30 diciembre 2015

El viaje interminable al 1 de enero

Esta imagen es del 1 de enero de 1960 y pertenece al Archivo Hulton. Fue tomada en el andén de un almacén de mercancías de La Habana. Según el pie de foto de Getty, se trata de campesinos que esperan el tren de regreso a sus pueblos, después de manifestarse a favor de la Reforma Agraria y de jurarle lealtad a Fidel Castro.
Como viví toda mi infancia en una estación de ferrocarril, recuerdo a muchos trenes que iban o volvían de mítines, actos y concentraciones. Aun cuando cargaban personas, la mayoría de las veces llevaban vagones para el transporte de caña o ganado. Pasaban tan despacio que parecían avanzar en cámara lenta.
Cuando se dirigían al acto, la gente sacaba las cabezas por los barrotes de hierro o madera, agitando banderas y vociferando. Cuando volvían del acto, la mayoría dormía. Si el tren se detenía para dejar pasajeros o cruzarse con un tolvero, los que permanecían despiertos pedían agua por señas (habían perdido la voz gritando consignas).
Pasado mañana esta imagen cumplirá 56 años. Con las décadas, el viaje de los cubanos hacia el 1 de enero se fue tornando cada vez más angustioso y precario. Todos fuimos perdiendo la voz, pero a fuerza de permanecer callados. Por inexplicable que parezca, los pocos que siguen agitando banderas lo hacen para pasar desapercibidos.
Pasado mañana esta imagen nos parecerá más inútil que ayer y todavía más que antes de ayer. Pero hay que tener fe, que todo llega; incluso el tren que debe llevar a los hijos y los nietos de esos hombres al futuro. ¡Feliz viaje a 2016, cubanos!  

Muchas gracias, Costa Rica, no lo olvidaremos

Si usted busca en la prensa oficial de la dictadura de ‪#‎Cuba, encontrará innumerables referencias a la situación de los refugiados en el mundo. También hallará en esos libelos incontables reportajes, artículos y refritos sobre la situación de los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos.
Los que casi nunca aparecen en los medios de #Cuba son los cubanos que se fueron, esos que se vieron forzados a abandonar su país porque no soportaban más la carencia de bienestar y la falta de futuro, para ellos y para sus hijos.
Ninguno de los miles de cubanos que permanecen hoy varados en Costa Rica, porque el gobierno de Nicaragua les negó el paso a través de su territorio, quiere estar donde está. Si se les pregunta, con seguridad responderán que preferirían trabajar y prosperar en Cuba.
Pero renunciaron a lo poco que tenían y se lanzaron a esa penosa travesía por una de las regiones más pobres y violentas del mundo, para intentar alcanzar todas esas cosas esenciales que en su país les han sido negadas por más de medio siglo.
La crisis humanitaria de los refugiados cubanos en Costa Rica tiene un solo responsable: el régimen de Cuba. Y un solo cómplice: el gobierno de Nicaragua. Curiosamente, esos dos países son los únicos que se niegan a participar en la solución.
Tengo muchos recuerdos de Nicaragua en mi niñez. Casi todos están relacionados al envío de cosas: litros de sangre para el terremoto, libras de azúcar para la hambruna, toneladas de armas para la lucha… Nunca, que yo sepa, le enviamos nada a los ticos; ese pueblo tan modesto que ahora es el que más ha hecho por los nuestros.
Muchas gracias, Costa Rica. No lo olvidaremos.

27 diciembre 2015

Lo único que me queda

Diana es lo único que me queda
de aquella casa tan alta
que siempre tuvo
los postigos abiertos
al frío de noviembre,
de aquellos atardeceres
divididos a partes iguales
por los silbatos de la contienda,
de aquel estrecho sendero
marcado por el paso de los bueyes
y los hábitos nocturnos de ciertas aves.

Diana es lo único que me queda
del primer viaje en tren
a través de la llanura,
del puente sobre los barcos
con banderas rojas y deshilachadas,
del parque donde naufragó mi infancia
y del bosque
sembrado de cúpulas
donde olvidé el camino de regreso.

Diana es lo único que me queda
de aquella plaza de toros
donde Celia Cruz
improvisó una bandera cubana,
de las pirámides al borde del solsticio
y de una nube extraviada
en las estrechas calles
de una tarde al final de los Andes.

Diana es lo único que me queda
del hombre que fui antes de conocerla.

24 diciembre 2015

Un regalo de Navidad

Hace un rato entré a YouTube y me encontré con esta película en mi muro. La asumo como un regalo de Navidad y, como me ha gustado tanto, decidí compartirla con ustedes. Al pasar, Buster les irá dando un abrazo de mi parte a todos. ¡Felicidades!

20 diciembre 2015

Invencible

Obra de Alen Lauzán inspirada en un performance inconcluso de El Sexto.
El humor del cubano es invencible, pude comprobarlo por enésima vez, cuando me hicieron uno de los últimos chistes que andan La Habana. El trovador Amaury Pérez tiene un programa de televisión que lleva el título de una canción suya: "Con dos que se quieran, basta". Pero la gente en la calle prefiere decirlo de otra manera, pensando quizás en la solución de todos sus problemas: "¡Con dos que se mueran, basta!", me dijeron que dicen.

