin de año en Las Terrenas. Una vez hecho el primer brindis (hicimos muchos, algunos por razones que ya se me olvidaron), decidimos compartir nuestras metas para el 2016.
La primera en pedir la palabra fue Marianela. No recuerdo cuáles fueron sus metas (he descubierto que, de un tiempo a esta parte, los momentos de mayor felicidad me ponen excesivamente olvidadizo), pero sí retengo algo muy importante que dijo.
“Nosotros ya hicimos lo que queríamos a hacer y nuestro ser ya contiene lo que nos falta por hacer. Lo que falta por hacer ya no es relevante en comparación con lo que somos. Hay que poner atención al ser, escucharlo, confiar en él y no forzarlo. Por eso es importante no sobre-atender las cosas que no son esenciales”, mientras hablaba, iba subrayando el aire con la punta del dedo índice.
Después de un segundo brindis, Diana hizo notar que ya todos habíamos vivido, con seguridad, más de la mitad de nuestras vidas. “Justo por eso —interrumpió Alejandro—, no podemos perder tiempo en cosas de un futuro que no viviremos. Nuestra vida es esta, nuestro lugar es este”. “¡Disfrutar el aquí, ahora!”, recalcó Diana.
Entonces pusimos toda la carne que teníamos al asador y dejamos que las metas para el 2016 se elevaran en forma de humo. El próximo ron fue por la alegría de estar vivos y ser tan jóvenes, aún al borde de los 50 o ya pasados los 60.