30 diciembre 2015

El viaje interminable al 1 de enero

Esta imagen es del 1 de enero de 1960 y pertenece al Archivo Hulton. Fue tomada en el andén de un almacén de mercancías de La Habana. Según el pie de foto de Getty, se trata de campesinos que esperan el tren de regreso a sus pueblos, después de manifestarse a favor de la Reforma Agraria y de jurarle lealtad a Fidel Castro.
Como viví toda mi infancia en una estación de ferrocarril, recuerdo a muchos trenes que iban o volvían de mítines, actos y concentraciones. Aun cuando cargaban personas, la mayoría de las veces llevaban vagones para el transporte de caña o ganado. Pasaban tan despacio que parecían avanzar en cámara lenta.
Cuando se dirigían al acto, la gente sacaba las cabezas por los barrotes de hierro o madera, agitando banderas y vociferando. Cuando volvían del acto, la mayoría dormía. Si el tren se detenía para dejar pasajeros o cruzarse con un tolvero, los que permanecían despiertos pedían agua por señas (habían perdido la voz gritando consignas).
Pasado mañana esta imagen cumplirá 56 años. Con las décadas, el viaje de los cubanos hacia el 1 de enero se fue tornando cada vez más angustioso y precario. Todos fuimos perdiendo la voz, pero a fuerza de permanecer callados. Por inexplicable que parezca, los pocos que siguen agitando banderas lo hacen para pasar desapercibidos.
Pasado mañana esta imagen nos parecerá más inútil que ayer y todavía más que antes de ayer. Pero hay que tener fe, que todo llega; incluso el tren que debe llevar a los hijos y los nietos de esos hombres al futuro. ¡Feliz viaje a 2016, cubanos!  

Muchas gracias, Costa Rica, no lo olvidaremos

Si usted busca en la prensa oficial de la dictadura de ‪#‎Cuba, encontrará innumerables referencias a la situación de los refugiados en el mundo. También hallará en esos libelos incontables reportajes, artículos y refritos sobre la situación de los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos.
Los que casi nunca aparecen en los medios de #Cuba son los cubanos que se fueron, esos que se vieron forzados a abandonar su país porque no soportaban más la carencia de bienestar y la falta de futuro, para ellos y para sus hijos.
Ninguno de los miles de cubanos que permanecen hoy varados en Costa Rica, porque el gobierno de Nicaragua les negó el paso a través de su territorio, quiere estar donde está. Si se les pregunta, con seguridad responderán que preferirían trabajar y prosperar en Cuba.
Pero renunciaron a lo poco que tenían y se lanzaron a esa penosa travesía por una de las regiones más pobres y violentas del mundo, para intentar alcanzar todas esas cosas esenciales que en su país les han sido negadas por más de medio siglo.
La crisis humanitaria de los refugiados cubanos en Costa Rica tiene un solo responsable: el régimen de Cuba. Y un solo cómplice: el gobierno de Nicaragua. Curiosamente, esos dos países son los únicos que se niegan a participar en la solución.
Tengo muchos recuerdos de Nicaragua en mi niñez. Casi todos están relacionados al envío de cosas: litros de sangre para el terremoto, libras de azúcar para la hambruna, toneladas de armas para la lucha… Nunca, que yo sepa, le enviamos nada a los ticos; ese pueblo tan modesto que ahora es el que más ha hecho por los nuestros.
Muchas gracias, Costa Rica. No lo olvidaremos.

27 diciembre 2015

Lo único que me queda

Diana es lo único que me queda
de aquella casa tan alta
que siempre tuvo
los postigos abiertos
al frío de noviembre,
de aquellos atardeceres
divididos a partes iguales
por los silbatos de la contienda,
de aquel estrecho sendero
marcado por el paso de los bueyes
y los hábitos nocturnos de ciertas aves.

Diana es lo único que me queda
del primer viaje en tren
a través de la llanura,
del puente sobre los barcos
con banderas rojas y deshilachadas,
del parque donde naufragó mi infancia
y del bosque
sembrado de cúpulas
donde olvidé el camino de regreso.