19 diciembre 2015

Pedro Peix y el descrédito de todo lo soñado

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

Estábamos en Jarabacoa, debajo de un cielo espléndidamente azul, protector. De pronto, una inmensa nube pasó rasante sobre nuestras cabezas. Parecía un barco de dimensiones inconcebibles. Silenciosa y lenta, navegó por el valle hasta encallar en la Cordillera. Justo en ese momento supe que Pedro Peix había muerto.
Nadie nos presentó nunca, jamás crucé una palabra con él. Las pocas veces que coincidimos en algún lugar, lo miré de lejos, con asombro. Mi timidez campesina siempre logra detenerme cuando trato de acercarme a un desconocido para expresarle mi admiración.
Una vez desemboqué en uno de los pasillos de la librería Cuesta y tropecé con él. Leía un pesado libro que mantenía a la altura de sus ojos (al parecer así evitaba que su exagerado tupé se viniera abajo). Ahora me arrepiento de no haberle dicho ahí mismo las cosas que siempre hubiera querido hablar con él.
Tenía la excusa perfecta, pues el libro que él sostenía en sus manos era Padres e hijos, la gran novela de Iván Turguénev. Llegué a tener en la punta de la lengua la frase para abordarlo. “Con razón lo acusan de nihilista”, quise decirle dos veces. Pero a la tercera me di por vencido y me alejé rumbo al siempre solitario pasillo de la poesía.
Todas las reacciones que se produjeron en las redes sociales cuando comenzó a circular la noticia de la muerte de Peix se resumen en la de Andrés L. Mateo. Esta vez, el profesor no supo abundar ni exponer sus siempre valiosos argumentos. Fue parco y estricto con su dolor: “Amigo del alma, compadre, compañero. ¡Sólo el silencio! Nosotros que únicamente tenemos la palabra. ¡Perra, la muerte!”.
Sabe Andrés que a partir de ahora está aún más solo, porque Pedro era uno del cada vez más reducido grupo de intelectuales incapaces de poner sus palabras al servicio de la politiquería. Todo en él, desde su escritura hasta su apariencia, era un acto de rebeldía contra la inversión de valores y los estragos del clientelismo.
La semana del 7 al 13 de diciembre fue trágica para República Dominicana. Primero, un senador suyo fue reconocido por una encuesta global como el mayor corrupto del planeta.  Como si eso fuera poco, un infarto fulminó a Pedro Peix, un hombre que sí mereció ser universal, pero por su decencia como ciudadano y su grandeza como escritor.
En 2012, cuando Peix obtuvo el Premio Caonabo de Oro, no hizo un discurso sino que leyó un testamento. Después de confesar que pertenecía a una generación que creció “con el descrédito de lo soñado”, repudió el estado actual de la democracia dominicana, a la que calificó de “vodevil, testaferros y sicarios”.
“No transijan jamás con su libertad creadora ni con los relámpagos de su inventiva y pensamiento. Sean audaces y radicales, y miren por encima del hombre al mañana, y vean al pasado con la misma arrogancia de los que ayer triunfaron, y hoy son legado por no claudicar ante los desafíos y adversidades de su tiempo”, le pidió a los más jóvenes.
Creo que en ese párrafo se resume todo lo que el escritor esperaba de los jóvenes creadores. Cada día son más los que prefieren, con distintos disfraces, arrimarse al poder y pedir un subsidio para su ética y su vergüenza. Pero basta que unos pocos sean como Pedro Peix para que perduren los valores más trascendentes que definen al dominicano.
En una de sus dedicatorias, pidió que cuando muriera, llevaran su cadáver “a la cima donde se talla el dosel del viento” y, desde allí, lo empujaran con fuerza para que rodara “nuevamente hacia la vida”. Es por eso de que tengo una sospecha. Creo que la nube que navegó por el valle hasta encallar en la cordillera era él.
Una vez más vi pasar a Pedro Peix y no me atreví a saludarlo. 

16 diciembre 2015

El abrazo roto

De todas la fotografías que se han difundido de la visita de una delegación de la Major League Baseball a Cuba, quizás la que más ha llamado la atención es una donde Antonio Castro (hijo del dictador Fidel Castro) y Yasiel Puig (estelar pelotero que logró establecerse en Grandes Ligas después de huir de la isla) se abrazan.
Esa imagen pudiera verse como un símbolo semejante al abrazo entre Diego y David en Fresa y chocolate (1993), el célebre filme de Tomás Gutiérrez Alea. En la escena final de la película, después de superar prejuicios, temores y amenazas, los protagonistas defienden lo que los une por encima de todo lo que los separa.
Aunque ese gesto es también una despedida (porque Diego, como Yasiel, fue forzado a abandonar la isla), propone un puente sobre un abismo que hasta ese momento parecía insuperable para la sociedad cubana. El encuentro del hijo del dictador y el estelar pelotero podría significar lo mismo, podría.
Todos los atletas cubanos que han abandonado la isla, desde 1959 hasta el día de ayer, han sido tratados como traidores. El régimen, además de borrar su récords, silenciar sus trayectorias y humillar a sus familias, les ha impedido representar a Cuba en cualquier competencia internacional.
En los discursos de Fidel Castro hay innumerables referencias al tema. Todas están llenas de insultos y encono. Para que el encuentro de Antonio y Yasiel no quede como un abrazo roto, tiene que ser acompañado por una disculpa con esos grandes cubanos cuyas hazañas fueron desterradas.
Para probar que los quieren a ellos y no a sus millones, tienen que devolverles el derecho a ser parte de su patria sin condiciones.

