17 septiembre 2015

Alberto Rodríguez Tosca (1962-2015)

Cuando Arturo Arango me dijo que estaba herido de muerte, me costó mucho digerirlo. Alberto Rodríguez Tosca vivía y escribía como si fuera a durar muchísimos años. Sus actos y sus poemas eran los de un hombre que no tenía en mente el más mínimo encuentro con la parca.
En 1999 estuve casi un mes en Colombia. Durante esos días, Albertico y yo fuimos inseparables. Conservo un cartel donde se anuncia un recital de poemas que dimos juntos en un bar, bebiendo aguardiente, rodeados por la bohemia más recalcitrante y el frío de Bogotá.
Gracias a él conocí las maravillas más intrincadas de La Candelaria, un lugar que parece estar hecho para que solo vivan en él poetas, artistas y orates. Una madrugada, con un frío que calaba los huesos, apenas abrigados por el alcohol, una nube se quedó atrapada en una callejuela y comenzó a perseguirnos.
—Como puedes ver —me dijo— aquí arriba vivo dentro de la poesía.
Según me contó Arturo, gracias a Norberto Codina se logró que volviera a Cuba y que se hiciera todo lo posible por salvarlo. Pero ya era demasiado tarde. Los poetas suelen tener un hígado muy frágil, cualquier rasguño en él se convierte en una herida mortal.
Recuerdo cuadro a cuadro la última noche que compartimos. Al final, mientras cantábamos a dúo una de las más viejas de Silvio, abrazados y totalmente borrachos, me pidió que me mantuviera atento, porque el fantasma de José Asunción Silva podía aparecer en cualquier momento.
Lo único que le pido a Albertico es que el día que yo vuelva a La Candelaria, él haga todo lo posible por reaparecer. Me conformo con su fantasma.

1 comentario:

Alejandro Aguilar dijo...

Casi siempre me siento feliz por estar vivo; pero la muerte temprana de seres valiosos a los que ya supero en edad, me pega como una piedra llegada desde lo oscuro en pleno rostro. RIP, poeta!!!