Diana es lo único que me queda
de aquella plaza de toros
donde Celia Cruz
improvisó una bandera cubana,
de las pirámides al borde del solsticio
y de una nube extraviada
en las estrechas calles
de una tarde al final de los Andes.

Diana es lo único que me queda
del hombre que fui antes de conocerla.

24 diciembre 2015

Un regalo de Navidad

Hace un rato entré a YouTube y me encontré con esta película en mi muro. La asumo como un regalo de Navidad y, como me ha gustado tanto, decidí compartirla con ustedes. Al pasar, Buster les irá dando un abrazo de mi parte a todos. ¡Felicidades!

20 diciembre 2015

Invencible

Obra de Alen Lauzán inspirada en un performance inconcluso de El Sexto.
El humor del cubano es invencible, pude comprobarlo por enésima vez, cuando me hicieron uno de los últimos chistes que andan La Habana. El trovador Amaury Pérez tiene un programa de televisión que lleva el título de una canción suya: "Con dos que se quieran, basta". Pero la gente en la calle prefiere decirlo de otra manera, pensando quizás en la solución de todos sus problemas: "¡Con dos que se mueran, basta!", me dijeron que dicen.

19 diciembre 2015

Pedro Peix y el descrédito de todo lo soñado

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

Estábamos en Jarabacoa, debajo de un cielo espléndidamente azul, protector. De pronto, una inmensa nube pasó rasante sobre nuestras cabezas. Parecía un barco de dimensiones inconcebibles. Silenciosa y lenta, navegó por el valle hasta encallar en la Cordillera. Justo en ese momento supe que Pedro Peix había muerto.
Nadie nos presentó nunca, jamás crucé una palabra con él. Las pocas veces que coincidimos en algún lugar, lo miré de lejos, con asombro. Mi timidez campesina siempre logra detenerme cuando trato de acercarme a un desconocido para expresarle mi admiración.
Una vez desemboqué en uno de los pasillos de la librería Cuesta y tropecé con él. Leía un pesado libro que mantenía a la altura de sus ojos (al parecer así evitaba que su exagerado tupé se viniera abajo). Ahora me arrepiento de no haberle dicho ahí mismo las cosas que siempre hubiera querido hablar con él.
Tenía la excusa perfecta, pues el libro que él sostenía en sus manos era Padres e hijos, la gran novela de Iván Turguénev. Llegué a tener en la punta de la lengua la frase para abordarlo. “Con razón lo acusan de nihilista”, quise decirle dos veces. Pero a la tercera me di por vencido y me alejé rumbo al siempre solitario pasillo de la poesía.
Todas las reacciones que se produjeron en las redes sociales cuando comenzó a circular la noticia de la muerte de Peix se resumen en la de Andrés L. Mateo. Esta vez, el profesor no supo abundar ni exponer sus siempre valiosos argumentos. Fue parco y estricto con su dolor: “Amigo del alma, compadre, compañero. ¡Sólo el silencio! Nosotros que únicamente tenemos la palabra. ¡Perra, la muerte!”.
Sabe Andrés que a partir de ahora está aún más solo, porque Pedro era uno del cada vez más reducido grupo de intelectuales incapaces de poner sus palabras al servicio de la politiquería. Todo en él, desde su escritura hasta su apariencia, era un acto de rebeldía contra la inversión de valores y los estragos del clientelismo.
La semana del 7 al 13 de diciembre fue trágica para República Dominicana. Primero, un senador suyo fue reconocido por una encuesta global como el mayor corrupto del planeta.  Como si eso fuera poco, un infarto fulminó a Pedro Peix, un hombre que sí mereció ser universal, pero por su decencia como ciudadano y su grandeza como escritor.
En 2012, cuando Peix obtuvo el Premio Caonabo de Oro, no hizo un discurso sino que leyó un testamento. Después de confesar que pertenecía a una generación que creció “con el descrédito de lo soñado”, repudió el estado actual de la democracia dominicana, a la que calificó de “vodevil, testaferros y sicarios”.
“No transijan jamás con su libertad creadora ni con los relámpagos de su inventiva y pensamiento. Sean audaces y radicales, y miren por encima del hombre al mañana, y vean al pasado con la misma arrogancia de los que ayer triunfaron, y hoy son legado por no claudicar ante los desafíos y adversidades de su tiempo”, le pidió a los más jóvenes.
Creo que en ese párrafo se resume todo lo que el escritor esperaba de los jóvenes creadores. Cada día son más los que prefieren, con distintos disfraces, arrimarse al poder y pedir un subsidio para su ética y su vergüenza. Pero basta que unos pocos sean como Pedro Peix para que perduren los valores más trascendentes que definen al dominicano.
En una de sus dedicatorias, pidió que cuando muriera, llevaran su cadáver “a la cima donde se talla el dosel del viento” y, desde allí, lo empujaran con fuerza para que rodara “nuevamente hacia la vida”. Es por eso de que tengo una sospecha. Creo que la nube que navegó por el valle hasta encallar en la cordillera era él.
Una vez más vi pasar a Pedro Peix y no me atreví a saludarlo. 