09 diciembre 2015

Hoy he visto el Paraíso

En el año 2000, cuando llegué a República Dominicana, me sentí muy solo. Mi soledad no era física. Muchísimos dominicanos, a quienes siempre recordaré agradecido, me tendieron la mano por donde quiera que pasé. Mi soledad era por Cuba, por lo que tuve que dejar atrás, por lo que me vi obligado a abandonar.
El día que Alejandro Aguilar y Marianela Boán me anunciaron su intención de mudarse a Santo Domingo, di brincos de la felicidad (literalmente). Recuerdo que aquella misma noche, después del segundo Brugal, le confesé a Alejandro mi soledad. A ustedes no les pasará lo mismo, le prometí, porque ya hay un cubano esperándolos.
Por esa misma época nacieron las redes sociales y de, pronto, sin que me diera cuenta, me encontré viviendo en el mismo espacio que mucha de la gente que quiero y admiro. La Habana ya no es el lugar donde tuve una casa y que a veces añoro; pero el muro de Facebook de muchos de mis amigos, sí.
Un ejemplo de eso es la comunidad Hoy no he visto el Paraíso, creada por Margo Reina de Groenlandia (Margarita García Alonso, para lo que no la conocen). Ayer, sin ir más lejos, publicó esta foto. Aunque se trata de una de las escenas más tristes de la historia de Cuba, me hizo feliz por el resto del día.
“No más de 40 personas. ¿Quiénes serán esos dolientes que ahí aparecen, con sus sombreros a la rodillas...?”, se preguntó Sindo Pacheco. Se trata del 7 de diciembre de 1895. En un bohío de Punta Brava, de espaldas a una raída bandera y dándole la cara al olvido, los cubanos se despiden de Antonio Maceo, quien acababa de caer en combate.
“Guárdenla preciosamente, no duden en imprimirla, esa foto es la decencia cubana. Sindo, cuando la rescaté, lloré una tarde, es tan grande que me pongo de rodillas”, agregó Margarita.
Y aquí estoy, fijándola para siempre en El Fogonero. Ojalá que la humildísima eternidad de esa imagen no se me olvide nunca, incluso cuando ya no me quede memoria ni para recordar mi nombre.

05 diciembre 2015

La vaquera de Piantini

(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

Santo Domingo, viernes 20 de noviembre de 2015. Son las cuatro de la mañana y un joven, que se dirige a su trabajo en un taxi, graba un video que unas tres horas después será una tendencia en las principales redes sociales donde interactúan los dominicanos.
Al principio solo se ve una Ford Explorer estacionada en el mismo medio de la calle (se trata de la Gustavo Mejía Ricart, una arteria clave en el corazón de la ciudad). Se oyen bocinas y sirenas (las cuales no provienen de patrullas ni de ambulancias sino de uno de esos vehículos que, violando la Ley, las usan).
—¡Esto es grande, amigo! ¿Eh? —Se oye que le dice el taxista al que graba el video.
La escena, alumbrada por las luces de los automóviles, permanece vacía hasta que por fin un hombre entra en ella. Se mueve en contra de su voluntad. Una  mujer lo empuja por la espalda. Ambos se tambalean. Cuando ella logra convencerlo de que se suba al vehículo que mantiene paralizado el tráfico, se oye un disparo.
Al parecer lo hizo uno de los que permanecían atrapados en el taponamiento, después de perder la paciencia. Asustada, la mujer se lleva las manos al pecho y grita. Luego mete la cabeza en el vehículo y saca una pistola. Dispara al aire. Apunta desafiante a la fila de vehículos. Abre los brazos.
—Lo más terrible de esta injustificable situación es que el disparo lo hiciera una mujer, coñazo, una maldita mujer —dijo cuatro horas después un comentarista en la radio— ¿En qué país estamos viviendo?
La respuesta a esa pregunta empieza por él mismo. Vivimos en un país donde, después de una escena tan desconcertante, a un periodista lo que más le llama la atención es que el segundo disparo (ese detalle es muy importante) lo hiciera una mujer.
Las reacciones de una parte de la sociedad, de la prensa y del Ministerio Público ante ese segundo disparo, demuestran cuan primitivo puede llegar a ser todavía nuestro machismo. La mujer, incluso para algunas instituciones, sigue siendo un ser inferior que debe una particular obediencia.
Hace unos días me contaron el caso de una madre que decidió divorciarse por razones de suficiente peso: ya no amaba a su marido ni sentía la más mínima admiración por él. Solo pudo retener la custodia de sus hijos cuando se comprometió a ir a misa todos los días y a confesarse una vez a la semana.
Al parecer, para su devoto y obcecado ex marido esa era la garantía de que ella, aun lejos de él, mantendría la calidad moral para criar a sus hijos. Ojo. Eso no ocurrió en el Estado Islámico ni en el territorio ocupado por los talibanes en Afganistán. Sucedió a unos pasos de usted, en un hogar de la clase media alta dominicana.
Si un hombre tiene una amante, es un héroe que merece admiración y su esposa no debe poner en riesgo el matrimonio (por algo juró ante Dios que en las buenas y en las malas). En cambio, si es la mujer la que decide romper un lazo nocivo incluso para los hijos, merece duros cuestionamientos y graves consecuencias (hasta laborales, si fuera posible).
Él siempre es un santo. Ella, dependiendo de su docilidad y sometimiento (al esposo, a la sociedad y a ciertas instituciones). La vaquera de Piantini —como comenzaron a llamarle en las redes sociales— fue una entre todos los que hicieron mal las cosas en la madrugada del 20 de noviembre, cuando la circulación se detuvo en una de las arterias del corazón de Santo Domingo.
Pero solo ella fue condenada y de manera desproporcionada. No fue por el disparo al aire, fue por ser mujer.

02 diciembre 2015

Las caras trocadas

La foto de Stalin que Margarita García puso en Facebook.
Hoy me levanté con algo de resaca. Anoche, gracias a una de esas detestables declaraciones que hace a menudo el cardenal dominicano Nicolás de Jesús López Rodríguez, Mario Dávalos y yo decidimos juntarnos y hacer lo que mejor sabemos hacer: abrir un buen destilado y sentarnos a tratar de arreglar el mundo.
Todavía tenía la vista borrosa cuando respondí una pregunta de Margarita García (esa Veuve Clicquot que vive en Normandía, reina en Groenlandia y brinda su inteligencia y su amor a medio mundo). Al pie de una foto de un ruso de 23 años, preguntaba quién era.
“Seguéi Esenin —respondí con prisa, para tratar de ganar el ‘concurso’—, uno de mis poetas jóvenes preferido. Promete muchísimo”. Entonces Margarita me aclaró que no podía ser Esenin, el amante de Isadora Duncan y el marido de una nieta de Tolstoi, porque se ahorcó antes de que le creciera la barba.
En verdad el retrato del joven apuesto correspondía a Iósif Vissariónovich Stalin, quien acabó siendo uno de los más terribles ancianos que ha tenido la humanidad. Con esta historia de caras trocadas empezó mi día. Gracias a ella, he vuelto a leer poemas de Esenin, algo que hice mucho cuando yo también tenía 23 años.
Te debo eso, Margarita, entre muchísimas otras cosas.
Serguéi Esenin con Isadora Duncan.

01 diciembre 2015

Medio básico

Viví toda mi infancia en un “medio básico”. Ese es el nombre que le daba el Estado cubano a las cosas que le pertenecían (mi casa era la mitad de una estación de trenes. En la otra mitad estaba la oficina, el salón de espera y el almacén).
Luego, cuando crecí, me di cuenta que yo también era un “medio básico”. Yo y los once millones que convivían conmigo en una isla donde todo, desde las vacas hasta el mar, le pertenecía al Estado. No me liberé de esa circunstancia hasta que entré por primera vez a un consulado cubano.
Nunca, ninguna autoridad de ningún país me ha maltratado como en los consulados del mío. La primera vez que estuve en uno, en México allá por 1995, sentí que me arrancaban de la piel la placa de aluminio con la que la revolución identificaba sus bienes: reses, muebles, vehículos...
“Si te quedas, dejas de ser un cubano de Cuba”, me dijo el cónsul. Ahora la frase me suena hasta ridícula, pero en el momento en que me la dijeron, con mi hija y mi madre en la isla, me estremeció por dentro. Aún recuerdo el viento helado que se coló en mi estómago.
La crisis de los miles de cubanos varados en la frontera de Costa Rica con Nicaragua y la criminal desidia con la que el régimen de la isla ha tratado el asunto, me recordó la época en que yo era un “medio básico”. Las imágenes de los niños que permanecen allí, me llevó hasta los retratos de mi hija que me hicieron volver.
Ignorar la angustia de esa gente, es la manera de arrancarles de la piel la placa de aluminio, de forzarlos a que sientan un viento helado en sus estómagos y sigan naufragando, así en el mar como en tierra firme, para que la decisión de ser libres parezca un dolor y no la necesidad de tener alguna esperanza.

24 noviembre 2015

Guanuma

El Paradero de Camarones estaba rodeado de polleras. Todos sus puntos cardinales estaban determinados por granjas en plena producción. Todavía no sé cuál fue la razón por la que el gobierno revolucionario decidío construir a nuestro alrededor tantas naves para gallinas ponedoras, pollos de ceba y hasta guanajos.
Lo primero que yo veía de mi pueblo cuando llegaba a él en el tren de Cumanayagua, era el tanque de agua de la granja Panamá. Es curioso, pero el nombre de ese pequeño istmo significaba para mí el enorme continente donde mi infancia tuvo lugar: una estación de trenes, cuatro calles, dos tiendas, una botica, una oficina de correos y las manos de los viajeros que decían adiós desde los trenes.
Nuestras gallinas ponedoras alimentaron (de manera lícita o ilícita) a todos los pueblos que teníamos en los alrededores. Por eso me alegró tanto que Miguel Lajara me propusiera colaborar con las comunicaciones de Sanut (el principal importador de alimento animal en República Dominicana) y Granja Guanuma, la joya de su corona. 
Este es el primer anuncio institucional que publicaremos en la prensa. Para la gente de mi pueblo no tiene el más mínimo significado. Sin embargo, desde lo más hondo de mí quiero dedicarselo a ellos, porque fueron mi inspiración cada vez que pedí la palabra y aporté una idea.

23 noviembre 2015

Espacios de trabajo

Hace unas semanas inicié una galería en Facebook sobre el lugar donde suelen trabajar escritores y artistas que admiro. Está dividida en dos grande ámbitos. En el primero, reúno imágenes de algunos de los escritores que más he leído y releído en mi vida. En el otro, amigos cuya obra siempre ha sido un referente para mí.
El día que me robé un ejemplar de "Hambre" (en una biblioteca de Cienfuegos) y empecé a leerlo, mi vida cambió para siempre. Aunque la historia sucede por el Círculo Polar Ártico, yo me la imaginaba muy cerca del Paradero de Camarones. Algunos de sus personajes, incluso, llegaron a tener en mi cabeza el rostro de gente de mi pueblo. 
Este no es el espacio de trabajo de Knut Hamsun, pero gracias a ese espacio hizo la mayor parte de su trabajo. Si hacen click en este campo roturado, pueden acceder a las otras imágenes. Pasen, vean y aplaudan a esos trabajadores de la imaginación.

21 noviembre 2015

¿Cine? ¿dominicano? ¿apoyarlo?