16 diciembre 2015

El abrazo roto

De todas la fotografías que se han difundido de la visita de una delegación de la Major League Baseball a Cuba, quizás la que más ha llamado la atención es una donde Antonio Castro (hijo del dictador Fidel Castro) y Yasiel Puig (estelar pelotero que logró establecerse en Grandes Ligas después de huir de la isla) se abrazan.
Esa imagen pudiera verse como un símbolo semejante al abrazo entre Diego y David en Fresa y chocolate (1993), el célebre filme de Tomás Gutiérrez Alea. En la escena final de la película, después de superar prejuicios, temores y amenazas, los protagonistas defienden lo que los une por encima de todo lo que los separa.
Aunque ese gesto es también una despedida (porque Diego, como Yasiel, fue forzado a abandonar la isla), propone un puente sobre un abismo que hasta ese momento parecía insuperable para la sociedad cubana. El encuentro del hijo del dictador y el estelar pelotero podría significar lo mismo, podría.
Todos los atletas cubanos que han abandonado la isla, desde 1959 hasta el día de ayer, han sido tratados como traidores. El régimen, además de borrar su récords, silenciar sus trayectorias y humillar a sus familias, les ha impedido representar a Cuba en cualquier competencia internacional.
En los discursos de Fidel Castro hay innumerables referencias al tema. Todas están llenas de insultos y encono. Para que el encuentro de Antonio y Yasiel no quede como un abrazo roto, tiene que ser acompañado por una disculpa con esos grandes cubanos cuyas hazañas fueron desterradas.
Para probar que los quieren a ellos y no a sus millones, tienen que devolverles el derecho a ser parte de su patria sin condiciones.