Geraldine Chaplin y Janet Mojica en Dólares de arena.
(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

Hace unos días alguien me preguntó que me parecía la “pujante industria del cine dominicano” (puedo asegurarlo, esos fueron el adjetivo y el sustantivo que usó). Como soy muy escéptico sobre el tema, le pedí un poco de ayuda para poder responderle.
“¿Cuáles son las películas dominicanas que más te gustan?”, le pregunté. “¡Muchas!”, respondió con entusiasmo. “Mencióname las diez que más te gustan”, insistí. El tiempo que se tomó en pensar su top ten me pareció una eternidad. Al final solo pudo mencionar seis títulos; dos, estaban repetidos.
Llegados a ese punto, tuve que decirle lo que realmente pensaba. La Ley de Fomento de la Industria Cinematográfica, le dije, me parece un gran logro. Los cineastas cubanos, por ejemplo, están clamando por algo parecido y nadie los escucha.
Sin embargo, ese importante incentivo ha sido mucho más aprovechado por los empresarios que por los creadores. El hecho de que en las salas de proyecciones se exhiban materiales realizados en el país, no quiere decir que siempre sea cine y mucho menos que represente las identidades dominicanas.
Pongamos un ejemplo, quizás el peor de todos: Roberto Ángel Salcedo. El Niño Orquesta, como lo bautizó el crítico Armando Almánzar, porque prácticamente lo hace todo en sus “obras” (las comillas son de Almánzar, no mías), estrena un producto al año.
Pero a eso que él hace no se le puede llamar cine. En todo caso son programas de televisión que, a pesar de tener un pésimo guión y estar terriblemente actuados, se exhiben en pantalla grande, en el mismo espacio donde, regularmente, se proyectan películas.
Hay otros directores que, aunque no tienen el mismo talento que Salcedo para facturar bodrios, tampoco consiguen hacer obras (ya sin comillas) que realmente contribuyan a consolidar una cinematografía con los valores de  una cultura tan rica como la dominicana.
¿En verdad esos productos merecen ser apoyados? Eso es una elección de cada quien y puede hacerse con el mismo criterio que se elige una marca de corn flake, de zapatos o de ropa interior. Al fin y al cabo hablamos de una mercancía, no de un bien cultural.
Los que sí merecen apoyo son esos que buscan un camino diferente a la risa fácil (¿o debo decir tonta?) y piensan en el espectador antes que en sus bolsillos. Hablo de los que en verdad tienen algo que decir y, con los años, producirán la verdadera historia del cine dominicano.
Hablo de Ángel Muñiz, Ernesto Alemany, Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, Juan Basanta, José María Cabral, Héctor Valdés, Pedro Urrutia, Ronni Castillo, Francisco Antonio Valdés y César Rodríguez, entre otros. No puedo dejar de mencionar la labor de Frank Perozo; aunque no es director, siempre se toma su trabajo con una seriedad admirable.
Al amigo del que les hablé al principio acabé respondiéndole su pregunta con las dos películas que el repitió en su trabajosa lista. Cuando el cine dominicano tenga 20 películas como Dólares de arena o La Gunguna, entonces podremos hablar de una pujante industria. Mientras tanto, necesitamos tantos críticos como realizadores para ir separando a los verdaderos creadores de los comerciantes.
Cuando es cine y cuando es dominicano, merece ser apoyado. Pero apelar al orgullo que siente un pueblo por su identidad para luego tomarle el pelo con denigrantes facilismos, es una burla injustificable, peor aun que esos terribles chistes que se proyectan en widescreen con sonido dolby digital.

18 noviembre 2015

No andaremos Nicaragua

En uno de sus peores versos, Silvio Rodríguez dice que en Nicaragua “las fronteras se besan y se ponen ardientes”. 35 años después de que fuera compuesta aquella “Canción urgente…”, el país de Rubén Darío y Ernesto Cardenal, al menos para los cubanos, es un muro infranqueable.
Cada vez son más los cubanos que, después de perder la paciencia y lanzarse al mar, recalan en las fronteras de América Central. Su camino es el más largos de todos los que lo comparten con ellos, porque empieza mucho antes del punto de partida de La Bestia (ese tortuoso tren de carga que atraviesa México rumbo al Norte).
La actual situación de cientos de refugiados cubanos en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua es indignante. Pero mucho más indignante todavía es la manera en que el régimen de La Habana se desentiende de ellos, culpado a Estado Unidos de la grave situación humanitaria.
La dictadura de Cuba es incapaz de mover un dedo para producirle bienestar a su gente y cada vez parece preocuparle menos la crítica situación del país.  El dictador Raúl Castro es un anciano octogenario; no tiene nada que perder, ni siquiera el tiempo. Eso explica por qué él y su régimen viven de espaldas a los relojes.
Mientras tanto, a los cubanos que quieren vivir con alguna esperanza y tener la posibilidad de garantizarles un futuro mejor a sus hijos, no les queda otra opción que lanzarse al mar. Así es que se han ido amontonando en la frontera de Nicaragua.
En su canción, Silvio Rodríguez auguraba, ridículamente, que los espectros de Bolívar, Sandino y el Che andarían por el mismo camino en Nicaragua. Pero eso no fue posible, porque el país acabó convirtiéndose en el feudo corrupto de Daniel Ortega.
También se equivocó Silvio en que fuera el “águila” quien tuviera en Nicaragua su dolencia mayor. Acabamos siendo los propios cubanos; aun cuando sangramos con ellos, a pesar de que una vez nos dijimos amigos.

16 noviembre 2015

Fidel Castro nunca fue el maquinista de la 61602

Fidel Castro descendiendo de la 61602, después de haber creído
que había logrado conducirla.
En un museo de La Habana se exhibe la Locomotora Insignia de los Ferrocarriles de Cuba. Es una M62-K que fue construida en Ucrania en 1975, apenas unos días antes de que entrara en la historia al arribar a la estación de Placetas, en el centro de la isla.
En una placa de bronce, fijada a uno de los costados de la máquina, puede leerse: “El Comandante en Jefe Fidel Castro, conduciendo esta locomotora 61602, inauguró el primer tramo Oliver- Calabazas del ferrocarril rápido Habana- Santiago de Cuba, el “Día Ferroviario”. 29 enero de 1975. Año del Primer Congreso”.
Un ferroviario que estuvo allí (fue parte de la operación), Esteban Darias Domínguez, y otro que oyó la historia de testigos presenciales, Graciel Velázquez, sostienen un relato diferente al que cuenta la tarja. Según sus testimonios, quien condujo ese tren realmente fue Papito Villa.
Graciel, que era guardafrenos en ese momento, es uno de los que en verdad saben lo que ocurrió aquel lunes: “El coche motor 2050, un Uerdingen con dos motores Leyland, estaba acoplado a la 61602. Cuando mejor iba marchando el asunto, falla la M62-K, de lo que prácticamente nadie se percató”, dice.
“Papito Villa, maquinista del 2050, lo tenía encendido y con la agilidad y picardía que le caracterizó siempre, fue empujando a la 61602 que Fidel creía conducir como todo un experto. Esa es una de las mejores anécdotas que guardo de mis 20 años en los Ferrocarriles de Cuba”, Asegura Graciel con nostalgia.
En la portada de todos los periódicos cubanos que circularon el martes 30 de enero de 1975, aparecieron imágenes donde Fidel Castro desciende sonriente de la 61602. Desde entonces data la leyenda de una locomotora que siempre se consideró un patrimonio nacional.
El coche motor 2050 y Papito Villa no salieron en ninguna de las tantas fotografías.
El tren que creyó conducir Fidel Castro y que en verdad era empujado
desde la cola por Papito Villa, el maquinista del 2050.
La 61602 en el andén de la estación de Cristina, donde radica el
Museo del Ferrocarril de Cuba.
El coche motor Uerdingen 2050 con el que Papito Villa empujó a la 61602
que llevaba de "maquinista" a Fidel Castro.
(Para leer el discurso que pronunció Fidel Castro en la inauguración de la reconstrucción del primer tramo del Ferrocarril Central de Cuba, haga click aquí).

13 noviembre 2015

El último historiador de la Revolución lo cuenta todo

La dictadura de los hermanos Fidel y Raúl Castro le legará a los cubanos del futuro un país en ruinas. No solo las ciudades y los campos están devastados. La esencia intangible que definió las identidades y la cultura de la nación también recibió severos daños.
El día que por fin acabe de pasar el huracán revolucionario y comience la reconstrucción de Cuba, los historiadores serán aún más útiles que las tablas y las puntillas. Para no seguirle los pasos al destino sonámbulo de Haití, necesitamos explicaciones que nos despierten.
De ahí la importancia de libros como Historia mínima de la Revolución cubana (El Colegio de México, 2015), donde Rafael Rojas repasa “las líneas maestras del cambio económico, social, político y cultural que vivió la isla entre los años cincuenta y setenta del pasado siglo”.
Hace una semana que Rogelio Obaya me avisó de que el libro ya había llegado a Cuesta. Aunque le pedí que me apartara uno, no resistí la tentación y fui a buscarlo a la tienda de iBooks. Lo estoy leyendo desde que se descargó. En mi cabeza, las palabras son ilustradas con imágenes de viejos noticieros y mi propia experiencia.
Tengo casi todos los libros de Rojas (Rafael, quiero decir) en físico y en digital, así me aseguro de que siempre estén a mano. Este no será la excepción. A pesar de su brevedad, aun cuando a veces parece el manifiesto de una generación y no un libro de historia, será una bibliografía obligada.
En ese futuro (que ya intuyo cercano) en que los cubanos se sacudan el polvo de tantas ruinas y comiencen a reconstruir, este libro será tan valioso como el cemento, los ladrillos y la arena. Él le explicará a los hijos porque sus padres tuvieron que resignarse a que todo se perdiera, incluso hasta la más mínima esperanza.

08 noviembre 2015

Hazte Leyenda

Me llena de orgullo haber participado en el proceso de creación, desde su concepción hasta su nacimiento, de esta obra de arte. Lo he dicho muchas veces, pero nunca las suficientes: no sé cómo saldar mi deuda con Luis Concepción por haber confiado en mí más de la cuenta y muchísimo más de lo que merezco. 
Gracias a eso, he podido colaborar por años (acabo de caer en cuenta que es el trabajo en que más he durado en mi vida) con la marca más internacional de República Dominicana (la única que está presente en más de 50 países y en las principales capitales del mundo). Estoy orgulloso de cada estrategia de comunicación, de cada pieza de contenido y hasta de cada error, porque cuando uno yerra dejándose llevar por la pasión duele un tilín menos y deja una rara satisfacción. 
De niño quería ser ferroviario. Luego, en vano, traté de ser director de teatro. Más tarde me dediqué a editar revistas y escribir libros. Durante todo ese tiempo, jamás me pasó por la cabeza que también podría ser consultor en comunicaciones y relaciones públicas. Pero con el mejor ron a mano uno es capaz de lograr lo que se proponga. Hoy me gustaría hacer con cada uno de ustedes un brindis de Leyenda.