09 diciembre 2015

Hoy he visto el Paraíso

En el año 2000, cuando llegué a República Dominicana, me sentí muy solo. Mi soledad no era física. Muchísimos dominicanos, a quienes siempre recordaré agradecido, me tendieron la mano por donde quiera que pasé. Mi soledad era por Cuba, por lo que tuve que dejar atrás, por lo que me vi obligado a abandonar.
El día que Alejandro Aguilar y Marianela Boán me anunciaron su intención de mudarse a Santo Domingo, di brincos de la felicidad (literalmente). Recuerdo que aquella misma noche, después del segundo Brugal, le confesé a Alejandro mi soledad. A ustedes no les pasará lo mismo, le prometí, porque ya hay un cubano esperándolos.
Por esa misma época nacieron las redes sociales y de, pronto, sin que me diera cuenta, me encontré viviendo en el mismo espacio que mucha de la gente que quiero y admiro. La Habana ya no es el lugar donde tuve una casa y que a veces añoro; pero el muro de Facebook de muchos de mis amigos, sí.
Un ejemplo de eso es la comunidad Hoy no he visto el Paraíso, creada por Margo Reina de Groenlandia (Margarita García Alonso, para lo que no la conocen). Ayer, sin ir más lejos, publicó esta foto. Aunque se trata de una de las escenas más tristes de la historia de Cuba, me hizo feliz por el resto del día.
“No más de 40 personas. ¿Quiénes serán esos dolientes que ahí aparecen, con sus sombreros a la rodillas...?”, se preguntó Sindo Pacheco. Se trata del 7 de diciembre de 1895. En un bohío de Punta Brava, de espaldas a una raída bandera y dándole la cara al olvido, los cubanos se despiden de Antonio Maceo, quien acababa de caer en combate.
“Guárdenla preciosamente, no duden en imprimirla, esa foto es la decencia cubana. Sindo, cuando la rescaté, lloré una tarde, es tan grande que me pongo de rodillas”, agregó Margarita.
Y aquí estoy, fijándola para siempre en El Fogonero. Ojalá que la humildísima eternidad de esa imagen no se me olvide nunca, incluso cuando ya no me quede memoria ni para recordar mi nombre.

05 diciembre 2015

La vaquera de Piantini

(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

Santo Domingo, viernes 20 de noviembre de 2015. Son las cuatro de la mañana y un joven, que se dirige a su trabajo en un taxi, graba un video que unas tres horas después será una tendencia en las principales redes sociales donde interactúan los dominicanos.
Al principio solo se ve una Ford Explorer estacionada en el mismo medio de la calle (se trata de la Gustavo Mejía Ricart, una arteria clave en el corazón de la ciudad). Se oyen bocinas y sirenas (las cuales no provienen de patrullas ni de ambulancias sino de uno de esos vehículos que, violando la Ley, las usan).
—¡Esto es grande, amigo! ¿Eh? —Se oye que le dice el taxista al que graba el video.
La escena, alumbrada por las luces de los automóviles, permanece vacía hasta que por fin un hombre entra en ella. Se mueve en contra de su voluntad. Una  mujer lo empuja por la espalda. Ambos se tambalean. Cuando ella logra convencerlo de que se suba al vehículo que mantiene paralizado el tráfico, se oye un disparo.
Al parecer lo hizo uno de los que permanecían atrapados en el taponamiento, después de perder la paciencia. Asustada, la mujer se lleva las manos al pecho y grita. Luego mete la cabeza en el vehículo y saca una pistola. Dispara al aire. Apunta desafiante a la fila de vehículos. Abre los brazos.
—Lo más terrible de esta injustificable situación es que el disparo lo hiciera una mujer, coñazo, una maldita mujer —dijo cuatro horas después un comentarista en la radio— ¿En qué país estamos viviendo?
La respuesta a esa pregunta empieza por él mismo. Vivimos en un país donde, después de una escena tan desconcertante, a un periodista lo que más le llama la atención es que el segundo disparo (ese detalle es muy importante) lo hiciera una mujer.
Las reacciones de una parte de la sociedad, de la prensa y del Ministerio Público ante ese segundo disparo, demuestran cuan primitivo puede llegar a ser todavía nuestro machismo. La mujer, incluso para algunas instituciones, sigue siendo un ser inferior que debe una particular obediencia.
Hace unos días me contaron el caso de una madre que decidió divorciarse por razones de suficiente peso: ya no amaba a su marido ni sentía la más mínima admiración por él. Solo pudo retener la custodia de sus hijos cuando se comprometió a ir a misa todos los días y a confesarse una vez a la semana.
Al parecer, para su devoto y obcecado ex marido esa era la garantía de que ella, aun lejos de él, mantendría la calidad moral para criar a sus hijos. Ojo. Eso no ocurrió en el Estado Islámico ni en el territorio ocupado por los talibanes en Afganistán. Sucedió a unos pasos de usted, en un hogar de la clase media alta dominicana.
Si un hombre tiene una amante, es un héroe que merece admiración y su esposa no debe poner en riesgo el matrimonio (por algo juró ante Dios que en las buenas y en las malas). En cambio, si es la mujer la que decide romper un lazo nocivo incluso para los hijos, merece duros cuestionamientos y graves consecuencias (hasta laborales, si fuera posible).
Él siempre es un santo. Ella, dependiendo de su docilidad y sometimiento (al esposo, a la sociedad y a ciertas instituciones). La vaquera de Piantini —como comenzaron a llamarle en las redes sociales— fue una entre todos los que hicieron mal las cosas en la madrugada del 20 de noviembre, cuando la circulación se detuvo en una de las arterias del corazón de Santo Domingo.
Pero solo ella fue condenada y de manera desproporcionada. No fue por el disparo al aire, fue por ser mujer.