07 noviembre 2015

La casa del escritor

La Underwood Portable donde se escribió Por quién doblan las campanas.
(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

Viví 33 años en Cuba y visité una sola vez a la casa que tuvo en mi país Ernest Hemingway. No me sentía atraído por el refugio insular de un hombre que vivió como si el mundo fuera un enorme continente. Aun cuando fue un gran marinero, todo a su alrededor parecía tierra firme, lo mismo en San Francisco de Paula que en Whitehead Street.
La semana pasada, sin embargo, fuimos hasta Cayo Hueso y no nos detuvimos hasta encontrar la casa donde se terminó Adiós a las armas y se escribió de principio a fin Por quién doblan las campanas, dos novelas que le explicaron al adolescente que fui el horror de la guerra como ningún libro de historia.
De los 10 años que vivió allí el escritor solo se conservan algunos muebles, la pared de ladrillos que hizo alrededor de la casa —como si se tratara de un fuerte y no de una residencia— y los descendientes de Snow White, una estirpe gatos de seis dedos a los que se les permite dormir hasta encima de las reliquias más valiosas.
“En esta casa se escribió el 70% de la obra de Ernest Hemingway”, nos dijo el guía con una emoción aprendida de memoria. Parecía tasar los libros con el mismo criterio que su autor calculaba el valor de los enormes peces que sacaba de la corriente del golfo: por libras y por pies.
Sillas españolas, lámparas venecianas, máscaras africanas, fotografías de famosos y una botella de licor ¡con una llave! (todo parece indicar que con esa cerradura ‘Papá’ se aseguraba de que nadie se le adelantara en el brindis). Aunque se conserven sus muebles, libros y cuadros, no hay un lugar más vacío en el mundo que la casa donde vivió un escritor.
Es por eso que los turistas que descansan en los corredores de la casa parecen haber tirado un ancla. Se comportan como barcos, el mundo perdido de Hemingway es su fondeadero. Algunos, para tener una constancia de su viaje, tiran una moneda en una vieja máquina para imprimir sobre ella la barba borrosa del escritor.
Estábamos en la Florida y nos fuimos hasta Cayo Hueso para estar más cerca de Cuba que de Miami. Pero acabamos en la casa de un hombre que jamás se detuvo ante ninguna distancia. Las fotos que se exponen son la mayor prueba de ello: combates en Europa, cacerías en África, pesquerías en el Golfo, borracheras en el Sloppy Joe's o en El Floridita.
“Hemingway escribía durante las primeras horas de la mañana, de pie y desnudo —detalló el guía—. El resto del día lo empleaba en vivir”. Con la última parte de la frase hizo dos gestos. Primero empinó el codo y luego extendió el brazo como si fuera una caña de pescar. Esas dos acciones parecen ser parte del guión. Aun cuando caricaturizan al personaje, describen una parte esencial de él.
El viejo faro de Cayo Hueso está justo al lado de la casa de Ernest Hemingway. No tengo noticia de otro faro que se haya construido a más de un kilómetro del mar. Los que lo construyeron parecen haber intuido que llegaría un día en que la elevada lámpara sería inútil para la navegación. Su oscuridad, sin embargo, seguiría señalando el camino a la casa del escritor.
Cuando nos fuimos de Cayo Hueso comenzaba una fiesta de disfraces. Hombres vestidos de mujer, mujeres sin vestir, esqueletos, monstruos, esperpentos, hazmerreíres y mamarrachos. A nadie se le ocurrió disfrazarse de Hemingway.
76 años después de que el escritor abandonara a Pauline y a Cayo Hueso, solo él interpreta a su fantasma en esa pequeña isla. Lo demás hay que preguntárselo a los más de 50 gatos de seis dedos que custodian su ausencia.

06 noviembre 2015

El faro de Whitehead Street

Cuando hacen un faro tierra adentro,
a más de un kilómetro de la costa,
no es para alumbrarle el camino
a los que llegan
sino para ocultárselo
a los que no se quieren ir.

Un faro que permanece a oscuras
y lejos del mar,
está hecho para que sigas su sombra.
Camina junto al muro de ladrillos.
Sigue el sendero de los gallos de pelea,
las tumbas de los gatos de seis dedos
y las botellas de ron vacías.
No te detengas hasta que llegues
a la vieja máquina de imprimir barbas.

Hazte una moneda que no sirva para nada
y deja de pensar en el camino de regreso.
A veces es bueno creer
que en lugares como este
uno se puede quedar para siempre;
aún cuando tengamos que abandonarlo
antes de que caiga la tarde,
en silencio,
hambrientos y borrachos,
dejando que la oscuridad del faro
quede a nuestras espaldas.

05 noviembre 2015

Un coro de garzas que fue testigo de todo lo que hicimos

Nos rompió el día de Santo Domingo a La Vega, igual que a José Martí aquel 16 de febrero de 1895. Solo que él iba en dirección contraria a nosotros, rumbo a la Capital, y a lomo de caballo. Llevábamos con nosotros las posturas que nos regaló el Ingeniero Taveras y un arrayán que compramos en Bonao.
El Ingeniero (que fue quien nos vendió el terreno en Jarabacoa Montain Village) consiguió las semillas en el patio de una familia cubana que vive en Santiago desde mediados del siglo pasado. Dos toronjas (de las grandes, de esas con las que se hace dulce en tajadas), dos anones (la fruta preferida de mi abuelo Aurelio) y dos canisteles.
Cuando llegamos, Don Mon nos esperaba pico al hombro. Afortunadamente ya empezó a llover. Las palmas, las araucarias, las gravileas y los cipreses han crecido muchísimo. Fuimos a Foresta para conseguir más posturas de pinos Caribaea y Occidentalis. Repusimos todos los que nos soportaron el largo verano.
Un enorme aguacero nos sorprendió en plena faena. Diana se guareció en el Jeep, pero Don Mon y yo nos quedamos sembrando. Al final, podamos una pomarrosa que le estaba dando demasiada sombra a los sauces. Salimos justo antes de que empezara a caer la noche.
Cuando entramos a Santo Domingo, Diana le bajó el volumen a la última canción del viaje y me tomó de la mano. “¡Qué día más lindo!”, dijo sin apartar la vista del camino (ese trecho de la autopista Duarte siempre tiene mucho tráfico y eso la pone tensa).
Hicimos una sola foto: un coro de garzas que fue testigo de todo lo que hicimos. Cuando los árboles crezcan, ellas nos seguirán recordando el día que los sembramos sobre un sábado inolvidable.

27 octubre 2015

Sobre fusilados y verdades incómodas

Hoy el periódico El Mundo recuerda el viernes 6 de noviembre de 1936. Ese día, en horas de la tarde, Santiago Carrillo Solares, el secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) de España, fue el “facilitador” de una matanza de prisioneros en Paracuellos de Jarama.
Hay un detalle que divide a los fusilados en dos injustos bandos. Los que son llevados al paredón por un régimen de derecha, aun cuando en vida fueran unos cobardes y unos patanes, en el acto se convierten en héroes de la patria. Justo después de caer abatidos, por obra y gracia de un tiro en la sien, sus nombres quedan expeditos para bautizar escuelas, calles y parques.
Pero si es un régimen de izquierda quien te ejecuta, no importa cuan valiente hayas sido ni las razones por las que acabaste de espaldas a un muro. La historia suele ser muy escrupulosa con las “causas justas” y se cuida mucho de empañarlas con verdades incómodas. Sobre todo porque a los niños, en las aulas, les gusta que los buenos sean buenos-buenos y los malos, recontramalos. 
Los fusilados de Paracuellos, como los de La Campana (ese infame paraje rural del Escambray donde el régimen de Fidel Castro ejecutó a cientos de alzados), deberán soportar el peso de la indiferencia sobre sus restos. Todos caen de la misma manera, solo los separa el modo en que se les recuerda o se les olvida.

25 octubre 2015

Gracias, República Dominicana, por la libertad

Junto a Silvio Herasme Peña y Soledad Álvarez, quienes también fueron premiados.
Foto: Abigaíl García
(Palabras leídas al recibir el Premio Caonabo de Oro en el Auditorio Juan Bosch de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña)

Gracias, querido Mario. Todas las mañanas de mi infancia me obligaron a gritar “¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!”. Al filo de los 50 años, estaría muchísimo más orgulloso de mí mismo si pudiera ser como Mario Rivadulla hasta la edad que tiene hoy Mario Rivadulla.
William Faulkner aseguraba que el mundo estaba hecho para los que se enfrentan a los problemas y los resuelven. Los que son incapaces de hacer algo así y sufren por ello —decía—, escriben. Admito que si no pudiera escribir, el mundo para mí tendría muy poco sentido; que me paguen y hasta me premien por hacerlo, es un verdadero alivio.
Llegué a República Dominicana el 30 de noviembre de 2000. Al día siguiente amanecí en la redacción de un diario. Aunque en Cuba había laborado en dos revistas y llegué a estar al frente de una editorial, esas experiencias de poco me servían para cerrar un periódico en un país en el que solo había permanecido algunas horas.
El 2 de diciembre salió publicado, en la sección de Cultura de El Caribe, mi primer reportaje escrito aquí. Aunque es irrefutable que soy el autor de ese texto, no hubiera sido posible sin la confianza, el respaldo y la solidaridad de todos los que formaban parte de aquella redacción.
Debo aclarar que fui a dar ahí gracias a Freddy Ginebra, mi padre dominicano, quien me abrió las puertas de este país como si fueran las de su casa. También debo agradecerle a Luis Canela, Bernardo Vega, Fernando Ferrán, Margarita Cordero, Adriano Miguel Tejada, Rafael Emilio Yunén y Alejandra Pellerano los riegos que corrieron al tenerme en sus equipos de trabajo.
Al mencionarlos a ellos, reconozco a todos los que compartieron experiencias conmigo en El Caribe, Diario Libre, el Centro León y Newlink Communications. No los menciono porque son muchos, muchísimos, y una sola omisión sería inexcusable. Aun así, me siento en la obligación de reconocer a a una persona más.
A Luis Concepción, quien siempre ha depositado en mí mucha más confianza de la que merezco y me ha dado la oportunidad de colaborar por años con la marca más internacional de República Dominicana y con un símbolo de la alegría de su gente: Ron Brugal.
Hace ya 15 años que vivo en República Dominicana. Cada uno de los logros que he tenido aquí se deben, en gran medida, a todos los que me tendieron la mano al pasar. Si algún mérito tengo, es haber logrado adaptarme al gran cambio que significa vivir en una democracia después de haber nacido y crecido dentro de una dictadura.
Es por eso que, cada vez que puedo, dejo constancia de mi impagable deuda con este país. Como si todo eso fuera poco, aquí también encontré a una cubana que es el amor de mi vida desde la misma noche en que nos conocimos. Tengo miles de razones por las que estar agradecido, pero si tuviera que elegir solo las más importantes, serían esas: Gracias, República Dominicana, por Diana y por la libertad.