02 diciembre 2015

Las caras trocadas

La foto de Stalin que Margarita García puso en Facebook.
Hoy me levanté con algo de resaca. Anoche, gracias a una de esas detestables declaraciones que hace a menudo el cardenal dominicano Nicolás de Jesús López Rodríguez, Mario Dávalos y yo decidimos juntarnos y hacer lo que mejor sabemos hacer: abrir un buen destilado y sentarnos a tratar de arreglar el mundo.
Todavía tenía la vista borrosa cuando respondí una pregunta de Margarita García (esa Veuve Clicquot que vive en Normandía, reina en Groenlandia y brinda su inteligencia y su amor a medio mundo). Al pie de una foto de un ruso de 23 años, preguntaba quién era.
“Seguéi Esenin —respondí con prisa, para tratar de ganar el ‘concurso’—, uno de mis poetas jóvenes preferido. Promete muchísimo”. Entonces Margarita me aclaró que no podía ser Esenin, el amante de Isadora Duncan y el marido de una nieta de Tolstoi, porque se ahorcó antes de que le creciera la barba.
En verdad el retrato del joven apuesto correspondía a Iósif Vissariónovich Stalin, quien acabó siendo uno de los más terribles ancianos que ha tenido la humanidad. Con esta historia de caras trocadas empezó mi día. Gracias a ella, he vuelto a leer poemas de Esenin, algo que hice mucho cuando yo también tenía 23 años.
Te debo eso, Margarita, entre muchísimas otras cosas.
Serguéi Esenin con Isadora Duncan.

01 diciembre 2015

Medio básico

Viví toda mi infancia en un “medio básico”. Ese es el nombre que le daba el Estado cubano a las cosas que le pertenecían (mi casa era la mitad de una estación de trenes. En la otra mitad estaba la oficina, el salón de espera y el almacén).
Luego, cuando crecí, me di cuenta que yo también era un “medio básico”. Yo y los once millones que convivían conmigo en una isla donde todo, desde las vacas hasta el mar, le pertenecía al Estado. No me liberé de esa circunstancia hasta que entré por primera vez a un consulado cubano.
Nunca, ninguna autoridad de ningún país me ha maltratado como en los consulados del mío. La primera vez que estuve en uno, en México allá por 1995, sentí que me arrancaban de la piel la placa de aluminio con la que la revolución identificaba sus bienes: reses, muebles, vehículos...
“Si te quedas, dejas de ser un cubano de Cuba”, me dijo el cónsul. Ahora la frase me suena hasta ridícula, pero en el momento en que me la dijeron, con mi hija y mi madre en la isla, me estremeció por dentro. Aún recuerdo el viento helado que se coló en mi estómago.
La crisis de los miles de cubanos varados en la frontera de Costa Rica con Nicaragua y la criminal desidia con la que el régimen de la isla ha tratado el asunto, me recordó la época en que yo era un “medio básico”. Las imágenes de los niños que permanecen allí, me llevó hasta los retratos de mi hija que me hicieron volver.
Ignorar la angustia de esa gente, es la manera de arrancarles de la piel la placa de aluminio, de forzarlos a que sientan un viento helado en sus estómagos y sigan naufragando, así en el mar como en tierra firme, para que la decisión de ser libres parezca un dolor y no la necesidad de tener alguna esperanza.